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Rodrigo Lira: el regreso del operador del lenguaje

Su primer libro, Proyecto de obras completas, fue publicado de manera póstuma y se convirtió en un neoclásico de la poesía chilena. Hoy está de vuelta gracias a una reedición de Ediciones UDP. Con su editor y un amigo cercano indagamos en las claves del trabajo de Lira: una obra arriesgada y original, e indagamos en una particular anécdota de su vida.

Rodrigo Lira: el regreso del operador del lenguaje

I

Quienes veían las pantallas del popular programa ¿Cuánto vale el show?, de Teleonce, se sorprendieron. Durante la emisión del 23 de noviembre de 1981, apareció un joven de 31 años, de presencia imponente, pero que irradiaba algo de candidez con un precario disfraz. Una especie de toga con un sombrero algo estrafalario. Se llamaba Rodrigo Lira Canguilhem. Al animador Alejandro Chávez Pinto le costó leer su segundo apellido y se lo tuvo que preguntar. Si la gran mayoría de los participantes cantaba acompañados de la orquesta, Lira hizo algo osado: una mini representación de un fragmento del Otelo, de William Shakespeare.

La experiencia resultó bien, y da cuenta de que su interés artístico era siempre ir más allá. Incluso, al ser consultado por Chávez, dijo que era “poeta” y que como “artista de la voz” era “un autodidacta”. Esto, comentó, lo hacía pensando en ganar entrenamiento para declamar su propios trabajos.

Rodrigo Lira en ¿Cuánto vale el show?

Por entonces, Lira ya tenía un buen corpus de material poético pero no había logrado publicar un volumen propio. Sí había sido incluido en antologías y publicaciones colectivas. Incluso, en 1978 había obtenido una mención honrosa en el concurso Alerce, de la SECH (Sociedad de Escritores de Chile); el segundo premio en el certamen “Palabras para el hombre”, de la Agrupación Cultural Universitaria, de ese mismo año; y lo mismo en el concurso organizado por la Vicerrectoría Académica de la Universidad de Chile, en 1979. Más aún, en 1979 su poema 4 tres cientos sesenta y cincos y un 366 de onces obtuvo el primer lugar del concurso organizado por la revista La Bicicleta y salió en el número 6, de marzo-abril de 1980.

Si bien su talento se estaba dando a conocer poco a poco, le faltaba una publicación, pero esta nunca llegó. Lira se suicidó el 26 de diciembre de 1981 -día de su cumpleaños 32- dejándose desangrar en la bañera de su departamento, en la avenida Grecia. En su carta de despedida, junto con pedirle a sus padres que lo perdonaran, habló de sus manuscritos. “Sentiría que se destruyeran así no más”. Era toda su obra.

Y su sueño se hizo realidad de manera póstuma, en 1984. Ese año apareció su primer libro, Proyecto de obras completas, con un elogioso prólogo de Enrique Lihn y bajo Ediciones Minga. El volumen tuvo otras dos vidas: en 2003, con Universitaria, y en 2014, con Ediciones UDP. Ahora, esa misma casa editora vuelve a poner en circulación uno de los volúmenes más relevantes de la poesía chilena, acaso por su originalidad y riesgo. Es que la poesía de Rodrigo Lira no se parecía a nada.

Carnet de Rodrigo Lira como alumno de la U. Católica. Cortesía: Archivos UDP.

Así lo comenta a Culto el editor Felipe Gana: “La poesía de Rodrigo Lira es bastante vital, del día a día, muy viva. Con formas que van desde el currículum a las noticias, las cartas e incluso a los extraordinarios y contingentes Epiglama oliengtaleh. Es arriesgado y vital, en sus formas y contenidos y, quizás por eso, sigue siendo tan importante en los lectores jóvenes de poesía. Hay riesgo en ella y al leerlo".

Acaso el gran amigo de Lira era el cronista Roberto Merino, quien también define su poesía a Culto: “En líneas generales, tiene instantes poéticos a través de un camino lateral en relación al lenguaje. En su obra había una reacción ante la retórica lírica, muy propia de la época. Lo que Rodrigo hacía eran textos sobre temas muy poco tocados, que no se podrían colocar en los tópicos habituales de la poesía, como en la Topología del pobre topo. Son textos largos, donde va entrando en una especie de trance, entraba en la enunciación, en el ponerse a hablar, eso produce una despersonalización y se pone el lenguaje en el primer plano. Hace cosas inesperadas, y todo con un lenguaje que no tenía que ver con la poesía".

En la mencionada Topología del pobre topo, por ejemplo, escribe: “Tormentoso, el Topo tiembla: tiene tristeza: atrona un poco. / El Topo no tiene comida: dinero tiene tampoco. / Pero tiene taller / Tiene taller: en las tardes talla tornea tañe tararea -atrona un poco".

Manuscrito original de la Topología del pobre topo. Cortesía: Archivos UDP.

Es que para Rodrigo Lira la clave de su poesía era estirar el lenguaje, y en ello hay que sumar una dimensión autobiográfica. “Su trabajo es en extremo testimonial, no es coincidencia que algunos de sus grandes poemas tengan como título Testimonio de circunstancia, Comunicado o Autocríticas, uno, no está escindido el personaje del poeta, ambos están juntos -dice Felipe Gana-. La performance en ¿Cuánto vale el show? es, desde luego, parte de su poética. Así como la lecturas en público o los diarios que pegaba en las paredes de su universidad, junto con Roberto Merino y Antonio de la Fuente. Toda su obra y vida fue un testimonio de su poesía”.

“Rodrigo jugaba mucho con los formatos -agrega Roberto Merino-. En Angustioso caso de soltería, por ejemplo, juega con una especie de aviso. Hay otro que es similar a un currrículum, entonces trabaja lo confesional, pero con estos formatos lo que hace es distanciarlo".

II

Pese a su talento destacado, decíamos que a Lira le costó mucho publicar de manera formal, lo cual puede ser una anomalía dentro de un contexto literario muy bullente. Por esos años, la bisagra entre los 70 y los 80, la poesía chilena vivía quizás una de sus épocas más gloriosas. Son los años de los últimos grandes libros de Nicanor Parra: Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977) y Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979); Raúl Zurita estaba irrumpiendo con Purgatorio (1979) y Anteparaíso (1982); ya estaban comenzando a circular los poemas de Diego Maquieira, Ronald Kay, más los libros-objeto de Juan Luis Martínez (La nueva novela y La poesía chilena); y pronto comenzarían a aparecer nombres como Elvira Hernández, Carmen Berenguer o Malú Urriola.

Pero a Lira le costó publicar dado su contexto precario. Nunca terminó una carrera universitaria -de las muchas que comenzó- ni tuvo una estabilidad laboral. “No publicó ningún libro más que una o dos plaquettes, pero sí hizo muchas fotocopias, muchas de ellas guardadas en el Archivo UDP -comenta Gana-. Al verlas todas se puede ver que tuvo mucha obra, quizás no publicada, pero sí repartida entre sus conocidos, en recitales poéticos o en los patios del Pedagógico. Posiblemente su fragilidad y precariedad, y desde luego los años de dictadura, hacían más difícil la publicación en formato de libro”.

“En los años 70 y 80, en términos económicos, publicar no era tan fácil -añade Merino-. No existían las condiciones tecnológicas de ahora. Era caro publicar, sobre todo para una persona que estaba en la universidad, que laboralmente no había funcionado mucho porque era una época de poco trabajo en general. Así lo veíamos los jóvenes en ese momento, capaz que para un adulto más consolidado le hubiese costado menos”. Por eso, es que Rodrigo Lira desarrolló su propio sistema de publicación, basado en las fotocopias que repartía él mismo, los letraset y hasta ocupaba el sistema de impresión de los plotter, que se utilizan en la arquitectura. Gran parte de ese material es el que reúne su Proyecto de obras completas.

A pesar de esa dificultad, Lira consiguió hacer circular sus poemas en el mundo literario chileno, y estos tenían cierto rebote con la tradición literaria anterior a él. “Sobre todo con los poetas mayores de su época: Lihn y Parra -dice Gana-. También con Huidobro. Sus Ars poetique y sus Poemas ecológicos los emplazan directamente. Tampoco hay que dejar de lado sus constantes trifulcas con el ‘resto de la poesía chilena’, un poema clave en ese sentido es 78: panorama poético santiaguino, donde lo cuenta todo con desparpajo".

Con Enrique Lihn tuvo una relación particular, y hubo un episodio que el mismo autor de La pieza oscura cuenta en el prólogo del libro. La vez en que Lira se tomó la libertad de “corregir” uno de sus libros: “Una tarde llegó a General Salvo con una sorpresa: su ejemplar de mi novela La orquesta de cristal corregida, más bien reeditada por él. Para operar con mayor comodidad había desencuadernado La orquesta, haciéndole poner un lomo de espiral de plástico: así le sumó páginas en blanco que se inundaron de las enmiendas, inserciones o eliminaciones y sustituciones a que había sometido mi novela, a partir de un solvente trabajo de corrector". Y además, Lira le hizo una observación: “Me aseguró que mi libro no había llegado a su merecido público, debido a la forma indebida en que lo había publicado la Editorial Sudamericana”.

A Lihn la iniciativa le despertó curiosidad. “Le pedí a Lira el ejemplar de la novela para revisarlo, interesado en conservar esa curiosidad, pero no me pareció que se tratara de una propuesta realista ni me detuve a considerar qué había detrás de ella”. ¿Resultado? Lira se retiró molesto de la casa de Lihn. “Según le confidenció después a Cacho Gacitúa, había esperado que contratara sus servicios como secretario editor, corrector de pruebas y de estilo: algo que a mí no se me pasó por la cabeza”.

Es que, sin saberlo, Lihn había dado en el centro del principal interés de Lira. “Para Rodrigo sus pasiones eran sustanciales, él se definía como operador del lenguaje más que poeta. No podía soportar que esa obra -a la que asignaba tanto valor- tuviera esa calidad tan desgraciada”, recuerda Roberto Merino.

III

Para preparar su presentación en ¿Cuánto vale el show? Rodrigo Lira le pidió ayuda a Roberto Merino. “Yo estuve encima de eso -recuerda el cronista-. Iba a mi casa a ensayar el parlamento de Otelo. Como se tomó muy en serio esta cuestión actoral, lo estudió solo en su casa, e iba a verme porque yo tenía una grabadora mejor que la suya. Todo el ensayo lo hizo ahí“.

“Este programa consideraba solo dos minutos de actuación, entonces, él dividió esos dos minutos: en el primero, hizo el parlamento (como estaba), que él consideraba que estaba mal, con palabras pomposas, medio ridículo; y en el segundo, afirmaba que no lo quería hacer así, y lo hizo dramáticamente. Incluso, en el segundo minuto se puso un gorro de guerrero japonés que creo, era de Violeta Parra, no sé por qué. Todo muy extraño”.

La performance de Lira, algo exagerada, fue muy reconocida y la muy compuesta Yolanda Montecinos -parte del jurado del programa- lo destacó por ser “muy interesante” y porque era una especie de isla “dentro de la mediocrización que existe hoy en el campo del arte”. Obtuvo la suma de $8.700 pesos, un buen pozo para la época. “Con la plata se compró una bicicleta nueva -recuerda Merino-. Era una bicicleta chilena, no era importada. Me acuerdo que pasó un día por mi casa con ella y me dijo que se la había comprado con la plata del premio. Ese día que fue al programa, él fue el que obtuvo la suma más alta”.

La poesía de Rodrigo Lira sobrevivió a su autor, e incluso el mismísimo Roberto Bolaño alguna vez afirmó que Lira era el “mejor poeta de su generación”. Ante eso, nos preguntamos ¿cuál es su lugar en la poesía chilena? Responde Felipe Gana: “Sabemos que a Bolaño le gustaba ser polémico y apuntar a los que él consideraba los mejores en algo, algunas veces le apuntó, en otras poco o nada. Respecto a Lira, tengo la impresión de que estaba prendiendo con fuego la poco apacible pradera de la poesía chilena, algo que, por lo demás, a Lira le gustaba hacer. No sé si es el mejor poeta de su generación, lo que sí tengo claro es que ocupa un lugar iniciativo en nuestra poesía, debe ser el primer poeta que muchos jóvenes empiezan a leer con admiración, alucinan con él y su obra se les vuelve un fetiche, algo de que asirse, un amigo que les habla. Creo que ocupa ese lugar preponderante, ese de empujar a los jóvenes a la poesía”.

Remata Roberto Merino: “Eso de considerar el mejor es un tic no más. ¿Qué significa eso? Pero, yo creo que Rodrigo ocupa un lugar significativo, todavía es nítido. Uno vuelve a leerlo y encuentra el fenómeno de la poesía, un mundo dramático, gracioso, extravagante muy chileno de los 70. Hay mucho resplandeciendo en sus textos”.

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