Por Ernesto OttoneNo hay lugar para el optimismo

Es cierto que el voto obligatorio ha tenido un efecto casi milagroso para aumentar el número de los ciudadanos que votan. Ojalá ello respondiera a un interés ciudadano en torno a diferentes proyectos para el bien colectivo, pero eso no es tan claro. Más bien pareciera que se cumple con el acto electoral, cosa que es ya positivo, más como un puro deber sujeto a sanción que como el ejercicio de un derecho participativo entusiasta que anidara convicción y esperanza, con más espíritu reflexivo que sensaciones puramente emocionales, miedos, resentimientos y desconfianza.
Ello no es un rasgo exclusivo de nuestro país, pareciera ser una tendencia extendida del actual momento de la historia, al menos en el mundo que se rige por el sistema democrático.
En los países dictatoriales o fuertemente autoritarios el problema ni siquiera se plantea, pues los ciudadanos no ejercen como tales, no son sujetos políticos, dependen de un poder que no surge de su voluntad, sino de la fuerza o que realiza el acto electoral como un simple rito, donde no compiten propuestas alternativas y donde se sabe con anterioridad quién será el ganador.
El sujeto político allí no existe, existe solo una ganadería humana que, como bien dice Fernando Savater, vive ajena a la conducción de la polis, en condiciones de mayor o menor penuria material, en guerra o paz, pero sin ejercer su libertad.
Lo cierto es que las democracias liberales están viviendo una crisis con mayor o menor intensidad, tanto en los países desarrollados como en los países de menor desarrollo o de desarrollo medio, donde suelen ser más frágiles.
El cambio de la sociedad industrial a la sociedad de la información, la revolución de las comunicaciones, el internet y, hoy, el rápido desarrollo de la inteligencia artificial son fenómenos en general ambivalentes, que traen beneficios, pero también desafíos muy complejos que afectan particularmente a las instituciones democráticas.
Ellos tienden a debilitar la representación y sus mecanismos, generan la ilusión de una democracia directa digital, que en la práctica configura tribus de información y conexión que se autoalimentan en sus convicciones en desmedro del pluralismo, reducen el debate político, se prestan a manipulaciones en base a logaritmos que jibarizan los horizontes colectivos y amplifican las percepciones y pulsiones individuales, generan turbas y funas numéricas.
Borran las líneas que separan los hechos verídicos de las noticias falsas, al tiempo que anulan la política como elemento de mediación entre lo deseable y lo posible, entre aspiraciones y recursos para su cumplimiento y finalmente la antipolítica tiende a reemplazar a la política.
Todo ello en una situación económica de poco crecimiento, de aumento de la desigualdad, de aumento de la criminalidad organizada, de un debilitamiento institucional y moral que banaliza la corrupción y desprestigia a la política.
En este cuadro triunfa el simplismo, desaparecen las construcciones democráticas sólidas que tratan de vincular el crecimiento a la justicia social y florecen los extremos, pues tal como lo señaló Alexis de Tocqueville, “una idea falsa, pero simple, tendrá siempre más poder en el mundo que una idea verdadera, pero compleja”, agregando en otros escritos que a fin de cuentas “la democracia se sigue no solo por sus valores, sino por sus resultados”.
Ello hace más comprensible que nuevamente tengamos en Chile una segunda vuelta electoral presidencial en la que compiten dos candidaturas extremas, que tienden a polarizar: la de José Antonio Kast y la de Jeannette Jara
Kast habla con tono duro de seguridad y crecimiento y eso gusta, sus nostalgias autoritarias y otras convicciones sin respaldo en la opinión pública las calla, ello es al menos inquietante.
Sus amigos en el mundo, con quienes congenia, son más bien amatonados. Bolsonaro, Orbán, Abascal, Trump, Le Pen, Meloni, Milei son solo algunos perfiles autoritarios abiertamente iliberales.
Entre sus amigos chilenos ha surgido una enardecida Pandora local, que ya ha quitado el sello a su vasija para señalar que indefectiblemente se producirán males y destrucciones, en el país durante su eventual gobierno producto de una oposición golpista. El comentario hecho por Kast a la declaración pirómana es de una tibieza sorprendente.
Jara ha hecho lo humano y lo divino para señalar su aprecio a la moderación y al apego a las reglas procedimentales de la democracia, creo que lo ha hecho sinceramente, pero sabemos que muchos entre los suyos no piensan así.
Ella arrastra dos pesadas mochilas, una es la explícita doctrina política sobre la democracia de su institución política de pertenencia, la otra es la pobreza de resultados del gobierno del cual fue parte. Si bien ha tomado alguna distancia de este, resulta poco convincente.
Afortunadamente, la elección del Congreso no se resolvió por una marea unilateral y obligará a negociar, lo que limita las tentaciones iliberales de quien sea elegido.
Llamó la atención en el proceso electoral presidencial y parlamentario el crecimiento de Franco Parisi y de su partido. Este no es un fenómeno nuevo ni en Chile ni en el mundo, es una expresión fiel del avance de la antipolítica y la crisis de la democracia, que se expresó en esta ocasión de manera más abierta, pasando a las ligas mayores al menos temporalmente.
Se podría pensar que esa diversidad reforzará el pluralismo, pero en base a las experiencias anteriores y mirando lo que pasa globalmente con formaciones de ese tipo, es muy probable que refuerce sobre todo la presencia del síndrome populista.
La debilidad finalmente se encarnó en el campo democrático tanto en la centroderecha como en la centroizquierda, el discurso más programático y racional quedará por ahora en subalternidad a los extremos.
Dura será la tarea por la reconstrucción del campo democrático, por recuperar en el futuro credibilidad y por adaptarse sin perder el alma a estos tiempos infaustos.
En el intertanto es necesario procurar salvar los muebles para que las cosas no vayan a peor y si es posible mejoren, “alguito que sea”.
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