Opinión

Ámbar y el silencio

MIGUEL MOYA/AGENCIAUNO

Por Fernando Londoño, profesor de Derecho Penal UDP

El debate público generado por el caso de Ámbar Cornejo, lamentablemente, ha reducido un problema multicausal y humano al acierto o desacierto de una comisión judicial. Opera aquí una reducción punitivista, de coloración política.

Nada nuevo. El punitivismo es, hace ya mucho, transversal a derechas e izquierdas. En un mundo social desvertebrado y opaco, la respuesta penal aparece como la magna conquista de grupos (identidades) que aspiran a ser visibilizados. Así, el punitivismo es el cínico aplauso que dirigen las instituciones políticas al entorno de la víctima. Ellas se retiran satisfechas, reconocidas, mientras el político saca cuentas alegres, inflamando las redes sociales. En tanto, la realidad sigue intacta en su abandono. Paradójicamente entonces, instituciones y grupos sociales participan del mismo rito de defraudación política. 

Pero poner todo sobre las espaldas de la clase política es también una forma de reduccionismo. Conviene pues cambiar radicalmente el tono. ¿Qué soluciones se vislumbran? Como problema multicausal y humano que es, las soluciones son tan complejas como escurridizas, hasta lo no-dominable. Decir lo contrario supone pasar de la indignación al discurso, no dejando espacio al silencio. Hablaré pues “dentro y fuera del coro”, respectivamente.

La dimensión de política pública es imprescindible y cualquier esfuerzo comienza allí. Certezas hay en dos frentes. Con Jorge Mera a la cabeza, desde los años 90 viene la academia chilena abogando por la instauración de una judicatura especial de ejecución penitenciaria, amén de una ley para el sector entero (todavía confiado a un reglamento).

Por otra parte, ya en el espacio propio de la libertad condicional -con toda razón denunciado como “tierra de nadie” (Droppelmann & Villagra, 2016)- las soluciones se ubican en dos planos: ya en el input, con más y mejor dotación orgánica e informativa; ya en el output, con condiciones de seguimiento reales y efectivas, tanto para acompañar como para alertar (sobre esto, Castro, 2020). En lo demás, no debemos engañarnos: pues si atendemos al telón de fondo -la cárcel- la situación es de naufragio. No exagera quien afirma que, antes que un “estado de derecho”, lo que hay aquí es un “estado de naturaleza” (Horvitz, 2018). ¿Hará falta recordar el incendio de la cárcel de San Miguel? Sí, todos los días.

¿Bastará entonces con “reprogramarlo” todo? Aquí es donde los discursos y las ingenierías encuentran su límite. No aliento un quietismo fatalista, pero un espacio para el silencio se impone. Contemplar. Aidos. Recuperar la sobria tristeza. Una forma sobria de callar es pues confiarle la palabra a otro:

“El ciclo interminable de idea y acción/Interminable invención, interminable experimento/Trae conocimiento del movimiento/ pero no de la quietud/Conocimiento del discurso, pero no del silencio.”  (T.S. Eliot, Coros de “La Roca”,  (T.S. Eliot, Coros de “La Roca”, I).

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