EE.UU. y una democracia rota

Partidarios de Donald Trump irrumpen en el Capitolio, la tarde del miércoles. FOTO: REUTERS/Ahmed Gaber


Algo se rompió el miércoles en Estados Unidos. Y el escenario fue nada menos que el Capitolio, el mayor símbolo de la representación ciudadana, en el corazón político del país. Desde que Joe Biden fue legítimamente electo el 3 de noviembre, el electorado que votó por Donald Trump se ha dividido entre quienes han aceptado la derrota (los menos) y los que creen equivocadamente que hubo un fraude electoral y que, tal como ha repetido el Presidente, les “robaron” la elección. Parte de ese grupo fue el que irrumpió en el Congreso, en momentos en que los legisladores debían certificar la victoria del futuro mandatario demócrata.

Azuzados por el propio Trump, que en la mañana del miércoles señaló que jamás reconocería la victoria de su oponente y que había que rebelarse, una multitud de fanáticos trumpistas entró por la fuerza al Capitolio, en un hecho de violencia no visto desde 1814, cuando las fuerzas inglesas intentaron quemar el edificio. O bien desde 1954, cuando nacionalistas puertorriqueños desplegaro banderas de la isla al grito de “¡Libertad para Puerto Rico!”. Cinco congresistas resultaron heridos por aquella acción.

En los hechos ocurridos hace dos días, transmitidos en vivo y en directo a lo largo y ancho del planeta, cuatro personas resultaron muertas y la democracia como tal quedó en entredicho, en un país que siempre se ha vanagloriado de sus instituciones y su ciudadanía respetuosa de las votaciones y la ley.

Mientras los partidarios de Trump -entre supremacistas y grupos conspirativos- se instalaban en los puestos que le corresponden a los congresistas, el mandatario los instó a que respetaran a las autoridades policiales que custodian el Capitolio, pero no hizo un llamado para deponer esta atrevida acción, impropia de una potencia como EE.UU.

A Trump le quedan 12 días en la Casa Blanca, pero ha terminado su Presidencia de la peor manera: exacerbando aún más el clima de división política y social que sufre el país, y poniendo en riesgo la democracia como el mayor símbolo de Estados Unidos. En el capítulo final de la era Trump reina la tensión, la impotencia, la rabia y la angustia. Y también la incertidumbre, porque con el correr de las horas aumentaba la presión para que el gabinete y Mike Pence activen la famosa Enmienda 25, que sacaría a Trump del poder y dejaría al Vicepresidente al mando de la nación. También se multiplicaban las voces entre los demócratas para que, en caso de que no se aplique la Enmienda 25, el Presidente enfrente un nuevo impeachment.

Para apaciguar un poco los ánimos y a falta de Twitter -red que suspendió la cuenta del Presidente por instigar a la violencia-, Trump señaló que habrá una “transición ordenada” de cara al 20 de enero, día en que Biden asumirá la Casa Blanca, para alivio de muchos. Fiel a su estilo, sin embargo, también señaló que estaba en total desacuerdo con el resultado de las elecciones, así que incluso los escenarios más impensados, están abiertos.

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