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Las envolventes

Semana del 29 de diciembre de 2012 al 4 de enero de 2013.

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Los avances técnicos en la construcción, en especial con el desarrollo del hormigón armado y el acero, a fines del siglo antepasado, significaron una revolución en la concepción y realización de obras arquitectónicas. Las tareas de bajar las cargas y delimitar los espacios se vieron por primera vez separadas dentro de los edificios. Así, los muros que antes tenían la labor de soportar y separar, ahora con el invento de la estructura tipo ‘esqueleto’ solo se dedicaron a bajar las cargas. Se dejó entonces una mayor ‘libertad’ para cerrar los espacios, naciendo el muro cortina con el fin de ser un filtro ambiental entre el exterior y el interior (lluvia, ruido, viento, luz, sol, etc.).

Esta libertad en el uso de cerramientos de los edificios llevó a logros como la fluidez espacial, vistas, etc., pero trajo el problema de cómo controlar el indiscriminado ingreso de radiación solar al interior de los edificios.

Pero hay ciertos elementos que son mejor interceptados en el muro mismo, como el aire, la temperatura y el sonido; otros, como la luz, pueden ser controlados en el interior y elementos como la radiación solar son más eficazmente interceptados si no alcanzan la envolvente del edificio.

En términos muy generales se puede decir que un muro cortina acristalado deja pasar aproximadamente diez veces más la radiación solar que un muro opaco, y que una ventana que está sombreada transmite menos de un tercio del calor que una que no está protegida. Por ello, una de las tareas más importantes que debería cumplir la envolvente de un edificio es protegerlo de la radiación solar, porque el muro cortina en sí es muy poco lo que puede hacer.

Cuando un edificio ocupa quiebrasoles, y estos están bien situados, son capaces de interceptar y disipar la radiación solar antes de que ingrese. Al diseñar los elementos correctamente según el cambiante recorrido del sol, se puede proteger el edificio del calor en el verano y dejarlo entrar en invierno. Esto resulta teniendo en cuenta la localización, latitud y la orientación en que se ubica el solar en el que se construirá. Santiago se encuentra a los 33° latitud sur, lo que es bastante cercano al Ecuador si se compara con los lugares donde nació el muro cortina como Chicago y Nueva York (entre los 45° y 50° de latitud). Esto obliga a pensar en la necesidad de diseñar los edificios con una conciencia climática, en que las fachadas respondan a estos problemas.

Al parecer, los quiebrasoles nacen de los avances técnicos de principios del siglo pasado, donde el muro ya no es el responsable de transferir las cargas, siendo su tarea principal mediar entre el exterior y el interior del edificio. Le Corbusier fue uno de los pioneros en el diseño de estos elementos y gracias a su interacción con arquitectos brasileños los quiebrasoles tuvieron un temprano desarrollo en Latinoamérica, como se puede ver en la obra de Oscar Niemeyer y la gran mayoría de los arquitectos que se identificaron con él. Así, el quiebrasol se convirtió en un elemento característico de la arquitectura moderna brasileña que, debido al clima en que se encuentra, se hizo un elemento esencial para el control climático de la ‘nueva arquitectura’.

En Chile, el uso de quiebrasoles también tuvo un desarrollo en los exponentes del movimiento moderno locales, debido a que nuestro clima presenta dificultades para el control térmico de los edificios. Tal es el caso del arquitecto Emilio Duhart, quien proyectó varios edificios que ocupaban estos elementos como protección y diseño de fachadas.

El quiebrasol, como elemento para el control solar y también para la composición de fachadas, ha tenido varios cambios y transformaciones en su forma, en su materialidad, etc., a través del presente siglo, pero su utilización sigue siendo necesaria para el control térmico y ahorro de energía en los edificios.

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