El club de los traidores
Este es un viaje al centro del odio. Un recorrido nacional e internacional a través de los traspasos más controvertidos y dolorosos de toda la historia del fútbol. Un relato de fidelidad, rivalidad y traición.
No importa cuánto le hayas dado a un equipo, cuántas veces hayas besado su escudo o en cuántas ocasiones le hayas jurado públicamente fidelidad. Nada de todo eso importa si mañana duermes con el enemigo.
“El concepto de traición en el fútbol chileno es algo relativamente reciente, que hasta los años setenta no existía. En los torneos de verano que entonces se celebraban, por ejemplo, era frecuente e incluso normal que los equipos se reforzaran con jugadores de sus máximos rivales”, puntualiza, a modo de reflexión introductoria, el periodista, escritor e historiador chileno, Luis Urrutia O’Nell, Chomsky, como queriendo dar a entender que el fútbol ha cambiado mucho desde entonces. Pero tal vez no haya sido el fútbol, sino el hincha. Y basta con recurrir a los archivos y ver jugar a la U con la camiseta de recambio de Colo Colo en un amistoso internacional de 1961 -a fin de que su indumentaria no se confundiera con la de su rival, el Palmeiras- para corroborarlo.
Fue a fines de la década de los 50 cuando la sombra de la traición sobrevoló por primera vez el fútbol chileno, la tarde en la que el arquero Sergio Livingstone, que acumulaba 16 años defendiendo la camiseta de la franja -con una breve interrupción de un año en el fútbol argentino- anunció su traspaso a Colo Colo. “Aquello sucedió en el año 57 y fue uno de esos traspasos que realmente generaron urticaria. Algunos hinchas rompieron su carnet de socio, invadieron la cancha durante un partido y se manifestaron en el Estadio de Independencia y frente a la antigua sede del club para mostrar su descontento”, rememora Chomsky.
Dieciséis años, los mismos que contaba el legendario delantero Leonel Sánchez en las filas de la U, cuando en 1970 se convirtió también en nuevo refuerzo colocolino. Una decisión controvertida como pocas y un estigma que cargan aún los hinchas azules. Porque Sánchez, ídolo absoluto de Universidad de Chile y parte integrante del mítico Ballet Azul que dominó la década de los 60, no cometió sólo el sacrilegio de marcharse al equipo archirrival en el declive de su carrera deportiva, sino que además, siendo ya futbolista del cuadro popular, dejó una sentencia para la historia que duele todavía más a la hinchada laica: “Colo Colo es Chile”.
TENDENCIA A LA INFIDELIDAD
En la semana posterior al reestreno de José Pedro Fuenzalida en Universidad Católica -pifiado, por cierto, en San Carlos, por su pasado colocolino- entró en escena Gonzalo Jara, el último en mudar su color futbolístico. “Me siento en casa. Para mí el hincha de la U es el más fiel del fútbol chileno”, manifestó el seleccionado esta misma semana en su presentación como nuevo jugador de Universidad de Chile, antes de agregar: “Lo de Colo Colo se dio por circunstancias futbolísticas, pero el gusto de llevar una camiseta es otra cosa”. Unas declaraciones que muchos interpretaron como una muestra de fidelidad a su nuevo club, pero que probablemente escocieron en Macul, donde el zaguero militó entre 2007 y 2009. “Jara no va a tener problemas porque la incidencia que tuvo en su paso por Colo Colo no fue grande, aunque saliera campeón, y porque él es formado en Huachipato, no en Colo Colo. Con Fuenzalida pasa algo parecido, no es tan trascendente su pasado porque él no fue un crack en Católica y en Colo Colo tampoco se convirtió en referente”, argumenta Chomsky, en relación a una tendencia, la de defender la casaquilla de un equipo y luego la de su archirrival que, consideraciones profesionales al margen, parece haberse convertido en un fenómeno al alza en el fútbol chileno.
Un fenómeno, el de la traición a un escudo, que ya mancilló la imagen de más de un ídolo. Como Sebastián Rozental, el referente de Católica que en 2005 no dudó en tildar de “gran error” su breve escarceo con el Cacique en 2001. O Kike Acuña, quien dejó para la posteridad otra confesión de arrepentimiento: “Soy hincha de Católica, pero la cagué en irme a la U”. Sus delitos, quizás menores en comparación con otros casos paradigmáticos, probablemente recibieron el indulto de la hinchada, como lo recibió también Marcelo Barticciotto, el ídolo colocolino que una vez vistió la camiseta de la franja, pero quien, en opinión Chomsky, marcó pese a su traición un precedente en materia de identificación con unos colores: “Barticciotto es un paradigma porque él fue el primer jugador del medio chileno que convirtió un gol a su ex equipo y no lo celebró. Y no sólo no lo celebró, sino que puso una cara de compungido que siempre será recordada”, sostiene.
DOBLE DISCURSO
“La clave, a la hora de medir la reacción de los hinchas, depende de cuán importante ha sido ese futbolista para un club, su grado de identificación, si en el cambio de un equipo a otro ha habido o no clubes intermedios y, sobre todo, los anticuerpos que hayas generado en la hinchada rival, es decir, la virulencia de tus declaraciones”, sintetiza Chomsky. En otras palabras; lo que ningún fanático tolera es la amnesia de sus ídolos y su doble discurso. Una modalidad de traición que es, a menudo, la más recordada. “Todo el mundo sabe que yo soy colocolino y que mi familia es colocolina”, aseguró Severino Vasconcelos, antes de defender la camiseta de la U en Segunda División. “Ahora me declaro más hincha popular que nunca”, dijo el Pájaro Gutiérrez antes de regresar a Católica. “Hoy es el día más feliz de mi vida”, aseguró Emilio Hernández, formado en la U, el primer día que se vistió de albo. “La U es una raza que no existe”, sentenció en su momento el colocolino Alonso Zúñiga -“el caso más tragicómico de todos”, en opinión de Chomsky-, antes de firmar por el conjunto laico y llegar a derramar incluso lágrimas cuando su nuevo club entró en quiebra.
Pero ellos no fueron los únicos en retratarse a sí mismos. Patricio Yáñez, Fabián Guevara o Pedro Reyes, por apuntar sólo dos casos más de una lista interminable, también se empeñaron en demostrar con sus actos la veracidad de aquella vieja máxima de por la boca muere el pez.
LOS JUGADORES MÁS RECORDADOS
Pero basta con echar un vistazo al exterior, para resolver que es probable que el concepto de traición varíe en función del campeonato o del país de turno. Que se lo pregunten a Luís Figo, el primer fichaje galáctico de Florentino Pérez tras su llegada a la presidencia del Real Madrid, quien abandonó el “Barça de sus amores” -club del que era capitán en ese momento- por una suculenta oferta de su archirrival, y a quien llegaron a lanzarle incluso una cabeza de cerdo en su regreso al Camp Nou cuando se disponía a sacar un córner. O a Hugo Sánchez, el goleador mexicano que cambió el Atlético por el Real Madrid en 1985 y a quien nunca perdonaron en el Vicente Calderón. O a Luis Enrique, quien desde su llegada al Barcelona tuvo que aprender a lidiar con la ira del Santiago Bernabéu.
Una ira que también invadió las calles de Florencia cuando Roberto Baggio firmó por la Juventus y los disturbios duraron tres días y se saldaron con más de 50 heridos. La misma ira que también conocieron Caniggia, Ruggeri y Batistuta (River-Boca), Sol Campbell (Tottenham-Arsenal), Michael Owen (Liverpool-United), Mario Balotelli (Inter-Milan), Tévez (United-City), Cesc Fábregas (Arsenal-Chelsea), Enrique Borja (Pumas-América); Mo Johnston (Celtic-Glasgow); Joao Pinto (Benfica-Sporting) o, más recientemente, Mario Götze (Dortmund-Bayern) y que en Chile sólo podría experimentarse, en opinión de Chomsky, “Si Salas hubiera pasado de la U a Colo Colo, si tal vez Paredes se marchase a la U o, sobre todo, si Johnny (Herrera) se cambiase de bando”.
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