Culto

El Concilio Cadavérico: cuando un papa muerto fue sacado de su tumba, juzgado y lanzado a un río

En plena edad media, durante días turbulentos, un insólito hecho remeció la santa sede. El papa Esteban VI hizo exhumar el cuerpo de su antecesor, Formoso, por presión de una familia noble que deseaba venganza. Así, el cadáver fue vestido, sentado y condenado en un hecho tan insólito como bochornoso.

Como si hubiera sido la partida que prendió a Jesucristo en el huerto de los Olivos, los Spoleto, entraron profiriendo gritos a la Basílica de Letrán. Clamaban venganza contra uno de sus enemigos. Y para eso tenían a dios de su lado. O al menos a su vicario en la tierra, el papa Esteban VI.

Hasta entonces el obispo de Anagni, Esteban VI había sido consagrado como sumo pontífice en mayo del 896 d.c, en plena Alta Edad media. Un período turbulento, en que se asentaban los reinos romano germánicos y la iglesia asomaba como el sostén de occidente.

El nuevo papa, deseoso de ganar el favor de los Spoleto, cedió a la presión. Les permitió tomarse venganza. Y para eso ordenó sin más exhumar el cadáver del fallecido papa Formoso y someterlo a un juicio sumarísimo para que respondiera por sus pecados.

Papa Esteban VI

Formoso, gobernó la iglesia entre el 891 y el 896 d.c., en un período convulso. En plena pugna por territorios, coronas, e invasiones, trató de mantener como pudo los Estados Pontificios. Pero lo peor para él, fue que heredó un problema que le dejó su antecesor, Esteban V.

Este último se había visto amenazado por los musulmanes. “Pidió ayuda a todos los príncipes de la cristiandad, pero sólo un noble, Guido de Spoleto, acudió en su ayuda. Muy a pesar suyo, Esteban V se vio en la obligación de coronar emperador al noble de Spoleto como muestra de agradecimiento”, apunta Javier García Blanco en el libro Historia oculta de los papas (América Ibérica, 2010).

Cuando Formoso asumió como Papa, recibió la visita del mentado Guido de Spoleto. Este, derechamente le pidió renovar su coronación y además asegurar los derechos de sucesión para su hijo, Lamberto. Sin mucha alternativa, el nuevo pontífice debió nuevamente ceñir la corona en la regia cabeza del noble.

Pero eso no bastó. “A pesar de ello, Guido terminó invadiendo los Estados Pontificios y se apoderó de buena parte del patrimonio de la Iglesia”, escribe García Blanco.

Fue entonces, que en una jugada a tono de la época, el papa Formoso convocó a otro noble. “Decidió pedir ayuda a Arnulfo de Baviera, quien llegó desde Germania y derrotó a Guido, que murió en el fragor de la batalla en el año 894″.

La tragedia de los Spoleto no terminó con la muerte de Guido. “Su viuda, Agiltrudis, se hizo fuerte en Roma, pero tampoco pudo resistir durante mucho tiempo y sucumbió igualmente a las tropas de Arnulfo dos años después”, agrega el texto.

Y para cerrar unas semanas negras para los Spoleto, Formoso decidió coronar emperador al noble Arnulfo de Baviera, en agradecimiento a los servicios prestados. Fue la última jugada del papa, quien murió en abril del 896. Pero sus irritados enemigos juraron venganza.

El insólito concilio cadavérico

Así, empujado por los Spoleto, el papa Esteban VI permitió que el cuerpo de Formoso fuese sacado de su tumba, vestido con los atuendos papales y sentado en un salón en el palacio de Letrán, la por entonces residencia del obispo de Roma.

“Las crónicas cuentan que el cadáver exhalaba un terrible hedor que revolvía las entrañas de los presentes, y su cráneo, prácticamente descarnado, miraba con las cuencas vacías a sus acusadores”. detalla el mencionado libro de García Blanco.

Incluso, se cuenta que los sirvientes debieron contener las arcadas cuando les ordenaron amarrar el cadáver a una silla, para impedir que se escurriera.

El concilio cadavérico

El juicio, al que se le conoció en la posteridad como concilio cadavérico, se desarrolló en plena forma. Con acusadores, lectura de cargos y todo. “Eso sí, aquellos que le juzgaron tuvieron la “deferencia” de situar a su lado a un diácono - que aguantaba como podía las arcadas producidas por el hedor de la descomposición- para que le representara, a modo de moderno ‘abogado de oficio’”, agrega el texto.

De manera previsible Formoso fue “declarado” culpable y sentenciado. “Le cortaron los tres dedos que utilizaba para bendecir y le arrastraron por el palacio -apunta García Blanco-. Después tiraron su cuerpo a una fosa común. La enfermiza mente del pontífice aún reservaba, sin embargo, una última acción. Volvió a exigir su exhumación y Formoso acabó en las aguas del Tíber".

Papa Formoso Diego Gasperotti

También se sumó otro castigo. “Damniato memoriae, una práctica que ya se llevaba a cabo en la antigua Roma y que consistía, ni más ni menos, que en borrar cualquier vestigio histórico del que lo sufría”, detalla el texto. Es decir, era borrar para siempre su memoria.

Pero un hecho insólito aconteció. “Coincidiendo con el momento en el que los restos de Formoso eran arrojados al Tíber, la basílica de Letrán, que por aquel entonces cumplía también las funciones de residencia papal, se desmoronó. Aquello fue interpretado como una señal de enfado divino”, dice García Blanco.

De todas formas, el atreverse a profanar el cuerpo de un papa resultó una maldición para Esteban VI. Tras un levantamiento popular -se dice, incitado por los partidarios de Formoso-, fue tomado prisionero y asesinado. Acaso fue una postrera petición de ayuda, esta vez desde el más allá, para vengar las afrentas.

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