Pulso

Muerte a la frase larga

Acabo de leer un libro fascinante, Several Short Sentences About Writing.  El titulo no es muy sexy. Más aún, escribir 200 páginas sobre cómo construir frases potentes y atractivas parece de locos. Pero Verlyn Klinkenborg lo logra. Y sus reflexiones sobre el proceso de escribir (o mejor dicho, tratar de escribir bien) son útiles, irónicas, y extraordinariamente perceptivas. En síntesis, Klinkenborg define el proceso de escribir como "construir frases."  Pues son las frases -y no las palabras- las que arman el párrafo, y sostienen el texto.

Para que la frase sea buena, tiene que satisfacer varias condiciones. Debe tener una estructura lógica impecable, pasar un test estético, y tener un ritmo interno compatible con las ideas que expresa. Además, debe enganchar bien con la frase que viene. Esto es lo más difícil. Si las frases quedan demasiado conectadas, es decir, sin ningún vacío entre ellas, el lector toma un rol pasivo y se puede aburrir. Es como que lo llevaran de la mano. Si las frases dejan espacios estratégicos -cuidando que el lector no se pierda, por supuesto- esto lo obliga a usar la imaginación, lo cual hace más estimulante la experiencia. Confieso que jamás había reflexionado tanto sobre lo que significa construir una frase.

Lo interesante del libro, pensado para un lector (o escritor) de habla inglesa, es su vigencia en otros idiomas. En particular el castellano. Aquí entramos nosotros, los chilenos, todavía bajo el embrujo de la cultura española. Todavía enamorados de lo que Klinkenborg considera el peor enemigo del escritor: la frase larga (casi eterna), que no dice nada, llena de adjetivos y adverbios, y de poco contenido. La frase llena de eufemismos, donde se dice con quince palabras lo que se puede expresar con cinco; y donde se privilegia la diarrea verbal y no la claridad expositiva. En resumen, la frase llena de recovecos y vericuetos, que sólo confunde al lector y lo obliga a releerla. Pero ya sin entusiasmo.

Tengo frente a mí dos artículos del New York Times escogidos al azar (Klinkenborg es miembro del equipo editorial). Uno es de Paul Krugman y el otro de Greg Mankiw, dos economistas que ideológicamente están en polos opuestos, pero en cuanto a la forma de escribir profesan la misma religión. Las frases son cortas y al grano. Y todas hacen algo: afirman, niegan, pontifican, ridiculizan o informan. Pero no hay ninguna de adorno. Ni tampoco rellenos fáciles con lugares comunes. Como contraste, aquí va un ejemplo típico de un diario latinoamericano (no chileno, para evitar ofender): "En más de una ocasión, al pedir el voto para sus candidatos, el presidente aludió a la importancia que esto tenía para el proyecto propuesto por la Revolución Ciudadana y llamó a respaldarla; entonces hay que leer los resultados también desde ese enfoque y reflexionar sobre ellos, pues los números bien podrían indicar que, a nivel local, hay un alto porcentaje de ciudadanos que no están conformes con el proyecto que se está ejecutando".

Imposible encontrar un mamarracho como el anterior en un diario estadounidense. Al autor lo habrían despedido con efecto retroactivo. 

Marzo marca el comienzo del año escolar. ¿Cuántos escolares irán a aprender a escribir como el autor del párrafo anterior? Y creerán que lo están haciendo bien. Es decir, bajo la creencia de que la oscuridad es signo de autoridad. O tal vez de inteligencia. Desgraciadamente, los colegios chilenos no enseñan a escribir. Mejor dicho, enseñan a escribir mal. Y escribir mal no ayuda a pensar bien. Detrás de un párrafo tortuoso, hay siempre una mente confundida. 

Esta triste realidad quedó de manifiesto cuando algunos escépticos revisaron el proyecto de ley relacionado con el uso del Timerosal. Quedó claro que algunos parlamentarios, probablemente conscientes de que no sabían escribir, optaron por lo más fácil: copy-and-paste.  Simplemente bajaron de internet algunos textos que insertaron al documento. 

Los colegios estadounidenses -al contrario de los chilenos- enseñan a escribir, que más que juntar palabras, es juntar ideas. Además, enseñan a escribir en inglés (el idioma en que funciona el mundo), lo cual da una doble ventaja. Los estudiantes latinoamericanos, al no aprender este oficio desde pequeños, adquieren una discapacidad importante. 

De esto me di cuenta al escribir mi tesis de doctorado en Estados Unidos: no sabía escribir. Tenía la cabeza llena de malas prácticas y conocimientos negativos. Tuve que desaprender todo lo asimilado en mi experiencia escolar chilena. Y tratar de adquirir mejores hábitos. Sería arrogante pensar que lo he logrado, y deprimente pensar que he fracasado cien por ciento. Aprender a escribir es un proceso continuo. Es como el tango: hay que seguir en la lucha, que es cruel y es mucha. 

Volviendo a Klinkerborg. Un último consejo: la función del escritor no es aceptar frases (las más peligrosas son las que se ofrecen fácilmente disfrazadas de inspiración).  Hay que desconfiar de ellas, como de todo lo gratis. La tarea del escritor es hacer frases, una por una, y palabra por palabra. Como decía Cortázar, un escritor debe leer mucho, escribir mucho, y romper mucho.

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