Cecilia Sepúlveda: “Como médico te remece completamente decidir a quién salvar”

Más de 30 años después de liderar la lucha contra la pandemia del VIH en Chile, la inmunóloga compara la tensión que viven hoy los equipos médicos en el mundo por la escasez de camas en los hospitales con lo que fueron esos años. “Se puede hacer un paralelo: en el fondo es el drama que significa para el médico el tener que decidir a cuál paciente dar tratamiento”, reflexiona.


A través del rectángulo de la cámara de su celular, se ve que la doctora Cecilia Sepúlveda -médica internista, inmunóloga y la primera mujer en asumir el decanato en la escuela de medicina de la Universidad de Chile- vive la cuarentena de la misma forma que lo hacen miles de chilenos: confinada en su casa de Ñuñoa.

Lejos de los comités médicos sigue las noticias sobre el Covid-19 con la experiencia de años al frente del servicio de inmunología del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, que le permiten tener un punto de vista sobre lo hecho hasta el momento en la emergencia. “Como país nos preparamos para la llegada el virus, tal vez las medidas podrían haber sido mejores, pero siempre las cosas pueden ser mejores”, opina Sepúlveda, y dice que esta preparación se vio al contar con las pruebas diagnósticas cuando surgieron los primeros casos en el país y en que se tomaran medidas como el aislamiento social, la cuarentena en algunas comunas o la suspensión de clases.

-O sea, ¿siente que nos preparamos para esta especie de tsunami que se viene?

-Nos preparamos, pero no estamos preparados para un tsunami.

La respuesta de la doctora es seca y se apoya en las estadísticas de camas por cada mil habitantes de la OCDE. Éstas dicen que Chile tiene 2,1, lejos de las 4 que recomienda la organización y las 13 y 12, respectivamente, de Japón y Corea. “La capacidad de nuestro sistema de salud no daría abasto si la enfermedad se propaga descontroladamente. Desde ese punto de vista, no estamos preparados”, advierte.

Ésta no es la primera pandemia que enfrenta Sepúlveda. En los 80, después de volver del exilio en Francia con su marido donde se especializó en inmunología en la Universidad Pierre et Marie, su retorno coincidió con los primeros casos de VIH-Sida en el país. Eran tiempos en que la mayoría de los centros de salud no atendía a los pacientes que habían contraído la enfermedad por esos años sin cura, pero Sepúlveda decidió seguir tratándolos en el servicio de inmunología del Hospital Clínico de la Universidad de Chile.

En una primera etapa no disponíamos de ningún tratamiento para controlar el VIH porque se trataba de un virus nuevo. En ese sentido se puede hacer un paralelo con lo que está pasando hoy. Pasaron más de 15 años entre que aparecieron los primeros casos y se encontró un tratamiento eficaz, inicialmente los tratamientos eran muy escasos y caros”, recuerda la inmunóloga.

La relación viene de cajón después de semanas viendo las historias viralizadas en redes sociales por médicos italianos y españoles contando como la escasez de recursos médicos, como los ya famosos ventiladores mecánicos, los ha llevado a decidir a qué pacientes entregar tratamiento y finalmente salvar de la muerte. Sepúlveda recuerda como en los 90 el sistema de salud chileno no era capaz de entregarle tratamiento contra el VIH a todos los que los necesitaban, llevando al personal médico a enfrentar situaciones parecidas. “Eso llevó a que en algunos centros de salud se tuvo que decidir a quién se le proporcionaba tratamiento y a quienes no. Por eso uno puede pensar en qué va a ocurrir en las próximas semanas si tenemos una gran afluencia de personas con coronavirus graves que lleguen a las unidades de cuidados intensivos. ¿Se va a tener que tomar la decisión de a quién colocar en ventilación mecánica?”, reflexiona la doctora.

-Se asemejaría a lo que vivió hace 30 años.

-No es lo mismo, son enfermedades distintas, pero en ese sentido se puede hacer un paralelo: en el fondo es el drama que significa para el médico y los equipos de salud el tener que tomar una decisión así. Eso no debería pasar, los equipos de salud nunca deberíamos tener que tomar una opción de este tipo, todos debieran tener acceso a los tratamientos, pero sabemos que los recursos son limitados y que esta decisión se ha tenido que tomar en otros países. Ojalá que en Chile no tengamos que llegar a eso.

- ¿Qué le pasa a uno por la cabeza cuando debes decidir a quién salvar?

-El estrés emocional es grande. Decidir a quién se le da la posibilidad de seguir con vida y a quien no es una cuestión tremenda. Como médico te remece completamente el tener que tomar una decisión de esa naturaleza. Por eso en Italia y España las asociaciones científicas han elaborado ciertas pautas y recomendaciones que puedan servir de apoyo a los médicos que se encuentran en esa situación, siempre considerando la gravedad del paciente, sus antecedentes, los deseos que expresó previamente y los de la familia. Hay una cuestión ética muy fuerte en esas situaciones.

Esta semana Estados Unidos se transformó en el nuevo epicentro del Covid-19, con Nueva York como el punto más crítico del país. Eso lo han retratado medios emblemáticos de esa ciudad, simbolizando en el personal médico la lucha contra la enfermedad. Un buen ejemplo es la portada aparecida esta semana en la típica revista The New Yorker titulada “Bedtime” (Hora de dormir), donde se ve la ilustración de un hombre que trabaja en un hospital dándole las buenas noches a sus hijos a través de la pantalla de su celular. El New York Times no se ha quedado atrás centrando su cobertura en cómo vive el personal médico la emergencia y contando historias como la de un centro hospitalario en Brooklyn, donde los médicos se reúnen en una carpa afuera a rezar pidiendo fuerzas por el escenario que enfrentan día a día.

-¿Cuando los doctores viven situaciones como ésta se llevan esa carga a su casa?

-Eso es algo muy individual. En mi caso me costaba bastante separar ese tema emocional de mi trabajo porque detrás de cada paciente hay una familia. Inevitablemente uno piensa que una situación así te podría tocar en tu familia y cae en el deseo de poder ayudar como sea a esa persona, a esa familia. Es difícil separarlo del trabajo, pero hay que hacerlo porque sino no puedes seguir adelante porque al día siguiente te va a volver a tocar encontrarte con otra persona así, con otro rostro, familia, seres queridos y tal vez vas a tener que volver a decidir. Hay que absorberlo y seguir adelante.

-¿Usted cómo aprendió a vivir con esa carga?

-Uno conversa con los otros integrantes del equipo de salud. Eso ayuda a poder exteriorizar estas situaciones de estrés emocional. Es importante poder compartir con otros colegas lo que está sucediendo. Esa es la manera de salir adelante. Hay que recordar que en medicina cuando se estudia para ejercer, a uno se le prepara para enfrentar situaciones graves en las cuales el médico tiene que estar familiarizado con situaciones límites.

-¿Cómo conviven con el miedo social hacia una enfermedad sin cura como es hoy el Covid-19 y fue en su momento el VIH?

-Es muy importante la evidencia. En el caso del VIH la evidencia me indicaba que el virus se transmitía sólo por tres vías, entonces cuando me decían que tuviera cuidado por usar el mismo teléfono que un paciente, por dar un ejemplo, yo no tenía ningún temor porque sabía que la evidencia mostraba que así la enfermedad no se adquiere. En este virus la evidencia dice que se contagia por el contacto estrecho de una persona infectada y sus secreciones o gotitas respiratorias, con alguien sano. Por eso hay que colocar barreras para evitar el contacto y el contagio.

-¿Los doctores sienten miedo?

-Sin duda. Somos humanos y sentimos temores. Por eso es importante ver cuál es la evidencia y extremar las medidas de protección para mantenernos sanos, no sólo por nosotros y nuestras familias, sino que para seguir atendiendo a la población que lo necesita.

La vida después de esto

Mientras prepara las clases online para sus alumnos de medicina en la Universidad de Chile, la ex decana de esa escuela reflexiona sobre cosas como ésa: renunciar al aula y entregar las cátedras a través de una pantalla. Una de las muchas cosas que Sepúlveda cree que esta pandemia nos dejará.

-Hay investigadores que han planteado que el Covid-19 podría volverse endémico.

-Es probable que el virus se vuelva endémico y que a medida que la población vaya teniendo contacto con él se vayan generando defensas. Eso está en estudio, aún no sabemos cómo es la respuesta inmune ni cuán duradera es frente al virus. Es probable que se transforme en una endemia, pero también es probable que aparezcan otros agentes infecciosos por consecuencia de mutaciones que generan los virus debido a procesos como el cambio climático.

-Otros han planteado que con o sin encontrar una vacuna contra el virus, esta emergencia debería durar aproximadamente un año más. ¿Usted comparte esos plazos?

-Todo depende de la eficacia de las medidas que se tomen. Recién estamos empezando abril, por eso creo que, pese a que las medidas tomadas y por tomar sean bien logradas, es probable que esta situación dure todo el otoño y el invierno si uno lo asimila a lo que pasa con las otras enfermedades respiratorias del periodo. Es cuestión de varios meses con grandes alteraciones de lo que era nuestra vida cotidiana.

-En términos prácticos, ¿hay que prepararse para una cuarentena más larga?

-No se puede descartar, todo depende de cómo se comporte el brote en el país. De si logramos aplanar la curva con estas medidas o una cuarentena total que se pueda tomar más adelante. Esto puede durar todo el otoño y el invierno, tres o cuatro meses... al menos.

-Recién hablaba de lo que fue su trabajo con la pandemia del VIH hace más de 30 años. ¿Cómo cree que vamos a recordar esta pandemia en 30 años más?

-Nos va a cambiar la vida, ya lo está haciendo. Uno podría pensar que es transitorio, pero también podría pasar que estos cambios sean permanentes. En 30 años vamos a recordar esta primera pandemia del siglo XXI como una que nos cambió hábitos, que generó nuevos modos de trabajar, de entenderse. Va a ser recordada como la primera gran pandemia y ojalá que sea la única.

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