Opinión

El enorme peso de las oportunidades perdidas

Foto: Instagram @javiermilei

“Boy, you’re gonna carry that weight, carry that weight for a long time…”, The Beatles, Abbey Road, 1969.

Siempre me quedó grabada a fuego una frase del famoso libro de Paul Johnson Tiempos modernos, que quizá he citado en alguna otra ocasión. Luego de destacar los impresionantes logros de la economía y la sociedad argentina de 1900 en adelante, que la llevaron a rivalizar con Canadá y Australia, Johnson señala que, de no mediar el desastre que ocurrió, “era probable que Argentina hubiese alcanzado un crecimiento económico dinámico y autónomo durante los años 50. La historia entera de América Latina habría sido diferente”.

Podemos imaginarlo: un continente próspero, libre, y desarrollado. Con Argentina como modelo. Estuvo tan cerca. En vez de eso, tuvimos a Perón. Y luego a Fidel y a Cuba, con esa épica romántica que engañó a tantos. Con su estela de revolución, contrarrevolución y subdesarrollo secular de la mentalidad y de la economía. Un continente que aún cree en el Realismo Mágico.

Lo de Milei era una segunda e impensada oportunidad para un país ya condenado. Entregado. Fundido. Eterno, quejoso de sí mismo, como lo sabe cualquier pasajero de taxi en Buenos Aires. Una oportunidad no solo de un nuevo caudillo, sino de revisitar un nuevo-viejo modelo. Ese que le había dado los mayores logros de prosperidad y grandeza de su historia, justo 100 años antes de que algo parecido pasara en Chile a la luz de esas mismas ideas. Un hombre instantáneamente cautivante, pero de modos agresivos. Dado al insulto. A la descalificación. Al que no le importaban las maneras. Uno que buscaba el conflicto en cada esquina. Con un diagnóstico original, pero acertado: la casta buscaba perpetuar su poder para usufructuar sin pudor. La combatiría con voluntad de acero. Con show y performance. Pero, sobre todo, con una claridad conceptual formidable para implementar un guion que buscaba atacar no las consecuencias, sino las causas profundas del descarrilamiento de la economía y la sociedad argentina.

“Lo que quiere hacer no tiene viabilidad política”, dijeron muchos, incluyéndome. “Pisará demasiados callos”. “Enfrentará demasiados grupos de interés”. “Con estas formas generará demasiados enemigos y la política es demasiado mala leche”. Asumió en diciembre y le pusieron “el Semana Santa: no se sabe si cae en marzo o en abril”.

Pues bien. Hizo lo que dijo que iba a hacer: achicó brutalmente el Estado, recortando el gasto en un 27%, 5 puntos del PIB. Destruyó cientos de guetos de poder. Bajó la presión impositiva. Soltó las amarras de la economía, asfixiada bajo el peso de un aparato de corrupción infinita diseñado para servirse a sí mismo.

Y empezaron a suceder maravillas. La inflación se desplomó del 25,5% por mes al 1,9%. Generó el primer superávit fiscal en 14 años, 0,3% del PIB. Argentina no sólo se reinsertó en la economía internacional, sino que consiguió la inaudita suma US$ 20.000 millones del FMI. Logró implementar un tipo de cambio con flotación sucia que funcionó para sorpresa de casi todos. La pobreza cayó del 53% al 32%. La economía crecerá sobre el 5% en 2025.

Hace un mes, José Luis Daza, que secunda a Toto Caputo en el Ministerio de Economía, señaló en el seminario de Moneda Asset Management que lo que estaba ocurriendo en Argentina iba a aparecer en los libros de historia económica. Paul Johnson se me vino a la cabeza como un relámpago: la historia completa de Latinoamérica iba a cambiar.

Pues bien. Hoy todo está en entredicho. Los mercados temblaron y lo frágil de la situación se sintió en todos los rincones. Y no es sólo por los resultados de las elecciones. Una sombra larga, mucho más importante y dolorosa, ha aparecido en escena. Todos los gobiernos tienen un momento de depreciación instantánea. Un desgaste de poder súbito. “You never give your money” dicen los Beatles, mezclando guitarras y trompetas que remecen el alma, después de repetir que se cargará con ese peso, no sabemos exactamente de qué, por mucho tiempo. No deja de ser la más amarga de las ironías que Karina Milei esté acusada de recibir platas de los laboratorios. Y está por probarse y todo eso. Y claro, puede ser un invento. Es tan loco y tan tonto que da para no creerlo. Pero el daño está hecho. Y es enorme. Pega no sólo en “el discurso”, como diría un frío especialista en marketing político. Pega en la convicción. En la esperanza de que esta vez sí era diferente. Que alguien había reencontrado el camino (“Once there was a way…“, siguen los Beatles de fondo), animado por el sincero interés de enrumbar a su país a un futuro mejor. La mayor de las obras humanas. Quizás no todo esté perdido. Ojalá. Todo un continente mira lo que ahí ocurre para saber si quedará algo que imitar, algo de lo que aprender. La historia te está esperando, Milei. Para bien o para mal.

*El autor de la columna es emprendedor y panelista de Información Privilegiada de Radio Duna

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