Opinión

El avance económico de las mujeres y el costo invisible del cuidado

En los últimos años, hemos sido testigos de un avance en la participación de las mujeres en el ecosistema financiero. Así se desprende de los resultados del estudio “Radiografía de la salud financiera de las personas: un enfoque de género”, elaborado por Redmad en conjunto con Equifax, que analiza cómo interactúan hombres y mujeres con el sistema financiero, evidenciando tanto las convergencias como las brechas.

Uno de los datos más reveladores de dicha investigación es que hoy hay más mujeres que hombres con propiedades inscritas a su nombre en Chile: 2,28 millones frente a 1,98 millones. Este dato es importante, por cuanto la propiedad, especialmente de una vivienda, es un activo que representa no solo seguridad financiera, sino también estabilidad familiar y social.

En el caso de las mujeres, esto adquiere una dimensión aún más profunda, ya que muchas veces está vinculado a su rol como cuidadoras y proveedoras principales del hogar. En ese sentido, invertir en un bien inmueble no es solo una decisión financiera, sino también una forma de resguardar el bienestar de sus hijos y ejercer protección ante la incertidumbre.

Esta mirada, sin embargo, se complejiza si observamos otro hallazgo del estudio: en Chile, el 54,11 % de las mujeres tiene hijos reconocidos, frente a un 45,89 % de los hombres. Esta diferencia muestra que la carga de la parentalidad —ya sea emocional, física o económica— recae mayoritariamente en ellas. En esa línea, no es casual que las mujeres madres presenten una mayor tasa de morosidad (28,5 %) que los hombres padres (26, 9%). Lo que vemos acá es que la vulnerabilidad financiera se ve incrementada ante la presencia de hijos, pero en el caso de las mujeres, que en general perciben menores ingresos, ostentan menor participación laboral y cuentan con menos acceso a redes de apoyo económico, esta situación se profundiza.

Estos dos datos nos muestran que la realidad detrás de la salud financiera de las mujeres merece ser estudiada con mayor detenimiento. Por un lado, ellas han demostrado visión de largo plazo y capacidad de ahorro, lo que las convierte en actores relevantes del sistema financiero. Por el contrario, las condiciones estructurales en las que se desenvuelven tienden a dificultar que ese protagonismo se traduzca en igualdad de oportunidades.

Es por eso que resulta importante que el mercado financiero incorpore las necesidades que tienen las mujeres, como su propensión al ahorro con sentido de protección familiar. Avanzar en este sentido constituye sin duda una oportunidad. Diseñar productos y servicios financieros que comprendan mejor a las mujeres puede traducirse en una mayor fidelización, mayor uso de servicios formales y un sistema más inclusivo y sostenible.

Creemos que esta es una conversación que debe instalarse con fuerza en el debate público. Abordar esta realidad requiere una mirada sistémica, que combine educación financiera con rediseño de productos, políticas públicas que promuevan la equidad, y una transformación cultural que valore el rol económico de las mujeres en toda su dimensión.

*La autora de la columna es presidenta de Redmad

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