Como cada viernes



Por Jorge Jaraquemada, director ejecutivo de la Fundación Jaime Guzmán

En un rato más -tal como ocurrió el viernes pasado, el anterior y tantos otros desde que se hizo una “tradición”, inaugurada el 18 de octubre de 2019- comenzará el vandalismo en Plaza Italia y sus alrededores. Una vez más, sufrirán ese barrio, trabajadores y transeúntes. Esa violencia que se tomó el centro de Santiago también se ha enraizado en el norte de nuestro país, en La Araucanía, en colegios y en muchísimas poblaciones. Esta lastimosa realidad primero comenzó relativizándose, luego avalándose, hasta que, como cada viernes, hoy es parte de nuestra cotidianeidad.

La naturalización de la violencia no ha sido azarosa. Junto con el clima de agitación que comenzó a socavar la gobernabilidad por allá por el 2011, varios actores políticos han contribuido a su avance, hoy incontrolable. Las nuevas elites (hoy gobernantes y constituyentes) partieron extremando sus discursos para luego relativizar las tomas destructivas de diferentes universidades y minimizar las “hazañas” de los overoles blancos en el Instituto Nacional. Después del estallido de octubre de 2019, provocaban a policías y militares en las calles, mientras otros recibían en el ex Congreso a la “primera línea” de violencia que quemaba iglesias y policías. Es más, en los inicios del proceso constitucional, todos vimos cómo constituyentes, en lugar de dedicarse a aquello para lo cual fueron elegidos, se esforzaban para lograr el indulto a procesados por graves delitos cometidos durante la insurrección que azotó a nuestro país.

Desde que sectores de izquierda naturalizaron el “ajusticiamiento” de Jaime Guzmán, pasando por la exhibición de su rostro acribillado en las pantallas de Lollapalooza por ignotos músicos locales, mientras nuestro actual Presidente homenajeaba y luego se reunía con sus asesinos, hasta los feroces ataques e incluso la profanación de su tumba, hemos llegado a “convivir” con la violencia de la cual los desmanes de cada viernes en Plaza Italia son un reflejo insoslayable. Este derrotero nos muestra que, al final del día, relativizar y justificar la violencia es una agresión directa a nuestra democracia y a la paz de todos.

El día que estemos dispuestos a consensuar que cada uno de los incontables atentados a la memoria de Jaime Guzmán tienen un efecto transversal, como también lo tienen las bombas enviadas a exautoridades, los ataques a infinitos locatarios y los balazos de advertencia a la ministra del Interior, estaremos avanzando como sociedad para hacer retroceder la violencia. Pero mientras eso no ocurra, al igual que hoy viernes, cuando se cumple un año más del vil asesinato del exsenador, estaremos resignándonos a seguir padeciendo las piedras, el fuego y las balas.

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