Yo sobreviví al coronavirus
Ya son más de 1.800 las personas que han logrado recuperarse de este agresivo virus. Aquí, cinco relatos de quienes superaron el Covid-19.

Daniela Mónaco, 42 años
“Uno siente que anda con una pistola en la mano que se puede disparar en cualquier momento”
La primera vez que Daniela (42) escuchó sobre el coronavirus fue mientras estaba de vacaciones con su familia en el verano. No le dio importancia hasta que entraron sus niños al colegio y comenzaron a salir algunos casos dentro del establecimiento. Recuerda que en ese momento se urgió e incluso les comentó a sus amigas su preocupación, pero la trataron de exagerada.
Al aparecer casos cercanos, como familia decidieron encerrarse para prevenir lo que unos días más tarde llegaría. “Rápidamente me imagine que era coronavirus, porque ese día confirmaron que la profesora de mi hija más chica había dado positivo, y justo esa semana la habíamos acompañado hasta la sala, porque eran sus primeros días de clases, entonces tuvimos harto contacto con la profesora”, cuenta Daniela.
En un principio, la enfermedad avanzaba como se esperaba, incluso hubo un fin de semana en el que tuvo una inesperada mejoría que la hizo creer que todo por fin estaba pasando. Hasta al otro día.
Mientras se duchaba, Daniela comenzó a desvanecerse, tenía problemas para respirar y le vino una taquicardia fuerte que terminó con vómitos. Desde ese día en adelante la fiebre no paró.
Un escáner con focos de neumonía reveló que su condición había empeorado y de un momento a otro estaba internada sin entender demasiado qué era lo que estaba pasando. “Es raro que te digan que te van a dejar ahí, fue el momento más angustiante por lejos, no saber qué te va a pasar, si tus pulmones van a soportar o no, fue muy difícil”, recuerda.
La rutina de las 48 horas que estuvo hospitalizada era simple. El equipo médico la visitaba tres veces al día, y cualquier otra cosa que necesitara debía llamar a alguien o contactar a los doctores por celular. “Uno siente que anda con una pistola en la mano que se puede disparar en cualquier momento. Porque es tan errático esto, que tú no sabes cómo va a reaccionar ese otro organismo al que contagiaste”, explica.
Desde que la dieron de alta, Daniela sale todos los días, a las 21.00 en punto, a aplaudir por la ventana en su barrio. Lo que más agradece es poder vivir el encierro junto a su familia y ahora hasta lo disfruta. “Es súper fuerte que te tenga que tocar tan de cerca para poder darle el peso que realmente tiene”, dice.

Paola Medina, 43 años
“Los médicos nos pedían que rezáramos para salir de esta”
Paola Medina Henríquez (43 años, dos hijos, cajera de una tienda de departamentos) hasta el día de hoy no sabe cómo se contagió.
Cuando sintió los primeros síntomas del coronavirus -problemas gástricos y fiebre intermitente-, el 17 de marzo pasado, llevaba varios días bajo un estricto aislamiento voluntario en la casa de su hermana Rosa, en el campo, a las afueras de Temuco, camino a Labranza. “La primera vez que llegué al hospital me hicieron unas preguntas, no me hicieron el test para confirmar el virus, pero de todas formas me pidieron que me mantuviera en cuarentena”, relata Paola.
Pero en vez de mejorar, todo se complicó. Una semana después, su hermana Rosa también enfermó. “Le costaba respirar, consultó en el Hospital Regional de Temuco y le diagnosticaron una faringitis. La mandaron de vuelta a la casa, pero en la noche estaba tan mal que tuvieron que llevarla en ambulancia al centro asistencial, ahí dio positivo al test del Covid-19”. Para Paola, cada día era más difícil respirar. El menor esfuerzo físico la dejaba botada en la cama. Ni siquiera tenía fuerzas para comer. “El martes 31 de marzo, cuando fui por segunda vez al hospital, ya no podía ni siquiera hablar por la falta de aire. Me pasaron de inmediato a una pieza en la que me colocaron oxígeno”, relata.
Dos días tardó en estar listo el resultado del examen que confirmaría lo que ya era obvio: coronavirus.
Solo entonces la trasladaron a una habitación de aislamiento en el séptimo piso del Hospital Dr. Hernán Henríquez Aravena, donde se mantendría todo el tiempo con oxigenación. No estaría sola. En la misma habitación había dos mujeres más, entre ellas una señora de 83 años, contagiada también de Covid-19.
“Fue terrible. Ella gritaba todo el tiempo que le dolía mucho y se sacaba el oxígeno. Nosotros teníamos que levantarnos como podíamos para ir a ayudarla. El sábado 4 de abril en la noche ella murió. Ver eso es tremendo. Uno ve en las noticias cómo a las personas que mueren las echan en bolsas selladas y uno piensa si será tan así. Pero realmente es así. Sellaron la bolsa y nadie más, ni sus familiares pudieron volver a verla. Eso me impactó mucho, ver la muerte al lado tuyo”.
Paola es enfática. “Uno realmente tiene que poner mucho de su parte. Todo el tiempo veíamos a los médicos y enfermeras corriendo de un lado a otro, porque llegaban pacientes nuevos o alguien se estaba muriendo. Sentía miedo, especialmente de haber contagiado a mis hijos (de cinco y 10 años).
“La gente es muy egoísta hoy. Mientras no tengas un familiar o ellos mismos se contagien, muchos siguen saliendo. Pero esta es una enfermedad terrible. Yo tuve mucho miedo de morirme. Realmente piensas que te vas a morir. Pero mientras no lo vivas directamente, a muchos les cuesta tomar conciencia. Los médicos cuando nos iban ver a la pieza nos pedían que rezáramos para salir de esta”.
El miércoles pasado le dieron el alta, pero deberá permanecer 14 días más en cuarentena en el Hotel Frontera, el que fue habilitado como centro de aislamiento en Temuco. “Yo fui afortunada, porque ya estoy saliendo de esto”, cuenta Paola.

Max Bortnic, 25 años
“Hay que entender que todos somos vulnerables”
En medio de un viaje por España que duró tres semanas, Max Bortnic (25) ya comenzaba a notar las farmacias desabastecidas, sin alcohol gel ni mucho menos mascarillas. Los supermercados vacíos, el colapso de la gente a medida que iban apareciendo más casos y las decisiones tardías que tomaba el gobierno español. Sus últimos días en Barcelona los pasó encerrado, saliendo lo justo y necesario, hasta el 15 de marzo, cuando partió de vuelta a Chile. Aunque no tenía altas temperaturas al llegar al aeropuerto de Santiago, comenzó con los síntomas un día después.
Con mucho dolor muscular, fiebre y poca tos seca, la primera vez que fue a hacerse el examen del coronavirus, un día martes, dio negativo. Sin embargo, ya para el viernes los síntomas solo habían aumentado. Una radiografía de tórax que reveló una neumonía expandida en sus pulmones y el test positivo de Covid-19 hicieron que lo dejaran internado en la Clínica Las Condes para prevenir que su condición empeorara. Sin ninguna enfermedad de base y con una vida relativamente sana, esta era la primera vez Max era internado.
“Los primeros días, más que dolores estaba agotado, sin energía, trataba de dormir, no tenía ánimo para leer ni para hacer nada. Los remedios son fuertes, entonces hay algunos que dan dolores de guata, mareos; yo solo podía estar acostado y tratar de recuperarme de a poco”, comenta Max Bortnic. En los cinco días que estuvo en la UCI no se sintió solo, el compromiso de los equipos médicos que lo visitaban varias veces al día lo tranquilizaba, aunque le preocupaba el hecho de que por entrar a verlo a él se expusieran al contagio. Con los días su condición fue mejorando, lo dieron de alta, y si bien salió muy agotado, de a poco se fue recuperando en su casa.
Hoy ya hace vida normal, retomó el deporte y se está poniendo al día con las clases online de la Universidad de Chile. “Pienso que mucha gente le ha bajado el perfil a la enfermedad, y si bien hay que mantener la calma, también hay que fijarse en las realidades de otros países para entender que no es simplemente una gripe y que todos somos vulnerables”, concluye Bortnic.

Juan Santander, 47 años
“El grado de incertidumbre, no saber cómo va tu evolución, no saber lo que tienes, todas esas cosas pasan por tu cabeza”
Juan Santander (47) trabaja como chofer de la línea 14 de la locomoción colectiva de Temuco. Si bien no tiene ninguna enfermedad de base, estar expuesto al contacto con personas diariamente lo hizo estar consciente de que el coronavirus podría afectarlo en algún minuto. Y así fue. El 20 de marzo comenzó con síntomas, mucho dolor de cabeza, de espalda y escalofríos intensos.
“Sentía que mis pulmones se comprimían y mucha fiebre. Hicimos lo imposible con mi señora para aliviar los dolores, pero en un minuto ya no podía más. En el consultorio el médico enseguida dijo que yo era positivo sin siquiera hacerme el examen”, relata. Al ser evidentes los síntomas y al ver el estado en el que Juan estaba, el doctor pidió una ambulancia para que lo trasladaran al Hospital Dr. Hernán Henríquez Aravena. Pero al no estar listo el test, no era prioridad.
Recién el 30 de marzo ingresó al hospital, durmió una noche solo y al otro día lo trasladaron a otra sala donde había tres pacientes como él, cada uno con su botella de oxígeno conectada cuando lo necesitaran. “El grado de incertidumbre, no saber cómo va tu evolución, no saber lo que tienes, todas esas cosas pasan por tu cabeza. Pero aquí he conocido hartos pacientes, y se ha creado un buen lazo con los compañeros, son un gran aporte de apoyo moral cuando a uno le baja la impaciencia”, comenta. El acompañamiento entre los pacientes, para Juan, ha sido fundamental porque -a pesar de hablar siempre con su familia a través de videollamadas- le resulta difícil estar sin ella.
Ya son 13 días los que lleva hospitalizado y comienza a darse cuenta cómo el hospital se ha llenado desde que llegó. Dice que se nota cómo los médicos corren, los enfermeros van de un lado para otro y se siente en el ambiente. A pesar de que no ha sido dado de alta, hoy forma parte de los pacientes con Covid-19 que evolucionan favorablemente. Hace cinco días que no tiene fiebre ni ningún otro síntoma de los que presentó al principio. “Las cosas pasan por algo, aquí me he encontrado con mucha gente buena, y no queda más que luchar y no bajar los brazos, se puede salir adelante”, asegura Juan Santander.

Félix de Moya, 65 años
“No tenía idea en qué ciudad del mundo estaba cuando desperté”
Quince días conectado a ventilador mecánico hicieron que Félix de Moya (65) se diera cuenta de que no tenía solo un resfrío. El picor que sintió en la garganta días antes de internarse era un síntoma que había sentido antes, cada vez que viajaba a Chile desde Granada, la ciudad española en donde vive. Todos los años, Félix viaja al país a visitar a sus hijos y a hacer parte de su trabajo, en el cual debe relacionarse con distintas universidades. Pero esta visita fue distinta.
“Los españoles pensábamos que era un problema que tenían los italianos y los chinos, pero todavía no nosotros”, recuerda. Este pensamiento se reafirmó al ver que su temperatura marcaba 36,4 grados cuando se la tomaron al llegar a Chile. Pero una semana después, el picor de la garganta, más las dificultades para respirar lo hicieron llegar hasta la Urgencia de la Clínica Alemana pensando que incluso podría ser una alergia común. Lo internaron inmediatamente, su condición al parecer era mucho más grave de lo que él creía, y al dar positivo en el test PCR -el examen para coronavirus- le notificaron que debían ingresarlo y que tendrían que conectarlo a ventilación mecánica. Eso es lo último que recuerda. Félix solo despertó dos semanas después.
“La reanimación es fuerte, uno tiene una sensación de confusión, no tenía idea en qué ciudad del mundo estaba cuando desperté. No estaba en mi país, mi familia no estaba conmigo y no tenía una idea muy clara de cómo había llegado a parar ahí”, dice.
Félix comenta que en un principio le costaba mucho hablar, y a pesar de que le preguntaran reiteradas veces dónde estaba y que él repetía “en Santiago, en la Clínica Alemana”, ni siquiera estaba convencido de que eso fuera así. Solo con el paso de los días y cuando se logró comunicar con su esposa -quien desde España hablaba a diario con los médicos que lo trataban- fue reconstruyendo lo que había pasado.
Hace una semana que pasó de la UCI a Cuidados Intermedios y hace dos días pasó a una habitación individual, pero todavía está completamente aislado. Hoy espera su alta haciendo videollamadas, en la mañana y en la tarde, con sus hijos y su esposa. También escucha audiolibros, que son su afición, aparte de informarse de política internacional -una práctica que ahora dejó de lado, porque lo agobian las noticias-.
“Tengo la impresión de que hay demasiada gente que este asunto no se lo toma en serio, pero este es un bicho muy traicionero, que hace aflorar las debilidades que tiene cualquiera”, advierte De Moya.

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