Emprendimiento

The Mycelium Project: el secreto del emprendimiento con hongos creado por dos chilenas de 18 años

Con apenas 18 años, Esther Ramírez y Gabriela Weissman decidieron que no era demasiado pronto para cambiar el mundo. Desde un concurso de innovación escolar nació un emprendimiento que usa hongos para degradar plásticos y textiles.

Esther Ramírez y Gabriela Weissman, The Micelyum Project

Cuando la mayoría de sus compañeros estaba pensando en la PAES o en qué estudiar, Esther Ramírez y Gabriela Weissman ya estaban mirando un problema global: la contaminación plástica y textil. Y en lugar de sólo indignarse, hicieron algo. Participaron en un concurso de emprendimiento e innovación de la FEN de la Universidad de Chile y de ahí nació The Mycelium Project. Dos jóvenes, un laboratorio y una idea que —como los hongos que investigan— comenzó a crecer bajo tierra, silenciosa, pero firme.

Su propósito es claro y potente: degradar los residuos plásticos y textiles que hoy asfixian al planeta, empezando por uno de los lugares donde el problema se siente más fuerte: el Desierto de Atacama, convertido en un verdadero cementerio de ropa y desechos. “Queremos llegar al mundo desde ese punto cero”, dicen ellas, convencidas de que la innovación chilena puede tener impacto global.

¿La clave? Un hongo. Pero no cualquier hongo. El secreto está en su capacidad de romper los enlaces químicos más duros del plástico, esos que casi nada logra degradar. El micelio —la parte viva y subterránea del hongo— desarma esas cadenas y las transforma en algo mucho más simple: hidrógeno y carbono. En otras palabras, lo que la industria tarda siglos en descomponer, la naturaleza podría hacerlo en cuestión de semanas.

Ilustración científica del micelio utilizado.

Las dos emprendedoras, todavía adolescentes, experimentaron una y otra vez hasta lograr una fórmula viable. The Mycelium Project no solo busca limpiar, sino también reutilizar los residuos de su propio proceso, creando materiales como “cuero” biológico y compost natural a partir del micelio residual. Y justamente aquí es donde proyectan el modelo de negocio. Todo encaja en una lógica de economía circular, donde nada se pierde y todo se transforma.

“Queremos inspirar a más personas”, dicen, y por eso ya están preparando charlas gratuitas en colegios y universidades, para compartir lo aprendido y motivar a otros a actuar. Porque para Esther y Gabriela, no se trata solo de un proyecto científico, sino de una manera de contagiar curiosidad y compromiso.

Hoy, su mirada apunta más lejos. Están buscando alianzas con universidades y empresas que quieran experimentar con biotecnología sustentable en Chile. “Soñamos con que algún día este tipo de soluciones sean parte normal de la industria, no la excepción”, comenta Esther. Y mientras tanto, Gabriela agrega: “Esto recién está empezando”.

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