LT Domingo

Columna de Héctor Soto: La teoría del secuestro

Concertación

Tal vez nunca terminaremos de entender el desenlace de la Concertación, por lejos la coalición política más exitosa de la historia de Chile y que fue capaz de unir, desde fines de los años 80, a las fuerzas políticas de centro con parte importante de la izquierda histórica chilena. El bloque conquistó el gobierno cuatro veces después de la dictadura y animó el más prolongado período de crecimiento, prosperidad y bienestar que jamás haya visto la sociedad chilena.

Lo curioso es que, a pesar de eso, la coalición fue derrotada por Sebastián Piñera el año 2010, el primer presidente elegido por la derecha en más de medio siglo. Habían transcurrido dos décadas de concertacionismo rampante, el bloque había experimentado un natural desgaste y era entendible la pulsión que movió a la ciudadanía a optar por la alternancia. Era tan poco lo que el oficialismo había renovado sus cuadros dirigentes, que cuando llegó el momento de elegir a su candidato para las elecciones del 2009, el bloque no halló a nadie mejor que al expresidente Eduardo Frei -posiblemente el menos carismático de los mandatarios del período- para dar la pelea por la continuidad. La Concertación se preocupó de muchas cosas en los 20 años que gobernó el país -del crecimiento económico, de las variables de equidad, de instalar sus propio cuadros políticos y tecnocráticos en el aparato público, de tender vínculos con el sector empresarial, de abrir efectivamente la economía chilena al mundo-, pero si algo descuidó fue el proceso de renovación de dirigentes y líderes. En eso fue un desastre. La historia de la Concertación es la de una generación de cincuentones y sesentones que se apernó a los cargos y que llegó a creer por distintas razones -históricas, culturales e incluso éticas, relativas a una supuesta superioridad moral- que el gobierno era propiedad privativa suya.

Es una ironía que el éxito de la Concertación descansara en una obviedad y en un equívoco. La obviedad es que no volviera a gobernar la derecha, porque luego de 17 años de régimen militar el país quedó -digamos- agradecido en una fracción de la población, pero absolutamente curtido de espanto en su gran mayoría. El equívoco, por su parte, remite a que la coalición gobernó durante dos décadas con un discurso moderado y posibilista, que en teoría contrariaba sus convicciones políticas más íntimas, porque correspondía solo a lo que hipotéticamente la derecha le dejaba hacer. Lo que la Concertación realmente quería hacer, y que nunca pudo llevar a cabo, jamás quedó muy claro en el imaginario ciudadano. Lo que sí estaba claro, y era lo que sus dirigentes políticos le vendían a la ciudadanía, es que el bloque era un pobre y triste rehén de los amarres de la dictadura y de la mala fe de la derecha.

Obviamente, la teoría del secuestro histórico, además de truculenta, es poco verosímil. Podrá servir para explicar algunos episodios, a lo mejor, pero difícilmente puede dar cuenta de todo el período. En lo grueso no se sostiene. La propia política, por lo demás, es el arte de lo posible. Siempre hay algo que los gobiernos quieren y no pueden realizar por distintas circunstancias y eso no los convierte en lacayos de los contextos. ¿Cómo se sostiene la teoría del secuestro, por ejemplo, frente a la decisión del Presidente Lagos de sacar con ocasión de la reforma del 2005 el nombre de Pinochet de la Constitución y de poner el suyo y el de todos sus ministros, no teniendo ninguna necesidad de hacerlo? ¿No era porque sentía, después de las reformas introducidas, que esa Constitución era mucho más suya que de Pinochet?

Como bloque político templado mucho más en la oposición a la dictadura que en la articulación de un proyecto político propio, la Concertación supo confrontar con éxito a la derecha, pero quedó sin repertorio en el momento en que debió salir a atajar las críticas de la izquierda. Estas se fundaban precisamente en haberse comportado -tal como sus propios dirigentes siempre dijeron- como rehenes de los resabios autoritarios. ¿Lo fueron o no lo fueron? Si es cierto, es patético. Y si es falso, entonces es una impostura. Si me lo dejas, me muero si me lo quitas, me matas. En ambas alternativas la coalición queda mal parada. Eso explica la obsecuencia con que terminó abjurando de su legado, avergonzándose de su obra y rindiéndose al PC y al Frente Amplio.

Ya sin identidad propia y sin un solo líder que les permita siquiera soñar por un rato con proyectarse, los partidos de la centroizquierda, que tan exitosos fueron en la transición, hoy están reducidos a la condición de comparsas de una oposición que hace tiempo dejaron de inspirar y dirigir. Ni la música ni la letra del bloque opositor les pertenece.

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