Cada cierto tiempo se me cruzan por la vida objetos que había olvidado que existían; me pasó eso con algunas cerámicas que he ido coleccionando, aunque hablar de colección con pocas piezas puede ser un poco pretencioso. La de Lota la empecé con unas piezas que heredé, floreros de formas clásicas, bastante simples y que nadie más en mi familia quiso; después me regalaron un par más y he ido comprando algunas otras en los galpones de Brasil... tienen algo en su simpleza que hace que se vean bien siempre, independiente de donde se pongan. De Pablo Sabal solo tengo un león que encontré hace poco en una tienda de barrio Italia; cuando lo vi fue un flash back a los 70. Creo que no había casa en esa época que no tuviera una pareja de palomas; no sé si lo compré por lo lindo que es o por los recuerdos que gatilló. De cerámicas CALA no tengo nada, pero cada vez que me cruzo con una pieza de ellos reconozco el trazado a mano, las formas clásicas, los colores italianos y me acuerdo de una tienda que tuvieron hace muchas lunas en Providencia. Las tres son marcas que han dejado huella, objetos bonitos, que se usaban, se disfrutaban y eran chilenas. Hoy solo quedan dos funcionando, CALA y Zabal. Gracias a un nuevo libro de Cerámica Lota supe más de su historia, de los cientos de diseños producidos sin mayor concepto de colección, solo objetos bonitos, utilitarios o decorativos; aprendí de los tipos de decorado y de cómo era una fuente de trabajo importante en el sector de Lota. Ahora miro las pocas piezas que tengo en mi casa con otros ojos.

En el reportaje sobre estas tres fábricas de cerámicas van a entender mejor la génesis de cada una, porque las piezas de Zabal son icónicas y solo se hacen en azul y blanco, o cómo llegan a Chile diseños italianos que serían reproducidos en Los Andes.

Al escoger estas piezas, no se eligen solo por lindas, sino también porque existen un oficio y una tradición detrás, y eso no se encuentra todos los días.