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Cuarenta años después Hemon todavía no supera la culpa que lo azota cada vez que recuerda este episodio. Se pregunta como habría sido la vida de su madre sin su comentario que tal vez le cerró una avenida (o forma de expresión) que la podría haber conducido a una vida mejor, posiblemente más feliz.


Acabo de terminar el último libro de Aleksandar Hemon, un escritor bosnio que no es muy conocido en Chile. Mi interés por Hemon es doble. Primero, sus libros son interesantes y entretenidos. Y segundo, es que siempre me han intrigado los escritores bilingües. Por bilingües me refiero a escritores que empezaron escribiendo en su idioma original y eventualmente terminaron escribiendo en otro. Hemon, que nació en Sarajevo, empezó escribiendo en bosnio, y eventualmente adoptó el inglés una vez que se instaló en Chicago arrancando de la guerra post-desintegración de Yugoeslavia. Lo más fascinante de sus textos son unas frases perfectas desde un punto de vista gramatical y sintáctico, pero que tienen una estructura tan original que el efecto es mágico. Una mezcla de palabras impensable en un angloparlante original. Similar al caso de un arquitecto que sin violar ninguna disposición de la ingeniería estructural concibe un edificio con una forma nunca antes pensada.

Pero no fue la magia de las frases de Hemon lo que me llamó la atención de su último libro. Fue lo conmovedor que me pareció un pasaje muy triste cerca del final.

Cuando era pequeño su madre lo iba a buscar regularmente al salir del colegio. Un día no pudo identificar a su madre entre el gentío que esperaba a los niños, pero sí le llamó la atención una mujer muy bonita y elegante, muy bien maquillada y con un peinado muy refinado. A los pocos segundos se dio cuenta que esa mujer tan hermosa y distinguida era su madre. Cuando camino a casa le explicó que inicialmente no la había conocido por su apariencia tan adornada y arreglada (usa la palabra "bedecked"), ella se sintió incómoda, como si la hubieran descubierto cometiendo una falta, traspasando un límite prohibido. Y nunca más en su vida volvió a usar maquillaje o a arreglarse tan distinguidamente.

Cuarenta años después Hemon todavía no supera la culpa que lo azota cada vez que recuerda este episodio. Se pregunta como habría sido la vida de su madre sin su comentario que tal vez le cerró una avenida (o forma de expresión) que la podría haber conducido a una vida mejor, posiblemente más feliz.

Inevitablemente, esta reflexión de Hemon me obligó a pensar como sería Chile si no hubiera pasado todo lo que acaba de pasar. Desgraciadamente estas preguntas solo tienen respuestas que fluctúan entre la angustia, el desasosiego y las conjeturas inútiles.

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