Vivir 100 años

08 de Julio 2020 Gente caminando Paseo Ahumada, Trabajadores, Coronavirus Covid 19, pandemia, cuarentena, control Militares, Fuerzas Armadas. Foto : Andres Perez

Por Juan Ignacio Eyzaguirre, ingeniero Civil UC y MBA/MPA de la Universidad de Harvard



Hoy mi hija cumple 3 años, en el albor de lo que podrían ser 100 primaveras según Andrew Scott y Lynda Gratton, autores de The 100-Year Life y The New Long Life. Para estos profesores del London Business School, el incremento de la longevidad humana es uno de los fenómenos más notables de nuestro tiempo. En un siglo, la expectativa de vida casi se duplicó, a más de 80 años y, si la tendencia continúa, la generación de mi hija superará el centenario. ¿Una proyección optimista? Quizás, pero este indicador ha superado consistentemente todas las proyecciones del pasado.

Para los autores, la inédita longevidad y el rápido cambio tecnológico presionan las estructuras económicas y sociales. Por ejemplo, las tres fases de la vida -estudios, carrera profesional y jubilación- serían reemplazadas por etapas multifacéticas con transiciones desde profesiones obsoletas a nuevas ocupaciones y períodos laborales, incluida la vejez. La adaptación será la regla de oro.

Estos cambios también forzarán a empresas y gobiernos. Los Estados con sistemas previsionales y de salud “solidarios” enfrentan el futuro más complejo. De no adaptarse, las bancarrotas fiscales por gastos sociales son inminentes, pues además del creciente envejecimiento de la sociedad, la pronunciada caída en la tasa de natalidad dejará menos trabajadores para pagar la cuenta.

Los esquemas “solidarios” nacieron con Bismark en 1889 y se extendieron por Europa, cuando su carga fiscal era nimia. En 1908, Inglaterra implementó pensiones públicas para mayores de 70, pero la expectativa de vida era de menos de 50 años. Tras las guerras mundiales, la protección social creció sustentada por una vibrante juventud y legitimada por una generación diezmada por la guerra.

Desde entonces, el gasto social se ha elevado exponencialmente, presionando el déficit fiscal. Sus causas pueden atribuirse a la “colusión” de políticos con generaciones adultas ávidas de beneficios y que constituyen su gran masa de votantes. Son pocos los líderes responsables dispuestos a defender a las generaciones venideras, ajenas al patrón electoral.

En Francia, un caso emblemático de “solidaridad”, para cubrir el 25% del producto nacional que representa el gasto fiscal en salud y pensiones, las empresas deben pagar dos salarios: uno al trabajador y otro al Estado. Hoy, por cada jubilado hay 3 trabajadores, pero en 30 años se proyecta que sean apenas 2. Los franceses activos, que hoy trabajan más de la mitad del año para las arcas fiscales, se preguntan quién pagará por su salud y pensión cuando se retiren.

Esa es justamente la pregunta que debemos hacernos en Chile cuando se escuchan fuertes voces que exigen avanzar hacia un Estado “solidario”, con ese mismo esquema donde los jóvenes pagan la salud y las pensiones de los viejos vía cargas sociales e impuestos, bajo la promesa de que los jóvenes del futuro pagarán por los suyos. ¿Habrá suficientes jóvenes en el Chile del mañana para financiar la longevidad de las generaciones que los antecedemos?

Para Janan Ganesh, joven columnista del Financial Times, este será el siglo de los inmigrantes. Aquellos jóvenes en edad de trabajar serán muy preciados para países y empresas, debido a la inminente escasez de fuerza laboral que conlleva la caída en la natalidad y la alta esperanza de vida. En 30 años, la fuerza laboral de China disminuirá en 300 millones. Gran parte del mundo sufrirá un fenómeno similar. Algo de eso hay tras la invitación de Boris Johnson a millones de hongkoneses para residir en Inglaterra.

En las próximas décadas, debemos esperar una desatada competencia entre países por atraer profesionales y trabajadores jóvenes, bajo el anhelo de mantener el tamaño de sus economías y financiar sus presupuestos fiscales. Polos de atracción serán los países que ofrezcan los mejores estándares de vida, puestos laborales y razonables cargas tributarias, mientras que otros menos afortunados verán cómo su juventud -¡divino tesoro!- se les escapa en busca de un mejor futuro.

Hay pocas imágenes más tristes que un anciano pobre y solo. Aún peor es una nación envejecida y empobrecida, que ve partir a sus hijos y nietos. Cuidemos Chile. No vaya a ser que caigamos en la trampa de quienes, entusiasmados por los réditos electorales del retiro del 10% y otras medidas para coludirse con votantes ávidos de beneficios sociales, nos embarquen en una senda irresponsable que termine pavimentando la ruta del éxodo a quienes hoy no tienen edad para elegir, pero tendrán oportunidades en todo el mundo al alcance de su mano. Traicionar el pacto social entre generaciones puede socavar el vínculo que nos une como nación, haciendo de Chile un país viejo, triste y pobre. Ojalá no terminemos así. ¡Cuánto me gustaría que mi hija gozara de la linda patria que tenemos!

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