Por Josefina AraosLos límites de la cautela

Las sorpresas electorales se han convertido en un hecho recurrente en la política nacional; también los cambios de ánimo repentinos y radicales de la ciudadanía. Pero el aprendizaje ha sido lento y, por lo mismo, doloroso. Ha costado entender que la adhesión circunstancial no es señal de apoyo de largo plazo y que las mayorías electorales no implican mayorías culturales. Ha costado también abandonar la actitud de excesiva confianza con la que se asumieron tantos triunfos, traducida en borracheras de quienes creyeron tener una cancha expedita para actuar a voluntad, o bien, que permitieron desentenderse de lo prometido ante un futuro aparentemente asegurado. Esto explica que la prudencia y la cautela –despreciadas por algún tiempo– hayan sido progresivamente reivindicadas como buenas consejeras para la política, especialmente en un ciclo de tanta desorientación e incertidumbre.
Sin embargo, conviene recordar que, mal entendidas, la prudencia y la cautela pueden dejar rápidamente de constituir virtudes. Una prudencia excesiva conduce a la ambigüedad y la indecisión, mientras una cautela exagerada puede terminar sumiéndonos en la parálisis y el inmovilismo. Ese fue el límite en el que decidió moverse José Antonio Kast en el debate presidencial del martes pasado. El candidato no tomó posturas, no entró en disputas frontales, no especificó sus medidas ni propuestas, y ante preguntas directas optó, en general, por la condicionalidad: “depende” fue una de las respuestas más comentadas del líder del Partido Republicano, que lo expusieron al emplazamiento de su contendora y a la crítica de los espectadores.
Pero no importa, podrían decir sus asesores; vale la pena el riesgo de una mala evaluación con tal de asegurar el triunfo, permaneciendo fiel al guion establecido desde un comienzo: una campaña extremadamente cauta. Esto se refleja, como en el debate, que Kast no sale de los ejes del denominado gobierno de emergencia, no toca por tanto los delicados temas valóricos que lo perjudicaron en el pasado, no entra en el detalle de sus propuestas, ni emplaza a otro que no sea el gobierno, su principal adversario. Considerando su resultado en la primera vuelta de noviembre, así como la alta probabilidad de que gane la elección presidencial de próximo domingo, se podría pensar que mantener su estrategia es una buena decisión. Mal que mal, ha dado buenos resultados. Kast aprendió lo delicado que es el momento político; la facilidad con que pueden perderse los apoyos; la elevada exposición a la que los candidatos están sometidos y cómo es mucho más sencillo salir perdiendo al entrar en profundidad en un debate, que quedarse en los titulares. El problema es que el tiempo de campaña está llegando a su fin, y mientras la estrategia seguida hasta ahora es la de quien aspira simplemente a ganar, la audiencia ya busca reconocer en su figura al más probable futuro presidente de Chile.
Y evaluado en esos términos, el desempeño de Kast en el debate aparece deslucido. No se trata por cierto de dar por asegurado el triunfo, pero sí de tomarle el peso al lugar en que se está. De hablar como quien sabe que tiene que demostrar que está preparado, no para ganar, sino para gobernar. Y eso exige asumir algunos riesgos; estar dispuesto a la exposición y la crítica de quien estará luego en La Moneda y deberá salir cada día a dar razones de sus decisiones, en el marco de crisis tan complejas y profundas. Eso es algo que se debe empezar a ensayar desde ya, no solo por la probabilidad de su triunfo, sino porque sus palabras ya empiezan a tener consecuencias. Y en marzo no habrá un adversario en el poder a quién atribuir las culpas. Es un límite riesgoso, una apuesta. Pero de eso se trata, después de todo, la política.
Por Josefina Araos, investigadora del IES.
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