
Julio Cortázar, poeta: el lado menos conocido del cronopio
Reconocido por sus cuentos y novelas, Julio Cortázar comenzó siendo un joven poeta que incluso publicó un libro con seudónimo, a sus 24 años. Hoy, una antología ha vuelto a poner en foco la dimensión lírica del argentino, quizás la menos observada de su carrera. Con dos especialistas nos adentramos en ese universo.

La primera vez que Julio Florencio Cortázar publicó un libro, le rondaban serias dudas. Sospechaba que quizás se estaba apurando. Tenía 24 años, era un joven maestro normalista, que en su infancia -en Banfield, al sur de Buenos Aires- había desarrollado un voraz apetito lector, lo cual pronto hizo que se le anidara el bichito de la escritura. Desde entonces, sus primeras aproximaciones a la creación fueron a través de la poesía. Sí, mucho antes que apareciera el autor de Bestiario, o Casa tomada, Julio Cortázar fue poeta.
“Yo vivía en un mundo muy literario y, por lo tanto, estaba rodeado de amigos que se dedicaban a la literatura o a la música o a la pintura, y tenían esa ansia de los jóvenes de darse a conocer, de publicar. Muchos de ellos a los 18 años ya hablan publicado su primer libro de poemas o su primera novela, y al año siguiente te los encontrabas llorando por la calle porque estaban profundamente arrepentidos de haber publicado ese libro. No porque la crítica les hubiera pegado, porque no había ninguna crítica, nadie se enteraba, sólo los amigos leían el libro, pero ellos mismos, que habían caminado un poco más, se daban cuenta de que esa publicación había sido prematura. Yo no sé si por vanidad, pero, en todo caso, con un gran espíritu crítico, me negué a publicar”, contó en una entrevista de 1978.
Hasta que en 1938 se halló con un montón de poemas que le parecieron más o menos presentables como para una publicación. Esta se llamó Presencia, y fue firmada con el nombre de Julio Denis. “Salió en una pequeña edición para los amigos. Es un libro inhallable, que lo publiqué además con un pseudónimo, lo cual te demuestra que yo tenía mis recelos”, agregó. De todos modos, transcurrido el tiempo, igual tenía una buena opinión sobre esos primeros pasos en el género lírico. “Son unos sonetos muy estetizantes, muy malarmianos, muy simbolistas. Bastante bellos, dicho sea de paso. Yo no tengo falsa modestia”.

Esos primeros poemas tenían versos cortos, con rimas; eran algo candorosos, pero interesantes. “Tiniebla mansa con aceite vivo / pero no quiero ya niebla y sudario / frío de tiempo, ¡espera en el santuario / mata y desata! Enigma de cautivo”, escribe en Fantasma, por ejemplo. O en Oración para los días baudelerianos leemos: “Descúbreme el contorno que, escondido / espera tras las luces del diamante / en la equívoca risa de mi amante / y en el colapso del amor bebido”.
El español Miguel Herráez, autor de Julio Cortázar una biografía revisada (Editorial Alrevés, 2011) contextualiza a Culto esos años iniciales como poeta bajo el seudónimo de Julio Denis, previos a que apareciera el escritor que sorprendió al mundo. “Es el tiempo de San Carlos de Bolívar, que se encuentra en el interior de la provincia de Buenos Aires, de las clases de Geografía que debía impartir en el centro escolar, es tiempo de madame Duprat, quien realizaba una suerte de citas culturales en su casa donde se reunían los profesores y profesoras y charlaban de lo humano y de lo divino. Es un tiempo de soledades y de lecturas, de un Cortázar que se conforma con esa vida que él llega a calificar de pueblero, y que ignora lo que le vendrá en un futuro inmediato, tras Chivilcoy y Mendoza y el regreso coyuntural a Buenos Aires ya en pleno peronismo: París”.

Desde ahí Cortázar continuó con su carrera literaria, que inauguró como narrador en 1951 con el libro de cuentos Bestiario, pero nunca abandonó su amor por la poesía. De hecho, más adelante publicó los poemarios Pameos y meopas (1971) y Salvo el crepúsculo (1984). Además, en sus otros libros -sobre todo los de registro más experimental e inclasificables- también fue colocando poemas sueltos. Así leemos versos en Historias de cronopios y famas (1962), La vuelta al día en ochenta mundos (1967), Último round (1969), Libro de Manuel (1973) o en Un tal Lucas (1979).
Sin embargo, fueron sus libros de narrativa -como Final del juego, Todos los fuegos el fuego, Rayuela, Las armas secretas- los que lo fueron posicionando como un referente ineludible en la literatura latinoamericana, lo cual ha hecho que su costado como poeta sea menos conocido por el público. Acaso con el objetivo de volver a poner en el tapete la poesía de Julio Cortázar, ha aparecido la antología Poesía completa, que publica Alfaguara. Se trata de un volumen que no solo recopila sus libros de versos, sino también todo lo que el oriundo de Ixelles fue colocando en otros títulos. Además, incluye una serie de poemas inéditos descubiertos en el archivo de la Fundación Lázaro Galdiano en Madrid.

Más poeta que narrador
A cargo del volumen estuvo el editor español Andreu Jaume, quien comenta a Culto los rasgos de la poesía de Cortázar, muy a tono con sus lecturas afrancesadas. “Se inscribe claramente dentro del simbolismo, de la tradición que va de Baudelaire a Nerval, por otra parte muy propia de Argentina y muy coherente con la formación y el gusto del propio Cortázar. La imaginación narrativa de Cortázar no deja de tener la misma filiación, pero en la poesía le sale un sustrato más puro, más canónico. De ahí que ahora se pueda ver su poesía como el trasfondo que en buen parte explica el origen de sus ficciones”.
Herráez también se anima y señala sobre la poesía cortazariana: “Toda la obra de Cortázar, sea en formato verso o narrativo, obedece a un mismo mundo, una visión basada en la cotidianidad. Lo fácil sería añadir que el surrealismo no le es ajeno, lo que es verdad. Quiero decir que asistimos frente a Julio Cortázar a un universo genuino y propio en el que su registro, no obstante, irá variando. Por ejemplo, observamos un tratamiento del mensaje oscilante desde el formalismo inicial suyo, en gran medida academicista, podríamos señalar, cuando es Julio Denis, al rompimiento con un enfoque ideológico más objetivo en los poemas de Razones de la cólera, que pertenecen a los años cincuenta y que posteriormente el escritor diseminó en La vuelta al día en ochenta mundos y en Salvo el crepúsculo, y que recorren la Argentina y sus conflictos socio-políticos. Estética y ética, pues”.

A la manera de Borges y como lo haría posteriormente Roberto Bolaño, en la obra narrativa de Cortázar hay una fuerte presencia de la poesía. No solo con versos, sino de personajes poetas y de un entrañable amor por ese universo. Por ello, hay un diálogo constante en ambas orillas del río. Así lo comenta Miguel Herráez: “Creo que se da una especie de ósmosis, una complementariedad, dos caras no excluyentes. Tiene cuentos que son auténticos poemas pero son cuentos. Hay partes enteras de Rayuela que son poemas. También, cierta tarde, Julio Silva, el gran amigo de Cortázar, me confesó, al preguntarle qué le parecía el Cortázar poeta, me respondió (no recuerdo con exactitud si era Picasso, pero nos sirve la referencia): ‘Picasso también tocaba la guitarra’. Y me hizo un gesto como dándome a entender que nadie recuerda a Picasso por tocar la guitarra. Eso es lo que veo en la obra cortazariana, mucha poesía, aunque sus cuentos jamás deben entenderse, por supuesto, como prosa poética o algo así, son cuentos de metodología narratológica, de mecánica narrativa, pero que se empapan de poesía. Los mejores narradores han sido previamente poetas, han aprendido a dominar el lenguaje y sus pulsos, es el caso de Cortázar”.
Andreu Jaume opina: “Me parece que la poesía de Cortázar, además de sostenerse por sí misma, explica el origen de su imaginario, que en buena medida es simbolista, partiendo sobre todo del Edgar Allan Poe traducido por Baudelaire. Más que un diálogo entre su poesía y su prosa, lo que hay, me parece, es un secreto vaso comunicante de una tradición asumida sin riesgo en poesía a una innovación desatada en prosa. Creo que sin la una no se puede entender la otra, aunque la segunda sea por derecho propio mucho más ambiciosa y original. Por otra parte, esta poesía también contribuye a valorar el oído de Cortázar para el español, que en ocasiones es verdaderamente admirable, desde un punto de vista estrictamente prosódico”.

Ante ese ir y venir en ambas caras de la escritura cortazariana, cabe hacerse la pregunta: ¿Julio Cortázar era un poeta que escribía narrativa? Responde Andreu Jaume: “Creo que Cortázar fue un narrador que admiraba mucho a los poetas, como lo fue Borges. Pero Borges consiguió, en sus mejores momentos, igualar, por así decirlo, su poesía con su prosa. Cortázar, en cambio, fue siempre ‘un viejo poeta’ pero un viejo poeta adolescente, manteniendo su dedicación en un nivel mimético, de constante homenaje a la tradición en la que se había formado y que por otra parte irriga lo mejor de la poesía latinoamericana”.
Sobre lo mismo, Miguel Herráez apunta: “Sí, puede interpretarse así. Lo poético se filtraba a través de su narrativa, de su lenguaje desformalizado que siempre atiende a su efecto connotado. Es un lenguaje de lo real pero con una piel diferente. Atractivamente diferente”.
¿Qué opinaba él mismo? En una entrevista de 1974 con Rita Guibert, en México, comentó cómo fue su tránsito literario: “Fui escribiendo mis libros, que siguieron como en tantos escritores el proceso característico de la historia de la literatura universal, es decir, que empezaron por la poesía en verso para desembocar en algo instrumentalmente más arduo y azaroso, la prosa narrativa (oigo crujidos de dientes y veo mesaduras de pelo, qué le vamos a hacer), hasta que en ese terreno me nació un estilo lo más propio posible y que según opiniones que respeto, empezando por la mía, se apoya en el humor para ir en busca del amor, entendiendo por este último la más extrema sed antropológica”.

Para comenzar a adentrarse en la poesía cortazariana, ¿cuál será su libro de poesía más llamativo? Andreu Jaume dice: “En general, hay una unidad de tono muy curiosa. Cortázar se consideraba, cuando publicó su primer poemario en 1971, ‘un viejo poeta’. Y eso se nota. Tenía mucha facilidad para las estrofas cerradas, para el verso, algo que es un tanto contraproducente en la modernidad. Quizá por eso mi libro favorito sea el inédito, Fábula de la muerte, escrito en 1941 bajo la impresión de la muerte de su amigo Alfredo Enrique Mariscal: ‘Crear un ser de tu no ser / qué ciencia me abriera el oscuro puerto’. Parece de Rilke. El poema inicial es magnífico”.
Por su lado, Miguel Herráez indica el suyo: “Salvo el crepúsculo compila un muestreo perfecto para determinar su alcance. Recordemos que él se inicia en el discurso poemático a partir de sonetos simbolistas, firmados como Julio Denis, en Presencia, poética que, saltando el poema dramático Los Reyes, queda abandonada en Pameos y meopas, etapa en la que implosiona el formalismo medido al incorporar la transgresión del código clásico en favor de una búsqueda del lenguaje y de lo real sin contención”.
Con el biógrafo también exploramos una última interrogante. ¿por qué pasó tanto tiempo entre el volumen de poemas con seudónimo -1938- y el primero con su nombre -1971-? Responde Herráez: “Por esas fechas Cortázar ya es un cuentista y novelista reconocido. Atrás ha quedado la poesía en verso, o la poesía en verso sumida voluntariamente en la clandestinidad. Es curioso cómo en cierta ocasión Aurora Bernárdez en París me dijo que él siempre se consideró más poeta que narrador. Pero yo creo que la fuerza que hallamos en sus cuentos, fuerza que se nutre igualmente de poesía pero no en verso, es más potente que en sus poemas”.

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