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Arte, éxito y tragedia: los vertiginosos años de Matta en Nueva York

El artista chileno llegó a Estados Unidos en 1939, escapando de la guerra en Europa. Era la estrella más joven del surrealismo y deslumbró a la escena neoyorquina. Tuvo un rol clave en el origen del expresionismo abstracto y, nueve años más tarde, salió amargamente de la Gran Manzana. Una biografía publicada por Rafael Gumucio recupera esta historia.

Desde la cubierta del barco, Nueva York parecía un juego de luces. Un luminoso árbol de Navidad. Así al menos lo recordaba Roberto Matta. El artista desembarcó en la ciudad el 1 de noviembre de 1939, dos meses después del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Llegó con 27 años y siete dólares en los bolsillos. No tenía trabajo ni conocidos, pero iba armado de un talento excepcional y una ambición a la medida: Matta llegó a Nueva York con ganas de comerse el mundo.

Solo seis meses después, el artista nacido en Chile logró su primera muestra en la galería de Julien Lévy. El marchante quedó impresionado con su obra, su visión y su personalidad: Matta irrumpió en la escena neoyorquina con espíritu de aventura y la convicción de un conquistador. “Lo desbordaba un optimismo prematuro y una impaciente decepción; creyente ardoroso en todo y sin creer absolutamente en nada”, recordó el galerista.

Nacido en Santiago en 1911, Matta llegó a Nueva York desde París como la estrella más joven del surrealismo. Para entonces había pasado por el taller de arquitectura de Le Corbusier; había conocido a Federico García Lorca y a Dalí en España, y sobre todo, había sido acogido en el corazón del movimiento surrealista por André Breton. Pero aún no se convertía en Matta. Eso ocurrió en Nueva York:

-Matta se construye en Nueva York. Hasta entonces era un joven artista muy prometedor, pero él estaba convencido de su genio. Y en Nueva York alcanza su pedestal -dice Rafael Gumucio.

Tras dedicar una biografía a Nicanor Parra, el escritor acaba de publicar El vértigo de Eros, una investigación minuciosa, profusamente documentada, escrita con sensibilidad literaria, sobre los años neoyorquinos de Matta. Un período esencial en la trayectoria del artista, que dejó huella en la historia del arte y que influyó significativamente en los orígenes del expresionismo abstracto o la llamada Escuela de Nueva York: Jackson Pollock, Willem de Kooning, Robert Motherwell, Peter Busa y Arshile Gorky, entre otros.

“Matta era, sin duda, una personalidad electrizante. En aquellos sombríos días de la Depresión, y con la Segunda Guerra Mundial en curso, Matta transmitía un optimismo, una sensación de infinitas posibilidades de todo lo que aún quedaba por hacer, era un soplo de aire fresco en la desolación de Greenwich Village”, dijo Robert Motherwell.

Nueva York miraba a Europa, la capital de la cultura y las vanguardias, y Matta venía de allí, con el glamour de ser protagonista del surrealismo. Fue el primero en exiliarse en Nueva York; luego arribaron Breton, Max Ernst, Fernand Léger y André Masson. Sus pinturas y dibujos tenían energía propia, distinta a los paisajes oníricos del resto; una enigmática fuerza incandescente que deslumbró a curadores, coleccionistas y a la generación de artistas jóvenes.

-A los americanos siempre les gustan las cosas espectaculares, inauditas, bombásticas. Y la pintura de Matta de comienzos de los 40 no se parece a nada, ni a nadie, y al mismo tiempo es muy colorida, muy encendida. Entonces, con toda naturalidad, causó sensación -dice Gumucio.

Para el galerista Sidney Janis, Matta era “un joven artista de irreprimible talento y temperamento”, una “mecha que iluminó la escena neoyorquina”. Por lo demás, Matta tenía un genuino interés en conocer a los artistas norteamericanos. Su cercanía de edad y la facilidad con el idioma lo aproximó a ellos. Matta hablaba inglés fluidamente, “mientras que Breton no hablaba ni una palabra, Masson se negaba a hacerlo, Léger se negaba también”, recordó.

“Tuve éxito y todo, ¿sabes?”, le dijo al filósofo Eduardo Carrasco. “Porque era muy joven y ya me hacían exposiciones en el Museo de Arte Moderno. Un enorme éxito desde el punto de vista de lo que ellos llaman así”.

Para muchos críticos y especialistas, fue la mejor época de Matta. Logró reconocimiento, hizo amigos, alcanzó influencia. También fue padre: en Nueva York nacieron los gemelos Sebastián y Gordon Matta-Clark, a los que abandonó apenas nacieron. Se separó y se volvió a casar. Pero este período tan prolífico terminó amargamente con una tragedia. Y Matta escapó de Nueva York.

En llamas

A inicios de 1941, después de la primera muestra de Matta, su amigo Gordon Onslow-Ford fue invitado a dar conferencias sobre surrealismo en la New School for Social Research. Las charlas despertaron mucho interés; entre el público se encontraban Pollock, Gorky, Rothko y Motherwell, entre otros. Durante una de las conferencias, el expositor de pronto señaló a un joven de la sala:

“Para mi asombro, dijo que era un genio. Después de la conferencia hablamos largo y tendido. El hombre era Roberto Matta, quien se convirtió en uno de mis amigos más cercanos en aquellos días”, recordó Motherwell.

Como apunta Gumucio, “Matta no tuvo, en el sentido clásico, alumnos en Nueva York, pero llama la atención cómo todos los que se acercan demasiado a él resultan contagiados por su pintura”. Así ocurrió con Onslow-Ford, exmarino a quien Matta convenció de que podía pintar. Y con el profesor y arquitecto Bob Motherwell.

Durante ese verano, Motherwell acompañó a Matta a México. Fue un viaje de cuatro meses, que resultó determinante en la pintura del artista chileno. Motherwell, contó más tarde, se unió “para estar cerca de Matta, quien se había convertido temporalmente, y de forma un tanto involuntaria, en mi mentor”. Para el norteamericano, fue “una educación de 10 años de surrealismo” en unos meses.

El paisaje, los colores, la fuerza telúrica de México impactaron la sensibilidad de Matta. “Lo veía todo en llamas, pero desde un punto de vista metafísico”, dijo. Así nacieron pinturas como El vértigo de Eros, El día es un atentado y La Tierra es un hombre. Obras que, según la crítica Martica Sawin, “asombraron al público de Nueva York; los críticos más perspicaces las elogiaron; museos y coleccionistas las compraron, y un joven editor escribió: ‘Si me preguntan quién es el pintor del que más se habla en la ciudad, diría que Matta’”.

Marcel Duchamp, a quien Matta reconocía como su verdadero maestro, lo apoyó sin reservas: “Es el artista más profundo de nuestra generación”, declaró.

La rebelión

Encumbrado en su ola creativa, Matta concibió una revolución al interior del palacio del surrealismo. Durante el invierno de 1942-1943, en su taller de la Novena Avenida se reunía semanalmente con un grupo de artistas de la generación joven para experimentar en la pintura automática y otras técnicas.

Así lo cuenta Deborah Solomon, biógrafa de Jackson Pollock: “De todos los surrealistas que vivían en Nueva York, Pollock trabó amistad con uno. Nacido en Chile, Roberto Matta se incorporó al surrealismo tardíamente y era una rareza entre los emigrantes, ya que hablaba inglés con fluidez y estaba interesado en conocer a pintores estadounidenses. Detestaba a Breton, a quien consideraba insoportablemente rígido, y estaba decidido a evitar que el surrealismo degenerara en una academia, creando un movimiento derivado compuesto exclusivamente por estadounidenses”.

Con una enorme habilidad para pintar, a Matta no le interesaba la pintura en sí misma. Más bien, le interesaba la exploración interior, pensar, “crecer para dentro”, como le dijo a Eduardo Carrasco. Aquellas sesiones se trataban en gran parte de eso. En una de ellas, Matta preguntó: ¿Qué es una flor? Pollock, que solía ser callado, respondió: “Una flor es un zorro en una madriguera”.

Pollock sentía interés en las teorías del artista chileno, si bien su disposición también podía deberse al “reconocimiento de que Matta estaba bien establecido en Europa, una posición a la que él también aspiraba”, según la crítica Ellen Landau.

Para Motherwell, en aquellas sesiones en el taller de Matta se encuentra “el origen de lo que más tarde se conoció como expresionismo abstracto”. El artista estaba muy entusiasmado con la idea de mostrar los resultados en una exposición colectiva en la galería de Peggy Guggenheim.

La muestra finalmente no se realizó, pero Matta fue un generoso impulsor del grupo. Insistentemente recomendó a Pollock con Peggy Guggenheim, la coleccionista y mecenas que se había casado con Max Ernst. De hecho, fue él quien los presentó.

“Arshile Gorky y Jackson Pollock fueron los dos artistas americanos que más se beneficiaron de la influencia de Matta”, ha dicho la historiadora del arte Sara Beristain.

-Uno ve los cuadros de Gorky o de Pollock de los 40 y la semejanza con Matta es bien brutal. Más de lo que Pollock querría reconocer -dice Gumucio.

Pero los caminos comenzaron a separarse: a mediados de los 40 la pintura de Matta se abrió a integrar figuras antropomorfas y a hacerse eco del horror de la guerra. Más tarde se vincularía con los símbolos precolombinos. En cambio, los norteamericanos insistieron en la gestualidad y la materialidad de la pintura.

-Matta podría haberse vendido como el padre de la Escuela de Nueva York, pero no le interesaba. Matta era un lector de filosofía, de física, de teosofía; tenía humor e ironía, como Duchamp. La amistad con estos pintores tan ontológicamente pintores no lo entusiasmaba: sentía que se quedaban con el gesto externo, superficial -dice Gumucio.

El fin del esplendoroso período de Nueva York fue precipitado por la tragedia de Arshile Gorky.

Juicio y castigo

De origen armenio, Gorky buscaba un estilo propio, pero a inicios de la década seguía muy apegado al modelo de artistas que admiraba. Sin embargo, la amistad con Matta lo ayudó a encontrar su camino. Pero la tragedia comenzó a pisarle los talones.

En 1946 se incendió el estudio de su casa y perdió muchas pinturas; luego fue operado de cáncer de colon y se hundió en la depresión. Gorky se volvió irascible y violento. Más tarde sufrió un accidente de automóvil que le dejó el brazo derecho temporalmente paralizado. Para entonces, la convivencia con su mujer, a quien llamaba Mougouch, era insostenible, y ella se escapó un fin de semana con Matta.

Gorky se enteró; al principio no dijo nada, pero durante una crisis rompió obras que Matta le había regalado y empujó a su mujer por las escaleras.

Mougouch se fue a la casa de sus padres con sus hijas. Cinco días después Gorky se suicidó.

Su muerte impactó profundamente al medio artístico norteamericano, que no tardó en condenar a Matta. Desde Francia el grupo surrealista encabezado por Breton le hizo un juicio en su ausencia y decidió expulsarlo, pese a la oposición de Marcel Duchamp. De pronto, Matta se quedó solo.

“Y resistí todos esos palos sin volverme loco, ni desesperarme… pero pasé casi un año sin poder trabajar. No podía ni siquiera dibujar”, le contó a Eduardo Carrasco.

Los cambios de pareja entre los surrealistas no eran inusuales: Max Ernst había sido pareja de Gala y esta se fue con Dalí; Ernst se casó con Peggy Guggenheim y luego la dejó por Dorothea Tanning, mientras Matta abandonó a Anne Clark por Patricia Kane, quien luego se fue en brazos de Pierre Matisse.

-En ese contexto, ¿era extraño que Matta tuviera una aventura con la mujer de su amigo?

-Desde el punto de vista europeo y surrealista no tenía nada de raro. Lo que se hacía en esos casos era informar a todos los concernidos. Pero Breton era una persona de una moral compleja, él se podía permitir a sí mismo cosas que a otros no permitía. Y el medio norteamericano era profundamente moralista. Yo creo que la condena a Matta por su romance es solo en parte, porque fue un poco la excusa que encontraron para castigarlo por intentar formar un grupo aparte. Pero en Estados Unidos sí fue muy mal visto -dice Gumucio.

No sólo eso: algunos críticos se empecinaron en omitir a Matta de la historia del expresionismo abstracto.

-Los críticos Clement Greenberg y Harold Rosenberg estaban obsesionados con la idea de que esta escuela era puramente americana y no le debía nada a ningún no americano. Tenía que ser una escuela propiamente gringa. Y en ese sentido, la figura de Matta era un obstáculo, y había que borrarlo.

Nueve años después, tras conocer el éxito y el rechazo, el artista vio cómo las luces de Nueva York se alejaban, se perdían en la niebla, sobre la cubierta de un barco que lo traía a Chile. Fue una breve escala; enseguida partió a Italia. Debía volver a arder y comenzar de nuevo.

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