La última noche de la Gabbana
<p>Sólo iba a ser una fiesta, con la que la discotheque Gabbana de Llolleo comenzaría a despedir el verano. Hasta que ocurrió el terremoto. El piso se movió, se cayeron los muros, se desprendió parte del techo. Unos 1.400 jóvenes entraron en pánico, varios resultaron heridos y alguien perdió sus manos. Hoy, en el lugar -aún sin pericias policiales- sólo quedan los restos de su última noche.</p>
En Santo Domingo, esa semana la gente ya hablaba de desgracias. O de presuntas desgracias. Juan Pablo Mitjans, el hijo de 19 años del empresario Eduardo Mitjans, había desaparecido la noche del 23 de febrero después de ir con amigos a la discotheque Ice. Las vagas noticias que aparecían en la prensa -y que alimentaban los rumores en una playa tan chica donde todos se conocen- decían que en algún minuto de la madrugada Mitjans había salido del lugar donde estaba bailando y, desde entonces, nadie lo había visto. Como si se lo hubiese tragado la tierra.
Pese al extraño caso, Santo Domingo -un sitio tranquilo en el litoral- no paró. La gente siguió yendo a bailar y, como ya es costumbre, varios santiaguinos llegaron hasta allá en las últimas semanas de febrero para matar lo poco que quedaba de verano.
En ese escenario, una de las fiestas que prometían era la de la discotheque Gabbana de Llolleo, en la comuna de San Antonio.
La Gabbana era un galpón conocido entre los jóvenes universitarios que iban a veranear a Santo Domingo o Las Brisas. Sabían que el boliche era más o menos grande. Y aquí, grande es un lugar que puede alojar a 1.400 personas, como pasaría la noche del viernes 26 de febrero. Ahí dentro había caras y canciones familiares, como reggaetón, hip hop y música bailable de los 80. Todo eso no costaba más de tres mil pesos. Eso, claro, si llegabas antes de las 1:30 a.m. Porque después, los precios podían subir hasta los cuatro mil.
La discotheque se llamaba Gabbana desde hace unos seis años. Antes, era conocida en la V Región como la Blue Bay. Y si se retrocedía aún más en el tiempo, podía verse que ese edificio, construido durante los 70, había sido el lugar de Llolleo donde se mostraban películas de segunda mano traídas desde Santiago. Por esos días, le decían el "Cine Rex". Cuando aún no dejaba de serlo, fue comprado por Alberto Tapia, un empresario de la zona. Él le arrendaba el local a Luis San Martín y Rodrigo Ramírez, quienes, a su vez, también arrendaban el lugar a otras personas.
Una de las escaleras de evacuación del segundo piso.
El boliche, mal que mal, tenía su encanto.
Era la discotheque más cara de San Antonio y el centro de varios eventos. Sin ir más lejos, en la campaña parlamentaria del año pasado la aspirante a diputada por la UDI María José Hoffmann, y el propio Joaquín Lavín lanzaron sus candidaturas en San Antonio en ese preciso lugar, ante más de mil asistentes.
La fiesta del 26 de febrero también estaba siendo organizada por gente ajena a la Gabbana. La de ese día, igual que las siete fiestas anteriores, corría por cuenta de Fernando Ossandón, un ex alumno del colegio Cumbres de Santiago. Gente que más tarde asistiría a la fiesta recuerda que supieron de ella esa misma tarde. Tomando sol en la playa o preguntando por celular a algún amigo qué se hacía en la noche. El dato pasó rápido.
Caras conocidas en un lugar conocido. Nada podía fallar.
La previa
Desde Santo Domingo hasta la Gabbana, que queda en la calle Providencia número 157, a no más de 10 metros de la plaza de Llolleo, nadie se demoraba más de quince minutos en auto. El hecho de que los precios fueran más bajos antes de la 1:30 dejaba tiempo suficiente para los ritos previos a una fiesta. Alejandro Lizama, estudiante de Arquitectura, estaba con su polola, Antonia Aninat, en la casa de los padres de ella. Dice que lo acompañaban unos amigos y que se tomaron un trago antes de salir. Dice también que llegó sobre la hora a la Gabbana, pero que no tuvo que esperar mucho para entrar. Eso sí, adentro estaba lleno: "Costaba caminar y era difícil entrar a los baños".
Primero fue un pequeño remezón. Después vino el corte de luz. Muchos pensaron que era a propósito. Que el DJ había dejado todo a oscuras porque iban a presentar algo. Otros lanzaron un grito expectante. El piso comenzó a sacudirse más fuerte. Los vasos y las botellas se caían del bar, el suelo se llenó de vidrio y la gente sintió que tenía que arrancar. La Gabbana se llenó de un polvo asfixiante.
Sergio Edwards, que estudia Publicidad en Santiago, también llegó cerca de la 1:30. Había ido a mitad de semana a la Gabbana y no le pareció especialmente llena. Lo mismo pensó Trinidad Navarro, estudiante de Educación Parvularia.
Los espacios comenzaron a achicarse después de las 2:30. Varios dicen que a esa hora "ya no era bailable". Así y todo, antes de las tres de la mañana nadie recuerda algún detalle que le llamara especialmente la atención. Lo único que podría haber sobresalido, recuerda Alejandro, fue una pelea entre dos grupos que se separaron rápidamente.
Pero nada más.
Hasta las 3:34 de la madrugada del sábado, la Gabbana era igual a cualquier otra discotheque. Un lugar donde un chico va a conocer a una chica antes de que se acabe el verano.
Eso, claro, hasta que el suelo comienza a moverse.
El baile
Primero fue un pequeño remezón que apenas se sentía debajo de los pies. Después vino el corte de luz. Muchos pensaron que era a propósito. Que el DJ había dejado todo a oscuras, porque iban a presentar algo. Otros tiraron un grito expectante.
Una de las salidas de emergencia por donde huyeron decenas de jóvenes.
Esto, hay que entender, era una fiesta. Había música, había trago y una cierta sensación de euforia.
Entonces, el piso comenzó a sacudirse más fuerte. Los vasos y las botellas se caían del bar, el piso se llenó de vidrio y la gente sintió que tenía que arrancar. El temblor pasó a sentirse como terremoto y, de pronto, la Gabbana se llenó de un polvo asfixiante. Todo, ahí dentro, se volvió nublado y la euforia mutó en pánico.
Básicamente, había dos vías de escape: la primera era la puerta principal, con salida a la calle Providencia, que fue por donde escaparon los que no estaban tan al fondo de la discotheque. El resto arrancó por una de las dos salidas de emergencia. Una de ellas da a un pasillo, de no más de cinco metros de ancho por veinte de largo, que conecta con un portón que se encontraba cerrado con candado. Sobre ese pasillo se desplomaron los muros de la Gabbana. La gente que salió por ahí, dice que los guardias se demoraron más de diez minutos en encontrar la llave y abrir la reja. Los arrendatarios del lugar, en cambio, aseguran que eso no tardó más de un minuto.
Trinidad Navarro logró salir rápido porque encontró la salida principal. Cuando escapaba, unas piedras le cayeron en la cabeza y le causaron un corte que sólo reconocería más tarde, cuando llegó hasta la plaza de Llolleo. Ella dice que escuchó gritos y que, de pronto, le costaba respirar.
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