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Deadbeat: el intenso salto al vacío de Tame Impala a la electrónica

Prescindiendo de las guitarras y eludiendo la canción convencional, el quinto álbum del grupo australiano representa una incursión a fondo en la electrónica. Ofrece una colección de canciones tan arrojadas como ambiciosas, incluso con un guiño al reggaetón. Culto lo escuchó con anticipación y aquí sus claves.

Deadbeat: el intenso salto al vacío de Tame Impala a la electrónica

Se hizo conocido como una suerte de nuevo gurú de la psicodelia. Alguien que a punta de riffs, frases melódicas de notas largas y canciones compuestas desde los efectos, creó un lenguaje que debía tanto a la inmediatez de los Beatles, como al desprejuicio de The Flaming Lips. Así, Kevin Parker creó Tame Impala. En sus discos publicados a la fecha, plasmó un cuerpo sonoro de una plasticidad tal que se amolda a sus deseos. Y Deadbeat, su nuevo álbum tras un lustro de silencio discográfico, lo lleva a otro rincón.

Que haya revelado el universo del disco al tocar End of Summer, durante un DJ set en Barcelona en junio pasado, dice mucho. Es sabido que la ansiedad social de Parker se sana con música, pero asimismo aquel gesto sirvió como una declaración. Su nueva música vive primero en la pista, luego en los surcos de los discos y el streaming (de hecho, la versión de vinilo será diferente a la de plataformas). Un interés que a la vez abría inquietudes: ¿habrá guitarras?¿algún riff como el de Elephant?

Deadbeat (la palabra en inglés que designa a un padre irresponsable, pese a que en la portada Parker abraza a su hija Peach), es un salto al vacío. Un disco atrevido que marca una ruptura con su propia imagen artística. No se siente demasiado tocado, no está el sonido de batería orgánico de otros tiempos, no hay riffs de guitarras, instrumento que no figura con demasiado protagonismo entre las 12 canciones.

A cambio, Parker ofrece un desdoblamiento; incursiona con toda propiedad en el techno, una música que asegura, siempre le atrajo. En realidad, era una fascinación de la que se servía en la intimidad. “Nada me transporta como la música techno”, dijo a GQ Magazine. “Me hace sentir como si no estuviera físicamente donde estoy ahora mismo, como si estuviera en el espacio exterior”.

Tame Impala.

De alguna forma ese interés se coló en sus primeros trabajos; desde la influencia de Chemical Brothers en algunas pistas de ritmo en las baterías de Innerspeaker, al pop que encaró en Currents. El abrazo de géneros musicales es el norte de Parker.

Incluso, ha señalado que siempre quiso probarse componiendo techno y que algo de su material tiene esa vibra. “Gran parte de mi amor por el techno proviene de mi frustración por no poder hacerlo”, dijo a GQ. “Pero mientras disfrute de ese proceso, lo hago”.

Basta escuchar el arranque de Runaway House City Clouds, de Innerspeaker. Su martillante beat de batería parece venir del infinito y machaca con insistencia hasta que la canción se despliega en su bacanal de efectos y guitarras. Incluso en su anterior disco, The Slow Rush, puede percibirse en segmentos de temas como It might be time, o en las voces ultra procesadas de One More Year.

El punto de inicio para Deadbeat lo marcó el recuerdo de una antigua cueva, hoy derrumbada, en un lugar que antaño se acondicionó como un lugar para fiestas en Australia Occidental. Ahí se hacían raves y eventos de electrónica, entre la brisa marina y el incesante beat del oleaje estrellándose contra la rocas filosas. La historia le resonó a Kevin Parker: ¿cómo habrá sonado la música ahí? Decidió no buscar una respuesta y crearla por sí mismo. Tras varios años, por fin, se sintió listo para mostrarla.

Aunque en diciembre de 2023, el músico intentó unas sesiones de trabajo junto a su habitual grupo de amigos que lo acompañan en vivo, entre estos, sus camaradas de los músicos de Pond, estas quedaron en nada. Volvió entonces a crear en su habitual ciclo de encierro en el estudio.

Algo de eso resuena en My Old Ways, el tema que abre el álbum. Parker arranca tocando un arpegio en el piano, de sonido muy crudo, pero la canción va creciendo y el piano se encaja dentro de un beat de pista. Es una declaración. Tame Impala avanza, no mira atrás, y a la vez, deja en claro que su interés por lo orgánico de alguna manera permanece y se transforma.

En No Reply, uno de los cortes más interesantes del álbum, Parker parece asumir la actitud de hablante que pide disculpas por preferir quedarse en casa y no atender los mensajes. “I apologize for the no reply/Wish I could describe what goes on inside”, canta como un lamento, en una línea. Nuevamente las máquinas de ritmos proponen una base rítmica decididamente deudora de la electrónica, mientras las capas de teclados, mucho más atrás en la mezcla, sugieren un ambiente. El tema se transforma y para el final suena un delicado outro que le abre un universo a la canción. Funciona también como un respiro para el disco, considerando los paisajes instrumentales que irá revelando.

Tame Impala.

La dramática Dracula, una canción que comenzó a aparecer en una noche de trabajo entre ginebra y porros, pareciera revelar ciertos cruces latinos que seguro ha vivido en la carretera. “Ahora soy el señor carisma, pinche Pablo Escobar/Mis amigos dicen: “Kevin, cállate y súbete al carro ya”“, canta en un verso. El beat que abre Oblivion, tiene un llamativo aire a reggaetón, para luego mutar hacia un tema de voz lejana e inundada en efecto, como si estuviera cantando a lo lejos, mirando la fiesta en la cueva. Es un disco que funciona con esas pequeñas viñetas de sonido.

Desde los segmentos musicales de Loser (otra canción que parece una disculpa) a la extensa fantasía de Ibiza de Ethereal Connection, el disco despliega paisajes de electricidad incandescente, en sus beats machacantes, las largas notas y algunos textos breves en las letras. Es como si el universo psicodélico de los inicios se expandiera en códigos diferentes. Un empaquetado que revela al músico inquieto.

La idea base del disco se mantiene en Not my world, de base rítmica hipnótica y desplegada en sus pasajes musicales ricos en capas y efectos (en especial en la voz) que se mueven en el espectro. Casi a los dos minutos, la canción parece mutar a un momento algo más expansivo, con una melodía principal resonando. Parece otra canción, dentro de la misma canción, una idea que ya se había esbozado en The Slow Rush (por ejemplo, en Posthumous Forgiveness), pero que en Deadbeat se desarrolla mucho más.

Pasa Piece of Heaven, la bella balada sostenida sobre una progresión de acordes en stacatto. Un respiro entre los beats. Su letra aborda la intimidad de un cuarto con la amada; o bien también puede moverse hacia la sensación de encierro en la creación. “Esta habitación es un desastre/Pero creo que está bien/Para ti, está desordenada, tal vez/Para mí, es divina”, canta Parker. Y ya que está proponiendo canciones dentro de canciones, acá va más lejos y hacia el final del tema inserta una bella melodía de piano, sostenida sobre unas camas de teclado, mientras Parker canta (armonizado) a lo lejos. Piece of Heaven, Obsolete y Afterthought, pueden ser buenas opciones de futuros singles.

Tame Impala.

Tal vez el momento en que el trompo se lanza más lejos, es en Ethereal connection. El tema más largo del disco, decididamente techno, de rítmica incisiva y repetitiva, que invita al movimiento y a perderse en el universo de sonidos que se van disparando poco a poco. De hecho, Parker recién comienza a cantar casi a los 3 minutos, un texto mínimo, de tres estrofas y en que la línea “Take a ride, Say goodbye”, funciona como una suerte de estribillo. Mientras, el beat avanza inclemente (Underworld o Chemical Brothers estarían orgullosos), hasta que se disuelve en un segmento sostenido en un teclado titilante y filtrado.

La última parte del álbum parece mostrar algunas alternativas en el relato. El sobrio arreglo de See you on Monday (you’re lost), una frase melódica en teclado que avanza, y una voz en contramelodía, a ratos parece recordar el sonido de The Slow Rush. Y como en otros momentos, también hacia el final, el outro parece mutar hacia otra canción.

La electrónica de vocación pistera se reactiva en Afterthought y desemboca en End of summer, el primer adelanto que acá aparece en toda su expansión como un cierre que resume la obra. Deadbeat, en este caso, no permite conectar hacia a un padre irresponsable, quizás a uno todavía algo inseguro.

¿Cómo encajará este disco en la obra total de Tame Impala? La era psicodélica se desplegó en los dos primeros álbumes (Innerspeaker y Lonerism), a los que le siguieron sendos lanzamientos en que se sumergió en el pop (Currents y The Slow Rush). Probablemente, este disco inaugure una era, pero quedará en el aire la pregunta de por cuánto tiempo Parker se decidirá por mantenerla y cómo la extendería en un siguiente álbum.

También será interesante apreciar la solución de Parker para llevar este disco al directo; es difícil que deje totalmente atrás las guitarras, sobre todo pensando en el fan que lo sigue desde los primeros días, pero es dable pensar en una reinvención no demasiado decisiva de los conciertos, en que incorpore segmentos casi de Dj set.

El álbum fue asimismo una suerte de examen para Parker. En las 12 canciones midió su propia capacidad de volver a escribir canciones, tras un período en que se sentó tras las perillas para producir a otros; desde su cruce con Justice en Hyperdrama, a las sesiones con Lady Gaga y su incorporación al equipo que le dio forma a Radical Optimism, de Dua Lipa, donde coescribió varios de los temas. En cortes como Whatcha Doing e incluso Training Season, se siente muy nítida la mano del australiano. Y el viraje se hizo todavía más evidente en Journey to the real world, su animado tema para la banda sonora de la película Barbie. Es decir, las pistas estuvieron dispersas como una luz que flota en la oscuridad de la discoteca.

Como sea, Deadbeat, es un salto radical. No es el primero, y quizás ni siquiera el más importante de su carrera (Currents, ofreció un quiebre mucho más profundo), pero Parker mostró que una vez más, encaminó su decisión a partir de lo que le fue sugiriendo el paisaje sonoro de su cabeza. La suerte, dice el antiguo proverbio, siempre favorece a los audaces.

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