“Sus raíces”, el primer capítulo de Evelyn Matthei: rebelde con causa
Con cuatro décadas en la vida pública, Evelyn Matthei es una figura que desafía las etiquetas. Ha sido diputada, senadora, ministra, alcaldesa y dos veces candidata presidencial. Pero más allá del currículum, su trayectoria está marcada por una mezcla única de pasión visceral, pragmatismo político y una rebeldía que incomoda a adversarios y aliados. A continuación, un extracto de la biografía no autorizada, reporteada y escrita por la periodista Loreto Daza, publicada bajo el sello Debate, y que estará disponible desde este fin de semana en librerías y en formato ebook.

¿Qué vas a hacer hoy día?
Fue en el hogar de sus padres donde Evelyn Matthei Fornet se formó una visión de vida que delinearía el tipo de liderazgo que asumiría en los años 90. Su arrojo y rebeldía fueron moldeados por el concepto de libertad que practicaban en aquel hogar de padre luterano y madre católica y que se acomoda con serias dificultades a la arena política. En repetidas ocasiones, a la diputada, senadora y ministra le ha arrastrado problemas con sus aliados políticos, porque su libertad choca una y otra vez con el concepto de tribu. Es más, ella rehúye los grupos. Y para el 2025, convertida en flamante candidata a La Moneda, con el camino despejado según las encuestas, el apoyo incondicional del sector político aliado no es evidente.
Si Evelyn un día no quería ir al colegio, se lo comunicaba a su madre. Así no más.
«¿Por qué? ¿Qué vas a hacer hoy día?», preguntaba sin aspavientos la apoderada.
Daba lo mismo la respuesta.
—Quiero estudiar piano, o estoy cansada, o quiero leer un libro —respondía la joven estudiante.
En su día a día, la libertad de hacerse cargo de su vida fue cubriendo, como una capa fina y transparente, la genética de Evelyn Matthei. Ella, y nadie más, decidiría su destino. Sin pedirle permiso a nadie.
Estando en Londres, a los 21 años, Evelyn Matthei decidió quedarse a vivir sola por un tiempo. Se lo comunica a sus padres. No pide permiso. Solo lo anuncia. A su vez, los padres no cuestionan lo que ya intuyen es una decisión sin vuelta atrás.
El padre solo le pregunta:
—¿Cómo vas a vivir? Porque bien sabrás que no te puedo mandar plata de Chile.
Era un mandato que se conservó a través de los años y ni siquiera se puso en duda en tiempos de dictadura, en que su padre era comandante en jefe de la Fuerza Aérea. En el hogar de los Matthei Fornet no hacían diferencias entre los hijos y las hijas. Integrado por cinco hermanos: Fernando (1951), ingeniero civil por la Universidad de Chile; la propia Evelyn, licenciada en Economía de la PUC (1953); Robert, médico de la Universidad de Chile (1956-1991); Hedy (1961), abogada de la Universidad Gabriela Mistral, y Víctor Alejandro, piloto (1963), cada uno debía hacerse cargo de su vida. Fernando Matthei, el padre, sabía de lo que hablaba; apasionado por los aviones, lo había aplicado y constatado en sus años en la Fuerza Aérea. «Cuando vuelas un avión, tú decides y solo tú te haces cargo de tu decisión».
Abrazar el piano con la rigurosidad de un profesional y abandonarlo de un día para otro fue una decisión que Evelyn no compartió con nadie. Y nadie opinó al respecto. Ni siquiera su madre, principal impulsora de aquella pasión.
—Me di cuenta de que no era lo suficientemente buena y lo dejé —explica después de haberlo estudiado diariamente durante 15 años.
Esa libertad era una forma de vivir, que además se hacía explícita. Nada de portazos, nada de echarles la culpa a otros. Este rasgo le daría alas suficientes para seguir los caminos que ella se proponía. «Lo que no toleraban —asevera Evelyn— era que después uno les echara la culpa a los demás, al empedrado. La idea era que uno aprendiera de sus propios errores».
Lo mismo sucedió cuando decidió entrar al mundo de la política. No pidió permiso, siguió su instinto y asumió las consecuencias. Vivió derrotas, fracasos y traiciones. Fue expulsada del partido que prácticamente ayudó a fundar tras protagonizar el mayor escándalo en la política de los años 90 (Piñeragate o Kiotazo), y nuevamente en 2017 (año en que impulsó la ley de aborto en tres causales) estuvo expuesta a ser expulsada del bando que la recibió.
Así fue desarrollando lentamente, como un músculo que ha sido entrenado en forma constante, el gigantesco desafío de administrar la libertad, como también de esperar y exigir respeto hacia sus opciones de vida.
Su marido y puntal en la vida, Jorge Desormeaux, no interviene en sus decisiones políticas. «Para mí es lo mismo que Evelyn me diera consejos para mis consultorías económicas. Este es un tema que es, profundamente, de ella», explicó cuando su señora comenzaba la campaña presidencial en 2013 y asumía el inmenso costo familiar que ello significaba.
En la vida cotidiana se ha traducido en que Evelyn Matthei anuncia, pero no pide permiso. En su casa, en la política, en donde sea que esté.
Su mayor influencia
La persona que más ha influido en Evelyn Matthei nació en 1925 en Osorno. Su padre, Fernando Matthei Aubel, creció en tierras de inmigrantes alemanes.
Hombre de pocas palabras, pero franco e independiente en sus juicios, Fernando Matthei grabó una marca en el ADN de su hija; ese ADN pasional y de fuerza temeraria casi imposible de domesticar. Este militar, hosco en apariencias, nutrió en su hija, como quien fertiliza la tierra, el concepto de libertad y responsabilidad. «Decide tú, pero hazte cargo de las consecuencias de tus decisiones», repetían como un mantra en la casa de la familia Matthei Fornet.
Estudió en el Deutsche Schule de Osorno, colegio que funcionaba en un viejo edificio detrás de una iglesia luterana, junto a la Plaza de Armas. Hasta allí llegaron algunos profesores de Alemania que hablaban del nuevo líder que prometía trabajar por una nueva Alemania: Adolf Hitler. Sus amigos tenían nombres como Erich Laussen, Tassilo von Conta y Ricardo Mohr. Su hermano Heinz era dos años menor. Como la mayoría de sus pares de colegio, Fernando Matthei soñaba y pensaba en alemán, su idioma materno.
Asistían a la Iglesia Luterana, donde el marido de su tante Frieda —hermana de su padre— tocaba el órgano. Allí cantaban y reforzaban la fe. Cuestionar, preguntar y reflexionar eran los verbos que se conjugaban en esos encuentros. Y una y otra vez subrayaban esa misión de todo ser humano de hacerse cargo de su propia conciencia. El mismo mensaje que décadas después les transmitió a sus hijos.
No fue un hombre practicante. «Crecí luterano y cuando descubrí que la mayoría era católica empecé a preguntarme qué era lo bueno. Y terminé siendo profundamente religioso, pero no observante de ninguna religión en particular».
Se formó en un hogar donde los niños eran tratados como adultos. «Mi mamá tuvo que recomendarme en varias oportunidades que moderara un poco el apasionamiento, pero a mi papá no le importaba discutir conmigo en esas condiciones. Nunca olvidé que me trataba como un igual. De hecho, su ejemplo me sirvió para no perder la ecuanimidad en situaciones similares con mis propios hijos», recuerda Fernando Matthei. Y su hija Evelyn aplicaría lo aprendido, cuestionándolo y desafiándolo en tiempos agitados.
Fernando Matthei siempre tuvo una pasión por los aviones. Admirador de Von Richthofen, «el soldado dispuesto a entregar su vida por una causa que la trasciende», sabía que en el aire hasta un teniente tiene el destino entre sus manos. Su deber era desplegar todo su talento y valor como individuo en favor de una causa. «Esto me atraía bastante más que sumergirme dentro de una masa de hombres o en una tripulación de barco donde nadie, fuera del general o comandante, puede hacer otra cosa que obedecer».
Fernando Matthei vivió el éxito económico de sus padres, como también su quiebra. En 1935 dejó Osorno y llegó el mismo año al fundo El Ingenio, entre La Ligua y Cabildo, «el período más maravilloso de toda mi adolescencia». Pero el ciclo terminó con la quiebra de su padre, producto de unas malas inversiones, y la familia se trasladó a Llay Llay, donde el jerarca de la familia se desempeñó como administrador de un fundo.
A partir de entonces, Fernando creció en austeridad, viviendo con las tías o tantes que llegaron de Alemania y que dejaron una huella en él. La tante Else Fischer tenía una casa llena de libros y discos de música clásica. Gracias a ella, Beethoven, Mozart y Brahms entraron a su vida.
En 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin, Fernando Matthei entró a la Fuerza Aérea. Tres años antes, la Escuela de Aviación y la Escuela de Especialidades habían abierto sus puertas para el ingreso de cadetes y alumnos directamente desde la vida civil. A partir de entonces, toda la dotación comenzó a estar integrada por aviadores, formados desde el primer día en el ambiente y en la doctrina aérea.
Su primer traslado, recién graduado, fue a la base aérea Los Cóndores, de Iquique. En 1947 asciende a subteniente y es destinado a Colina con Eduardo Fornet, su futuro cuñado.
Figura pública y polémica durante la dictadura, Fernando Matthei Aubel fue un padre militar atípico. Los amigos de colegio y de universidad de Evelyn recuerdan haber ido a la casa de los Matthei Fornet, donde los recibía este militar acogedor. Se integraba al grupo de amigos. «Era un hombre muy cercano, recuerdo haber jugado ajedrez con él», comenta Rosa Becker, compañera de colegio de Evelyn. «No generaba distancia, al contrario», rememora Arnold Hoppe, compañero de Robert, el hermano de Evelyn y amigo de la familia. Agrega: «Era un faro para muchos, un hombre muy capaz, y Evelyn absorbía de él una visión de vida».
Le transmitirá a su hija, además de disciplina, un sentido del deber y compromiso por el país, pero también una sabiduría para desenvolverse en el mundo.
—Cuando me veía agobiada por un problema —cuenta Evelyn—, mi padre me llevaba a mirar las estrellas. Me decía, «Mira esa estrella, ¿estará a 10 mil años luz de distancia? ¿De dónde habremos salido nosotros?». Y rápidamente me hacía concluir: «Sabes, no eres tan importante y lo que estás viviendo no es el fin del mundo».
En otras ocasiones le decía:
—Mira a ese general, ¿te das cuenta de que está rodeado de gente? En unos años más ya no va a ser general y va a estar solo.
Eso lo repetía una y otra y otra vez.
—Los buenos amigos son amigos no por lo que eres y lo que tienes, sino porque te quieren.
Evelyn absorbería sus lecciones.

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