Los silencios de JD Salinger
A mediados de los 60, Salinger se retiró a la más célebre de las reclusiones. Había publicado cuatro libros, entre ellos El guardián entre el centeno, cuando dejó la vida pública para transformarse en la mayor leyenda viviente de la literatura estadounidense. El miércoles murió a los 91 años, en Cornish, su refugio por casi 50 años.
Escondido en las últimas páginas del número de Navidad de 1946 de la revista The New Yorker apareció por primera vez Holden Caulfield. Era el de siempre: un adolescente aburrido de todo que intenta desaparecer una fría noche de Nueva York. El cuento Sligt rebellion off Madison había sido aceptado por la revista cinco años atrás. El autor era un insistente joven de 22 años, que solía vestir un abrigo negro y anunciar, a quien quisiera escucharlo, que escribiría la "gran novela americana". Jerome David Salinger no vio su cuento impreso hasta mucho después. Cuando regresó de Europa, donde después de la II Guerra Mundial siguió colaborando con el Ejército norteamericano persiguiendo nazis. También pensaba en Holden. Ya sabemos dónde terminó: protagonizando El guardián entre el centeno (1951), esa novela que remeció la cultura americana, cruzó las fronteras para convertirse en un ícono de la segunda mitad del siglo XX y, como inesperado coletazo, llevó a Salinger a darle la espalda al mundo.
El miércoles pasado, Salinger estaba en su casa en el pueblo de Cornish, en el norte de Estados Unidos. Fue su último día: en su escondite de siempre murió a los 91 años, de causas naturales. Siguiendo su obsesión por la privacidad, su agente informó que no habrá funeral. Salinger ya se había despedido. En 1963, luego de publicar su cuarto y último libro, optó por el silencio para convertirse en una leyenda ausente. La mayor celebridad fantasma de la literatura estadounidense. "Hay una maravillosa paz en no publicar. Me encanta escribir. Amo escribir. Pero sólo escribo para mí", le dijo a The New York Times en 1974, rompiendo por media hora su aislamiento. Nunca más habló públicamente. El culto se disparó. Todavía se venden 250 mil ejemplares anuales de El guardián entre el centeno.
LA FAMA
Nacido en Manhattan el 1 de enero de 1919, Salinger terminó el colegio en la Valley Forge Military Academy. Ahí, como Caulfield, dirigía el equipo de esgrima. Entró y salió de la universidades de Nueva York, Columbia y el Ursinus College, sin graduarse. Lo suyo era la literatura: a fines de los 30 publicaba cuentos en revistas como Esquire y Colliers. Su novia de esos años era Ona O'Neill, hija del dramaturgo Eugene O'Neill y futura esposa de Charles Chaplin. La II Guerra Mundial lo obligó a abandonar EEUU.
Partió al frente en 1942 y fue parte de la liberación de Francia. Su trabajo era interrogar a prisioneros de guerra. La experiencia lo obligó a pasar un par de meses en el hospital, choqueado por las imágenes de las batallas. Tuvo tiempo para otras cosas: conoció a Hemingway, con quien inició una correspondencia. En 1946, le dijo que Holden Caulfield iba a ser el protagonista de una obra de teatro. Antes de seguir con el personaje, Salinger se casó con una alemana llamada Sylvia, de la cual se separaría rápidamente.
De vuelta a EEUU, a la casa de sus padres en Nueva York, Salinger dio vida a la familia Glass, otra de sus obsesiones. En 1948, The New Yorker publica Un día perfecto para el pez plátano, probablemente su cuento más famoso. La imagen final es legendaria: después de pasar un aparente día tranquilo en la playa, el ex soldado Seymour Glass se suicida. Tiene 32 años y se convertirá en la clave de prácticamente toda la obra de Salinger.
Pero antes de los Glass, publica El guardián entre el centeno. La fama de Salinger se dispara. El se cansa rápido: "Me enferma ver mi cara en la portada del libro", le dijo a la prensa en una de sus pocas declaraciones. En otra ocasión habló de sus lecturas: Kafka, Flaubert, Chéjov, García Lorca, Henry James, Jane Austen, Tolstói y Proust, entre otros. En privado, confesó sentirse un continuador de Fitzgerald.
LOS GLASS
En 1953, Salinger abandona Nueva York para retirarse a su refugio, Cornish. Ese mismo año publica Nueve cuentos, volumen de relatos contenidos, emocionantes, llenos de silencio y una insuperable destreza en los diálogos. Es lo que necesita para terminar de consagrarse. Años después, Richard Yates, el autor de Vía revolucionaria, dirá que leerlos lo marcó: "Su lenguaje era pura energía. Nunca más me sucedió algo parecido al leer", dijo. J.D., sin embargo, ya comienza a alejarse.
Recién nueve años después publica su tercer libro: Franny y Zooey, la historia de dos hermanos de la familia Glass. Dos pequeños genios incomprendidos por el mundo. No a todos les gusta. John Updike, que antes lo había alabado, asegura que Salinger ama demasiado a los Glass. "Los ama en detrimento de la moderación artística", dice. Y se atreve a culpar a la familia de la reclusión del escritor. Pero Salinger no aflojó: en 1963 publica su último libro, Levantad carpinteros la viga del tejado/ Seymour, una introducción, dos pequeñas novelas. La segunda intenta explicar quién es Seymour Glass, acaso una suerte de buda fuera de tiempo y lugar.
Todavía faltaba algo más. En 1965 The New Yorker publica el que será el último cuento oficial de Salinger, Hapworth 16, 1924. Buddy, otro de los hermanos Glass, entrega una carta de Seymour escrita a los ocho años. Toda una genialidad. Dicen que la familia era su obsesión. Joyce Maynard, pareja del escritor en 1973, diría que mientras estuvo con él pudo ver algunos de sus inéditos: los Glass eran los protagonistas de cientos de páginas.
En los 60 Salinger se retira definitivamente. No se sabe exactamente hasta dónde llevó sus prácticas del budismo. Deja de relacionarse con sus vecinos en Cornish, donde cada año llegan periodistas aventureros a sacarle una exclusiva. Nunca lo logran. Salinger apenas deja su casa. En contadas ocasiones se toma vacaciones en Florida, donde se encuentra secretamente con un viejo amigo, William Shawn, viejo editor de New Yorker también agorafóbico.
Pasan los años y la leyenda crece. El huraño Salinger echa a los intrusos y, si es necesario, envía a sus abogados a detener biografías o películas sobre sus libros. Envejece en silencio.
En el pueblo de Cornish se impone una ley tácita: ningún vecino habla de él. ¿Seguía escribiendo? Los rumores son contradictorios. El año pasado, a pocos de cumplir 90 años, un periodista volvió a buscarlo. No pudo verlo, pero lo escuchó: "¡Oh, no!", gritó el escritor cuando detectó al reportero en su puerta. Era su obsesión de siempre. "Soy conocido como un extraño, un hombre distante. Pero sólo hago esto porque quiero cuidar mi privacidad y mi obra", dijo en 1974.
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