Hábitos atómicos: pequeños cambios que hacen grandes diferencias




“Todas las cosas grandes vienen de pequeños comienzos”, es uno de los principales mensajes que entrega James Clear en su libro best seller Hábitos Atómicos, en el cual en sus primeras páginas nos introduce a una experiencia que le cambió la vida.

Siendo tan solo un adolescente sufrió un brutal golpe en un campo de béisbol, cuando un bate impactó directamente sobre su rostro, aplastando la cara a tal nivel que provocó que el tejido blando de su cerebro se incrustara en la pared posterior del cráneo. Estuvo en coma inducido, pero logró salir con vida de aquel accidente. Como era de esperar, los meses siguientes fueron muy duros: tuvo visión doble por semanas, convulsiones, sesiones de terapia física para practicar patrones motores básicos, entre muchos otros procesos de recuperación.

Pero un año después logró ser admitido en el equipo principal de béisbol de su escuela, y logró convertirse en un atleta universitario, donde se percató del poder de los pequeños hábitos. Y decidió dedicarle tiempo a ordenar su vida; en el caótico mundo universitario, se propuso mantener su pieza limpia y ordenada, y esas mejoras comenzaron a hacerlo sentir que tenía control en su vida, y eventualmente esa sensación de seguridad se reflejó en su desempeño escolar.

“Un hábito es una rutina o conducta que se practica con regularidad y, en muchos casos, de manera automática. A medida que pasaban los semestres, acumulé pequeños hábitos que repetía de manera consistente y que, eventualmente, me llevaron a conseguir resultados que ni siquiera hubiera podido imaginar cuando entré a la universidad”, explica James en el libro. Su accidente -según cuenta- fue uno de los mayores retos a los que se ha enfrentado, pero gracias a él aprendió que los hábitos, incluso cuando parecen insignificante, pueden resultar en transformaciones extraordinarias, si se tiene la voluntad para mantenerlos en el tiempo.

Según la neuropsicóloga clínica, María José Bracho, los hábitos son conductas o formas de desenvolvernos en el mundo, que son repetitivas por mucho tiempo, y por ello se han convertido en automáticas. Esto quiere decir que no se necesita aplicar consciencia a aquello que estamos realizando. Pueden variar desde cómo nos movemos, formas de pensar o expresar, hasta acciones en nuestro cuidado personal. Y son esenciales para el cerebro.

“Una de las principales funciones de nuestro cerebro es economizar energía. Es uno de los órganos que más energía gasta, y por lo tanto, la debe administrar de forma adecuada. Por eso, busca crear hábitos y automatizar conductas justo con el fin de ahorrar energía para poder invertirla en otras actividades más complejas que no son automáticas”, explica.

De acuerdo con la especialista, es gracias a la repetición de nuestros actos que se van formando redes neuronales en el cerebro, las cuales son diferentes en cada ser humano porque se forman a partir de las diferentes experiencias de vida. En la medida que crecemos, vamos desarrollando habilidades que requerirán nuevas redes neuronales, las cuales -si son útiles y satisfacen nuestras necesidades- seguiremos repitiendo una y otra vez, hasta fortalecerlas. “Así es como funcionan los hábitos; si repetimos un actuar, esas conexiones neuronales se fortalecerán, y poco a poco la actividad se hará automática. Por ejemplo, caminar es algo que hacemos desde pequeños y lo tenemos automatizado”.

Pero desarrollar hábitos no es siempre una práctica sencilla. En su libro, Clear asegura que en las etapas iniciales y medias de cualquier misión, a menudo hay un valle de decepción. Esto porque se espera progresar de forma lineal y es frustrante lo ineficaces que pueden parecer los cambios durante los primeros días, semanas e incluso meses.

“Las personas que no logran ver un resultado tangible, deciden parar. Si piensas: ‘He estado corriendo todos los días durante un mes, entonces, ¿por qué no puedo ver ningún cambio en mi cuerpo?’, una vez que este tipo de pensamiento se hace cargo, es fácil dejar los buenos hábitos en el camino. Pero para marcar una diferencia significativa, los hábitos deben persistir lo suficiente como para romper esta meseta, lo que yo llamo la meseta del potencial latente. Si tiene dificultades para desarrollar un buen hábito o romper uno malo, no es porque hayas perdido la capacidad de mejorar. A menudo se debe a que aún no has cruzado la meseta del potencial latente. Tu trabajo no fue en vano; simplemente se almacena”, detalla en sus párrafos.

María José agrega que cuesta dejar un hábito o desarrollar uno nuevo porque hay una parte orgánica que está en juego, por ende, no solamente basta con el tipo de personalidad, la historia de vida, motivaciones o contexto social y cultural, sino que también existen factores biológicos que dificultan o lentifican el proceso. “Estas conexiones neuronales se van formando con el tiempo y la experiencia y se necesita de mucha repetición para que se consoliden. Es por eso, que para tener un nuevo hábito necesitamos de ese compromiso y perseverancia, de lo contrario será muy difícil que esas conexiones neuronales se vayan consolidando y que el nuevo hábito vaya incorporándose en nuestro día a día”, explica. Pues como comenta James, a la larga, la calidad de nuestra vida depende de la calidad de nuestros hábitos.

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