Un disparo en el ascensor
Desde el 18 de mayo al 18 de junio el fotógrafo Tomás Rodríguez presenta en Galería Artespacio "Elevator", una serie de retratos espontáneos tomados dentro del ascensor del Museo Whitney (actual Met Breuer) en Nueva York.


Su experiencia es abultada como artista. Ha desarrollado diferentes temas relacionados con la figura humana y la geometría del paisaje, estudió dirección de cine en España, tomó cursos de fotografía en Chile con Paz Errázuriz y participó del taller anual Bloc. Luego, junto a su mujer, la arquitecta Olimpia Lira, decidieron partir a vivir a Nueva York.
Una vez allá comenzó a buscar el punto de partida en su fotografía artística; no tenía contactos ni estudio fotográfico y el dinero era bastante justo para poder estar en esa ciudad por dos años. “Cuando llegué al Museo Whitney por primera vez y entré a este ascensor supe de inmediato que iba a ser mi próximo estudio de foto y mi próximo body of work. Había algo en ese lugar que me cautivó, el ascensor era enorme y me interesó esta idea de estar encerrado en una especie de pieza oscura rodeado de desconocidos de todas partes del mundo”, dice.
El plan
El lugar escogido fue el ascensor de este edificio emblemático de Nueva York, diseñado por Marcel Breuer. Este ascensor es el corazón del edificio, los visitantes suelen subir hasta el quinto piso y luego recorrer el museo bajando por sus escaleras.

Una vez que empezó a visitar el lugar se dio cuenta de que este ascensor era también un lugar de espera, un lugar para detenerse, un lugar propicio para el ensimismamiento y la ensoñación. “Me di cuenta de que los sujetos que yo escogía no solo viajaban físicamente de un piso a otro sino que también psicológicamente; eso era lo que me interesaba, más que el registro preciso de la realidad, lo que está detrás de eso, la representación del subconsciente; la vida interior”, cuenta.
Se filtró como un espía, sin pedir permiso, más bien pidiendo perdón cada vez que lo descubrían. Diseñó una estrategia para poder estar en este lugar y no ser detectado por los personajes que fotografiaba. “Me interesaba pillarlos en su naturalidad, así no se espanta el misterio”, explica.
Se fue a su casa y comenzó a practicar la estrategia. “Tomé mi cámara, me la colgué al cuello y comencé a disparar desde el pecho, sin ver lo que estaba fotografiando. Es un buen ejercicio porque te permite no calcular tanto lo que vas a fotografiar, darle paso al instinto. Recuerdo una frase del gran fotógrafo chileno Sergio Larraín que siempre me ha marcado: ‘No es el cerebro quien aprieta el obturador, es la sangre’”, comenta Tomás.

Un ejercicio de perder el control para que la fotografía agarre vida propia dentro de un espacio público que transita a lo íntimo. “Me parece interesante cuando nos olvidamos que estamos en lugares públicos, rodeados de desconocidos, y comenzamos a tener ciertos comportamientos más íntimos”, dice.
Normalmente esperaba que las puertas del ascensor se abrieran para que entrara la luz y dejara ver estos cuerpos suspendidos en sus pensamientos, con microexpresiones faciales en estado de viaje. Ahí se percató de otro detalle: “Las puertas del ascensor funcionaban como el obturador de mi cámara, abre sus puertas para que entre la luz y congele un instante. Eran dos cajas en sincronía”, afirma.
La sospecha
Para no pagar la entrada cada vez que iba a su ‘estudio’ compró la membresía anual del Museo Whitney durante la bienal del 2014, y eligió este período porque había muchas visitas en el museo.
Básicamente lo que hacía era no ir todos los días para que su cara no fuera familiar. “Durante tres meses iba tres veces por semana y me vestía distinto, con una chaqueta que me ocultaba la cámara con bolsillos grandes para poder accionar el disparador. Me pasó muchas veces que los guardias me descubrían porque en el museo no se podían hacer fotografías, ni a los visitantes ni a las obras”, dice. “El proyecto terminó cuando me echaron definitivamente”.

En muchas fotografías se siente la tensión del minuto en que se tomó la foto; es evidente la cercanía que tuvo Tomás con el sujeto. “Hay cruces de mirada que justo cuando me miran a los ojos yo disparo”, cuenta.
Una vez que tuvo todo el material editado y seleccionado lo imprimió junto con una carta dirigida al Museo Whitney pidiendo perdón por haber sido un intruso en su casa. “No pude dejar de mostrarles el trabajo que realicé durante todo ese tiempo y esperé que lo disfrutaran y entendieran. Fui al museo y dejé el portafolio, sabiendo que por curatoría solo muestran arte norteamericano, pero yo necesitaba cerrar el ciclo. A los 4 días recibí un mail de la curadora de fotografía del museo diciendo que habían disfrutado un montón el material y que estaban interesados en ir a mi taller”, concluye.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
2.
4.
Este septiembre disfruta de los descuentos de la Ruta del Vino, a un precio especial los 3 primeros meses.
Plan digital + LT Beneficios$3.990/mes SUSCRÍBETE