Columna de Francisco Jiménez: La participación, un valor esencial

Foto: Andrés Pérez


Por Francisco Jiménez Ureta, presidente de la asociación de Empresarios, Ejecutivos y Emprendedores Cristianos, USEC.

Si fuiste una de las personas que integró ese 86% de participación electoral al ejercer tu derecho a voto en el plebiscito del 4 de septiembre recién pasado, llegando a una histórica cifra que superó los 13 millones de votantes, con toda seguridad fuiste sorprendido por el resultado de tu voto, ya sea por integrar una mayoría superior a la que pensabas o por estar en una minoría mayor a la que esperabas, así como también por el sorpresivo nivel de participación que hubo durante la jornada.

Siempre me pareció una debilidad de la democracia, por una parte, y extraño por la otra que un porcentaje importante de personas con derecho a voto, no ejercieran su derecho en el esquema de voto voluntario. ¿Es que no les interesa su país o su futuro? ¿Han perdido la esperanza de cambios por desconfianza? El total de votantes del pasado 4 de septiembre dista mucho de lo que fue la participación en el plebiscito de entrada, que, con más de 7 millones, representó un 51% del padrón total considerado para entonces. Incluso superó largamente la reciente segunda vuelta presidencial, que registró 8 millones, equivalente al 55% del padrón electoral.

¿Por qué existe esa masa silenciosa que no participa de la democracia? Sin duda hay múltiples factores que pueden dar respuesta a esta pregunta, sin embrago, en mi opinión nos ha faltado promover con fuerza el vínculo indisoluble entre deberes y derechos. La democracia se robustece con el voto obligatorio. Se defiende el voto voluntario, bajo argumento de ejercer la libertad individual, olvidando que antes, está un deber cívico que va en beneficio de la sociedad toda.

La participación en la vida comunitaria es, según la enseñanza del humanismo cristiano, “no solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia” (Pacem in terris, Juan XXIII). Como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, la participación ciudadana contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad a la que se pertenece.

En el mundo del trabajo y en la empresa, la participación es también un valor esencial, no solo porque genera sentido de pertenencia y dignidad, sino también porque permite el desarrollo de la creatividad. La aplicación práctica del principio de subsidiaridad en la empresa, se refleja en la participación, fomentando que las ideas y mejoras se generen desde los espacios más cercanos a los problemas y desafíos propios de cualquier organización.

Que la participación no vuelva a ser más la sorpresa, sino la regla general. Esto fortalecerá siempre a la sociedad, por lo que no puede ser limitada, restringida o desinteresada, sino todo lo contrario. Debe ser fomentada por las instituciones y un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común. Consideremos la participación como un valor esencial en la democracia y la construcción del tejido social.

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