Niños en zonas rurales y falta de educación: “La condena de cuna en este país es muy fuerte y determinante”




“¿Cómo se llama en animal que tiene una trompa grande?”, le pregunta Nicole Mendez (23) a su hija Isadora, de casi 4 años. “Elefante y es gris”, le responde ella muy convencida. Un ejercicio que para cualquier mamá o papá podría ser sencillo y habitual, para ellas es un verdadero logro. Ambas viven en la isla Llingua, en el archipiélago de Chiloé, en el sur de Chile. Allí no hay un jardín infantil, por lo que las niñas y niños entran directamente a la escuela, en primer año. Nicole cuenta que ella es una afortunada porque tuvo la posibilidad de estudiar y entonces tiene algunas herramientas para enseñarle cosas de este tipo a su hija y que de esta manera ella llegue más preparada al colegio, pero dice también que esa no es la realidad de la mayoría de las niñas y niños en la isla. “Acá lo único que existe es un programa de la posta de la isla que se llama Conozca a su hijo, pero es solo una vez al mes y no todos van. Menos ahora con la pandemia. Entonces, previo al colegio, la única opción es que las propias familias les enseñen a las niñas y niños lo que puedan”, dice. Y reconoce que en la mayoría de los casos es nada.

Y esto es algo que les afecta profundamente en su desarrollo integral. Así lo explica Anne Traub, fundadora de la Fundación Niños Primero, quien además es parte del grupo de innovación de educación parvularia del Mineduc. “La evidencia dice que los niños que participan en planes de educación pre escolar tienen un 30% menos de deserción a lo largo de su vida como estudiantes y también tienen menos derivaciones a psicopedagogos, fonoaudiólogos y otras especialidades, lo que además de ser un ahorro en términos económicos, es una mayor motivación para ellas, ellos y sus familias para mantenerse en el sistema escolar”, dice. Por eso, la fundación lo que ha hecho en el caso de estas niñas y niños que viven en zonas rurales donde no hay jardines infantiles, es llegar con monitoras que realizan este trabajo. “Nuestra idea no es sustituir el jardín porque tiene un componente de socialización importante, pero en zonas de Chile como la isla donde viven Nicole e Isadora, no hay más opción”, explica.

Lo que comenta Anne es un programa de educación y estimulación temprana en los hogares. “Va una monitora a la casa y trabaja con la niña o niño y su mamá o cuidador principal, dos veces a la semana durante dos años. Pero lo más relevante de este programa es que hacemos parte a los adultos responsables de la niña o niño. A veces la preparación para el colegio pasa a segundo plano porque lo que se termina generando son relaciones de mayor calidad, madres y padres más comprometidos con su hija o hijo. Y esto se da porque cambiamos hábitos. Llegamos a casas que muchas veces son oscuras, donde no hay rutinas. Les llevamos todas las semanas un libro o un juguete educativo y la monitora trabaja en base a ese con la niña o el niño y la mamá, que siempre debe estar presente. Es un momento familiar y por tanto si hay más hermanos, se integran a esta dinámica”, cuenta y dice que el objetivo de incluir a los adultos es que se trabaja la relación parental. “Las madres y padres tienen herramientas parentales, no es que no las tengan, lo que pasa es que hay madres y padres que viven en ambientes de estrés, hay mamás que son hogares monoparentales en los que ella es la única a cargo y por tanto tiene una serie de angustias extra que hacen que el estar con niños sea un deber y no una felicidad. Y lo que buscamos es transformar ese hogar en un lugar mucho más feliz, con una mamá empoderada que sabe que su hija o hijo puede salir adelante en la medida en que ella le entregue las herramientas para eso”, agrega Anne.

Y así lo entienden. Nicole Mendez después de vivir la experiencia con su hija, decidió sumarse al equipo de monitoras. Cuenta que lo que más trabajan es la empatía, el autocontrol y la seguridad. “Cuando recién partí como monitora, había niños muy tímidos, que estaban acostumbrados a ver solo a su familia, porque hay que pensar que en zonas rurales los vecinos están a kilómetros de distancia. Entonces yo llegaba y no me hablaban o a veces incluso eran agresivos conmigo. Pero ahora me reciben felices, me cuentan lo que han hecho en la semana. Y las mamás y papás también cambian. Trabajo con una familia que tiene un hijo mayor y siempre le dicen que llegue en el colegio hasta donde pueda no más. Acá no existe la convicción de que es importante terminar los estudios. Eso pasa mucho en las zonas rurales, pero ahora que hemos trabajado con el hijo menor, ven sus cambios y les hemos hablado de la importancia de apoyarlo y hasta dónde puede llegar si completa sus estudios. Ellos han cambiado su visión. Al más chico le exigen más y ahora incluso lo acompañan en el proceso, se sientan con él a leer un cuento”, dice.

Anne agrega que ese cambio es muy impresionante. “Son casas en donde jamás habían tenido un libro y ahora de a poco ellos mismos arman un mueble para que sea su propia biblioteca”, cuenta. Son ejemplos que evidencian que la brecha en Chile es muy dolorosa. “La condena de cuna es fuerte en este país. El lugar donde naciste determina cómo va a ser tu vida, y eso se nota ya a los 3 o 4 años. Las niñas y niños pasan más tiempo solos, tienen menos vocabulario porque les hablan menos, porque los estimulan menos. Es como si todas las niñas y niños del país corrieran una carrera de 100 metros, pero algunos parten más atrás y otros tienen ventaja. Por eso, si uno invierte en la primera infancia, podemos reducir esa brecha”, dice.

Mujeres y la importancia de sentirse acompañadas en la crianza

Yoli Cabrera (30) vive en Panquehue, una comuna perteneciente a la Provincia de San Felipe de Aconcagua en la Región de Valparaíso. Ella también fue parte de estos programas de apoyo a la primera infancia, con su hija Maite, de 3 años. “Yo trabajaba desde los 22 años en la municipalidad, entraba a las 8:30, así que todos los días a las 8:20 a.m. pasaba un furgón a buscar a mi hija y la tenía todo el día en una escuela de lenguaje o en la casa de mi mamá”, cuenta. Se veían poco y Maite comenzó a tener algunos problemas para comunicarse. Así llegó a los programas de la fundación, preocupada por los avances de su hija.

“Lo que pasa es que las zonas rurales como esta, son más abandonadas, las niñas y niños son más tímidos, cuando se tienen que ir a un colegio más grande les cuesta y mi hija más encima tenía este problema. Pero partimos con la monitora y ahora es distinta, no le da vergüenza nada, baila, hasta puede tener una conversación con un adulto”, dice. Y reconoce que a ella también le ha cambiado la vida. “Al principio fue difícil porque una como mamá se complica, siempre tenemos cosas que hacer, entonces no podía pensar en tener un espacio de tiempo para jugar con mi hija. Pero cuando empecé a ver los avances entendí que dependía de mí también que mi hija desarrollara ciertas habilidades. Y otras mamás también lo agradecen. Se sienten acompañadas en la crianza y eso es clave, porque es normal que estemos cansadas y que nos cueste encontrar espacios para compartir con las hijas o hijos, pero al lograrlo mejora la convivencia familiar”, dice.

Yoli también se convirtió en monitora. Dice que “en las zonas rurales hay pocas oportunidades de trabajo y es fácil que una se quede en la casa, que se desmotive. Por eso yo entré, porque siento que con esto no solo mejoro la calidad de vida de las niñas y niños, sino que también de las mujeres”. Y es también uno de los propósitos de Anne Traub. “Muchas mujeres que viven estas realidades creen que una vez que son madres se les acaba el resto de la vida. La violencia intrafamiliar es alta y una de las causas es que las mujeres dependen económicamente de sus maridos. Hemos pensado, así como se han ido sumando monitoras, que podemos trabajar con guarderías de barrio en las que una mamá se quede al cuidado de cinco niños y las otras cuatro salen a trabajar. Porque sin cuidado no hay trabajo y sin trabajo hay más opción de violencia. Es un círculo vicioso que tenemos que romper y trabajando con las niñas y niños en edad temprana podemos dar el primer paso”, dice Traub.

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