
Hernán Rivera Letelier: “Todo lo que hago yo es por intuición, y no me falla. Acierto siempre”
El destacado escritor nacional tiene nuevo libro, Del divino tesoro de mi juventud, la segunda parte de sus memorias en que aborda sus años mozos, siendo un hippie mochilero por Chile. En charla con Culto rememora esos años, habla de sus días complicados por el Parkinson y se refiere a su especial vínculo con Ramón Díaz Eterovic, el nuevo Premio Nacional de Literatura. “Nos tenemos mucho cariño”.

Tomó una mochila y partió a encontrarse con la inmensidad blanca del desierto de Atacama. Salió desde la banca de madera encajada en la puerta de la casa de su hermana, en la oficina salitrera Coya Sur, donde era minero, y se largó. Era diciembre de 1969 y el joven Hernán Rivera Letelier (75) daba el salto definitivo de sus años mozos con un viaje iniciático. Como En el camino, de Kerouac, se lanzó a la carretera en una versión menos glamorosa: a dedo.
“Desafiando lo que el destino me tenía reservado (cumplir sesenta y cinco años en la Compañía, jubilar y luego morir ahogado por la silicosis) renuncié al trabajo, me fabriqué una mochila de lona que teñí de verde, y sin un peso en los bolsillos me fui a andar los caminos del mundo”.
Ese viaje marcó para siempre al autor. “Fíjate que de no haber hecho eso viaje yo creo que todavía estoy en la mina, con la pala. Se convirtió en mi viaje iniciático, fue como la universidad para mí. La universidad de la vida”, comenta a Culto el Premio Nacional de Literatura 2022, vía telefónica.

Esos años mozos constituyen el segundo cuerpo de sus memorias Del divino tesoro de mi juventud, que acaba de publicar Alfaguara. En este volumen continúa el recorrido por su vida. Si en el primer volumen se encargó de su niñez, ahora relata un tiempo a fines de los 60 y comienzos de los 70. Los años en que fue un hippie recorriendo Chile, sobreviviendo como podía y durmiendo donde cayese. Pero además fue el tiempo en que -como veremos- tuvo su primer éxito literario.
A pesar de las pellejerías que pasó en sus viajes, Rivera nos indica que para él, efectivamente esos años en la carretera fueron un divino tesoro. “Uno cuando es joven puede estar pasando hambre, puede estar no sé dónde, pero es joven. La juventud lo protege”.

Al escribir sobre una etapa tan lejana, ¿cuánto hay de memoria pura y cuánto de licencia literaria?
Yo creo que un 80% de memoria y un 20% de licencia de escritor. Yo creo que, en su justa medida, la nostalgia es buena para un escritor. Si se te pasa la mano das jugo, como se dice.
El libro aborda su “mochileo por todo Chile” influenciado por la “revolución de las flores”. ¿Cómo se mezclaba la cultura hippie y la contracultura de la época con la realidad del Chile de entonces?
Fue especialmente emocionante porque en el 70 aparece la Unidad Popular, con Salvador Allende. En Estados Unidos, el movimiento hippie desapareció justamente el 69, pero aquí en Chile siguió por todas partes. Era muy lindo ver las plazas llenas de gente, con música, con canciones. Eso desapareció con el golpe de Estado.
¿Se consideraba 100% un hippie o más bien un hippie a su propio estilo?
Yo era un hippie a mi pinta, porque yo me bañaba, empecé a escribir. No macheteaba a cualquiera sino que a las mujeres nomás. Me acercaba y les decía: “Oye flaca, ¿no se me habrán quedado mis cigarros en tu cartera anoche?” (ríe). Tuve días muy lindos así como tuve días muy duros, durmiendo a la intemperie en el desierto, en los campos, en los cementerios, escapando de la policía cuando se llevaban presos a todos los que iban mochileando.

De hecho, usted comenta que pasó cinco días preso en la cárcel de Rancagua por vagancia.
Me acuerdo perfecto. Estábamos fumándonos un pito con un hippie en Rancagua y llegaron dos pacos con un perro, y el perro maricón nos echó al agua. El perro hijo de perra. Al menos en la cárcel tuvimos suerte, porque el alcaide que había no nos metió a la galería de los patos malos, sino aparte, en una celda que tenía para castigo, que estaban aparte de la galería. Ahí dormíamos bien, con la puerta con llave. Aunque era asqueroso.
En su relato habla de las plazas de antaño, donde la gente se reunía. ¿Echa de menos esa vida?
Pero claro que sí po. Hay plazas que están completamente desiertas, la gente ya no va a sentarse a la plaza a escuchar música. En Antofagasta mismo, los días sábado y domingo la plaza se llenaba de gente paseando, escuchando la banda. Era hermoso. Ahora pasai por la plaza un domingo en la noche y hay puros hueones aspirando cualquier huea.
Uno de los momentos más memorables del libro es cuando cuenta que ganó un concurso de poesía de una radio y el premio era una cena. Comenta que no lo pensó mucho y simplemente se lanzó a escribir. ¿Tanta fe se tenía en su escritura?
Intuición pura. Yo escribo por intuición, yo vivo por intuición. Todo lo que hago yo es por intuición, y no me falla. Acierto siempre. Cuando estaba escribiendo La Reina Isabel cantaba rancheras a la mitad de la escritura me di cuenta que esta reina se iba a ganar todos los premios.

El libro termina con el hito que marca su paso a la adultez que fue el golpe militar. Comenta que lo encontró trabajando en el mineral Mantos Blancos, de Antofagasta. ¿Cree que las heridas del golpe han cicatrizado en nuestro país?
Todavía no. Aún queda mucha gente por aparecer. No se va a cicatrizar hasta que se muera la última persona.
¿Cómo impactó ese quiebre histórico en sus sueños, proyectos y en la propia “revolución de las flores” que vivía su generación?
Impactó tanto que ya no pude andar más por las carreteras, porque se llenaron de milicos, hasta ahí nomás llegó el viaje del hippie, del mochilero. Tuve que volverme a la pampa para trabajar en la mina, a sufrir todo lo que sufrimos. Si bien yo no estuve preso ni fui torturado, ni nada de eso, los que nos quedamos en Chile sufrimos la dictadura en el trabajo: nos quitaron todas las regalías que habíamos obtenido con marchas y huelgas de hambre.

¿Cómo ha estado su salud con la enfermedad de Parkinson?
Como te has dado cuenta, el Parkinson me está afectando mucho el hablamiento. Pero lo que me tiene muy mal, es que ya no soy el escritor más rápido del medio oeste. Antes, yo escribía con tres dedos, ahora lo hago con uno solo. Pero sigo escribiendo.
En otro ámbito. ¿Qué le pareció la concesión del Premio Nacional de Literatura a Ramón Díaz Eterovic?
Se lo merecía largamente. Es un ser humano muy lindo, aparte de ser buen escritor. Como ser humano es inigualable, soy muy amigo de él. En los tiempos de la dictadura fue el primero que accedió a publicarme un poema en su revista de poesía, La Gota Pura, que sacaban en Santiago. Nos tenemos mucho cariño.

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