Por Gabriel ZaliasnikLápidas de Sarajevo

El pasado domingo 14 de diciembre mientras Chile celebraba con alegría una gran jornada electoral, el pueblo judío iniciaba la festividad de Janucá que conmemora, con el encendido de un candelabro de 9 brazos, un milagro ocurrido hace 2.200 años. Entonces, como tantas veces en su historia, los habitantes de Judea estaban bajo ocupación, en este caso, del Imperio seléucida, y tras una exitosa rebelión recuperaban su independencia y purificaban el profanado Templo de Jerusalén. Janucá es por ello la fiesta en que la luz se enciende cuando la historia se oscurece. La fiesta que celebra la libertad y la obstinación de una llama frágil que resiste apagarse. Aquel domingo ese símbolo resonó con especial fuerza.
El ataque terrorista que costó la vida de 15 civiles celebrando Janucá en la playa de Bondi en Sidney confirmó que el antisemitismo ha vuelto a cruzar fronteras. Ochenta años después del Holocausto, los judíos vuelven a descubrir que ningún lugar es definitivamente seguro. Lo ocurrido fue consecuencia de la persistente crítica política a Israel y su gobierno, mediante el uso de un lenguaje que los deshumaniza y deslegitima, liberando un odio tribal e identitario, aplaudido especialmente en sectores de extrema izquierda. El uso de consignas como “desde el río hasta el mar Palestina será libre” o los llamados a una “intifada global” no han apuntado a una solución de dos estados para dos pueblos -uno árabe y otro judío- sino que a exaltar el propósito genocida de destruir al Estado de Israel, aniquilar o expulsar a su población judía y atacar comunidades judías en todo el mundo.
Esa reiterada conducta antisemita, también ha sido promovida y agitada en Chile por el Presidente Gabriel Boric. Su vejatorio trato será recordado como el período más oscuro en la historia de la vida judía de nuestro país, la que se remonta a lejanos tiempos de la colonia. Por lo mismo, ahora que deja su cargo, haría bien en leer el cuento “En el cementerio judío de Sarajevo” de Ivo Andrić. En él, este describe un pequeño camposanto judío, silencioso y resistente, rodeado por una ciudad atravesada por siglos de violencia. Las lápidas, golpeadas por el tiempo y los imperios, permanecen en pie como testigos mudos de una presencia judía que nunca fue central ni poderosa, pero sí persistente. No desafían al mundo con estruendo; simplemente siguen allí. En palabras de Andrić, “Aquí la estrella de seis puntas de Salomón esta dañada [..]Son el rastro de los ocupadores o ustachas, de su odio enfermizo y tenebrosa estupidez…”.
Como las lápidas de Sarajevo, la luz de Janucá no domina el paisaje, pero lo realza. No niega la oscuridad que la rodea, pero la atraviesa. Nuestro candelabro encendido es una forma de memoria activa. Esa luz discreta y obstinada nos permite decir que ni atentados como el de Sídney, ni gobiernos antisemitas como el de Boric, podrán jamás apagar nuestra fe, borrar nuestra historia, ni someter nuestro futuro.
Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho U. De Chile
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
Plan digital + LT Beneficios por 3 meses
Navidad con buen periodismo, descuentos y experiencias🎄$3.990/mes SUSCRÍBETE













