
La democracia entre dos espadas

¿Está en peligro la democracia? Desde el punto de vista de la doctrina, por supuesto que sí. Siempre lo está, porque es de su naturaleza tolerar en su seno a los que quieren destruirla. Pero en los últimos 20 años, las ciencias sociales se han estado devanando los sesos por entender qué pasa en el mundo. Algunos constatan un retroceso del número de democracias; otros hablan de decadencia, y aun otros, de estancamiento. Entre los avances más significativos brillan los de la profesora británica Anne Applebaum, cuyo libro más reciente, Autocracia S.A. (Debate, 2024), es un esfuerzo por sistematizar las tendencias autoritarias prevalecientes en el mundo.
Ahora se suma el periodista ítalo-español Andrea Rizzi, corresponsal de Asuntos Globales de El País, con un ensayo muy bien fundado y notablemente didáctico, La era de la revancha (Anagrama, 2025). Su texto desarrolla la idea de un mundo atenazado por dos movimientos simultáneos y en muchos puntos complementarios: de un lado, una ola de frustración y descontento de las clases perjudicadas, de la que se alimentan líderes “populistas, nacionalistas y xenófobos”, que rápidamente intentan copar el poder total, y, por otro lado, un desafío radical y global de los dirigentes autoritarios contra las premisas del sistema democrático.
Del primer movimiento, escribe Rizzi: “Las formaciones nacionalpopulistas han olfateado el malestar de la clase trabajadora, entendido su desconexión creciente con la alta y, sin escrúpulos, han aprovechado sus miedos, sus anhelos, manipulándolos con una metódica y genial mezcla de nuevas tecnologías y viejos instintos”. No hay que equivocarse, la frustración dejó de ser de propiedad de la izquierda: “El grueso del descontento ha sido captado por las ultraderechas soberanistas”. Estas derechas crecen con las crisis migratorias y con la abundancia de delitos de fuerza.
Desempeñan un papel central las redes digitales, espacios de confrontación y manipulación, por donde circulan las más groseras mentiras con una credibilidad tal, que incluso las personas moderadas se convierten en consumidoras del extremismo.
El nacionalpopulismo explota el resentimiento contra “las élites”, pero entiende que sus votos no nacen de la miseria, sino “de la precarización, de la ansiedad por la pérdida de estatus, de la incertidumbre ante el futuro”, una carga emocional repleta de matices “que no se captan en las tablas del PIB o del paro”. Donald Trump mejoró la votación histórica de los republicanos precisamente en las zonas de trabajadores del “cinturón del óxido” y de la cuenca minera de los Apalaches. Los demócratas, como otros socialdemócratas, estaban distraídos con las causas “culturales”.
En muchas ocasiones el nacionalpopulismo también exprime los sentimientos de pérdidas nacionales. Enumera Rizzi: “Rusia con Ucrania y Georgia, China con Taiwán, Azerbaiyán con Nagorno-Karabaj o Hamás con Palestina”. Un discurso de usurpación y abuso, y ya está.
Por aquí asoma el otro movimiento, el desafío de los líderes autoritarios. Rizzi lo plantea en forma cruda: “El pulso central del nuevo mundo discurre en el eje este/oeste”, y nace del esfuerzo de China y Rusia por modificar el sistema mundial nacido tras la Segunda Guerra Mundial. ¿En qué consiste esa modificación? En lo principal, abandonar la prioridad de los derechos humanos, imponiendo la primacía de la soberanía del Estado. “Cada Estado tiene el derecho a elegir su propio camino de desarrollo en el ámbito de los derechos humanos”, dice una declaración conjunta de Putin y Xi Jingping de marzo del 2023. “Cada Estado”, no cada pueblo: quien controla el Estado decide qué son los derechos humanos.
Rusia ha sido la potencia más agresiva, porque llevó la guerra a territorio europeo. Pero Rizzi registra adecuadamente los errores de Occidente. El peor de todos, la Cumbre de la OTAN de abril del 2008, donde la alianza anunció la futura incorporación de dos países fronterizos de Rusia, Georgia y Ucrania, sin plazos ni garantías. En agosto de ese año, Putin invadió Georgia y el 2014 inició la invasión de Ucrania ocupando Crimea. Occidente no reaccionó. En febrero del 2022, el Kremlin lanzó la ofensiva contra toda Ucrania, que se encontró con una inesperada resistencia ucraniana. “La Unión Europea está en peligro”, dijo entonces el socialista Josep Borrell.
Putin ha debido acudir al auxilio de China, Irán y Corea del Norte, confirmando que el desafío a los valores de Occidente es más extenso. Pero, dice Rizzi, “el aspecto fundamental en la definición del siglo XXI es la relación de Estados Unidos con China”.
Desde que asumió la presidencia en el 2013, Xi Jingping ha ido agudizando el personalismo y, al mismo tiempo, la represión interna. Sus fuerzas militares mantienen la amenaza de invadir Taiwán y su “Iniciativa de la Franja y la Ruta” moviliza a las empresas estatales con un modelo -créditos para construir infraestructuras, que generalmente ejecutan empresas chinas y que se pagan con materias primas- altamente seductor para países pobres. Ejemplo: su comercio con África pasó de 10 mil millones de dólares en el 2001 a 280 mil millones de dólares en el 2023.
China, dice Rizzi, “pilota” junto con Rusia e Irán la ampliación de los BRICS, para convertir a ese grupo “en un centro de poder alternativo -o incluso antagónico- a Occidente”, que maneje desde asuntos diplomáticos hasta iniciativas financieras, como la de desplazar el sistema de pagos Swift. Nada es inocente.
El caso es que cuantos más problemas enfrente Xi, la situación puede ser más peligrosa (esto no lo dice Rizzi). El crecimiento de China está cayendo, sufre una grave crisis inmobiliaria, está sentada en un volcán demográfico, Rusia no triunfa en Ucrania y el “eje de la resistencia” del Medio Oriente (Irán, Siria, Hezbolá en el Líbano, Hamás en Gaza) se halla en ruinas.
Con singular franqueza, el Partido Comunista Chino ha definido cuáles son sus mayores amenazas. Las enumera en el famoso Documento 9 del 2013 -descubierto por Applebaum, citado por Rizzi-, cuyo título oficial es “Comunicado sobre el estado actual de la esfera ideológica”: las amenazas son las democracias constitucionales, los valores universales, la sociedad civil, el neoliberalismo, la prensa libre y el cuestionamiento de la historia del PCCh y de sus proyectos políticos. Esto último es crucial: los crímenes cometidos por el PCCh contra su propio pueblo, en especial en el período de Mao, no tienen parangón en la historia del siglo XX. Nada de eso se puede divulgar en la esfera interna. En el 2022, el informe de la alta comisionada para los derechos humanos de la ONU, Michelle Bachelet, denunció la represión contra la población iugur en la provincia de Xinjiang. La diplomacia china no pudo detener el informe, pero consiguió los votos para que no se discutiera en la comisión.
China ha disfrutado de este hecho único: su tamaño ha hecho que una mayoría de los gobiernos (América Latina incluido) soslayen los problemas de derechos humanos para conservar sus relaciones comerciales. En algún momento ese privilegio caducará.
En fin: La era de la revancha ha producido el “gran remolino” donde convergen los nacionalpopulistas de Occidente con los autoritaristas de Oriente. El libro de Andrea Rizzi es un esclarecedor trabajo de ordenamiento de la confusión que parece haberse apropiado del mundo en el primer cuarto del siglo XXI. Es una hoja de ruta trazada con rigor y agudeza.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
3.