El primer punk de Chile

Álvaro Peña es uno de los mayores mitos de la música chilena. Alojó en una casa okupa en Londres en los 70 y formó una banda punk antes del punk. Fue amigo de los miembros de The Clash y protagonista del nacimiento de todo un movimiento cultural. Esta es su historia.


"Ahí estoy yo, con una guitarra y un sombrero de huaso. Esa era la banda. La mitad están muertos". Álvaro Peña, mito de la música chilena, repetirá esa frase muchas veces. Volvió a Chile esta semana para participar del Red Bull Music Festival Santiago. A sus 74 años, cuenta con orgullo que es de las "pocas personas vivas" que pueden hablar con propiedad del nacimiento de toda una escena cultural. Y sabe que es el único chileno que estuvo ahí. En una casa okupa en el centro de Londres, a principios de los 70. Sin dinero para conseguir un lugar más decente. Pasando frío. Comiendo poco. Participando de fiestas con alcohol, drogas y rock and roll antes del cliché. Haciéndose amigo de los Sex Pistols. Intentando diferenciarse de los hippies. Tocando en bares de mala muerte junto a Joe Strummer, futura leyenda de la música. Punk antes del punk.

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Previo a la vida en Londres y a su carrera en el circuito under europeo, Álvaro Peña dice que fue un respetado publicista de Valparaíso. Nacido en una familia de buena situación económica y educado en el Colegio Mackay, establecimiento de hombres, privado y católico. Ese joven alto y flaco parecía condenado a una vida totalmente convencional.

"De mi madre no me acuerdo. Se murió por la depresión cuando yo tenía 19 años. Yo también tengo depresión, ese bichito me lo pasó a mí. Todos los depresivos tienen un talento increíble. Escribía poemas de amor entre sus recetas. Fue mi papá quien me compró mi primera trompeta", recuerda Álvaro Peña.

Así empezó en la música. Con una trompeta de segunda mano comprada a un exorfeón de la Armada. Álvaro tomó clases y aprendió a componer. Un par de meses después, le vendió ese instrumento a un joven Gabriel Parra, futuro baterista y fundador de Los Jaivas. Peña prefirió especializarse en el saxofón para empezar su propia carrera.

Su primer concierto fue en Villa Alemana en 1962, como saxofonista de Los Dandys. Tocaban la música que estaba de moda por esos años entre los jóvenes: el rock and roll colérico. Luego pasó por bandas como Los Challengers y Los Macs, haciendo presentaciones por toda la Quinta Región.

Paralelo a esa carrera musical, Álvaro Peña llegó a ser director creativo en Chile de la empresa de publicidad Walter Thompson y se especializó en la creación de campañas para marcas de detergentes y lavadoras.

Los viajes de trabajo lo llevaron a Perú, Estados Unidos e Inglaterra. Pero eso lo aburrió. Peña cuenta que cuando cumplió 30 años estaba cansado y necesitaba un nuevo tipo de vida. Entonces empezó una búsqueda espiritual. "Nací como católico como toda la gente en Chile. En mi mayoría de edad probé ser presbiteriano y no me gustó. Después, el Ejército de Salvación tampoco me gustó. Los Mormones, menos. Entonces conocí el hinduismo", dice Peña.

Entre otras cosas, esa religión implica una actitud ante la vida y el mundo de manera espiritual. Cree en la armonía con la naturaleza y en el desapego a lo material. En eso pasó a creer Álvaro Peña, quien se volvió vegetariano y, según dice, nunca más volvió a tomar alcohol ni ingerir drogas.

Uno de los momentos, revela, que lo marcaron fue a los 12 años. Un suceso que cambió para siempre su forma de pensar y de comportarse: "Yo fui violado a los 12 años, por un desgraciado que me tomó en la calle, en Valparaíso. Queríamos matarlo. Después fui a confesarme y al padre casi se le cayó la sotana. No podía creerlo. Me dijo:'Usted, joven, está sucio, como echándome la culpa a mí'. Eso fue un trauma, pero pude superarlo gracias a la música. He escrito canciones sobre esa experiencia", recuerda Peña.

En 1973, el músico viajó a Londres por un tiempo. Después del Golpe Militar no se atrevió a volver a Chile. Temía que podía transformarse en un detenido desaparecido. Allá empezaría una nueva vida.

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Álvaro Peña está sentado en el comedor de un hotel en el barrio Lastarria. Viste un chaleco de colores y un pantalón muy largo, de color marrón. Se ríe de sus propias historias a carcajadas. A veces es complicado seguir esas anécdotas. En sus manos tiene una foto de The 101's, la banda punk que integró en Londres.

"No sé si me gusta o no me gusta. Esta ahí la cuestión. No me puedo deshacer de eso. No me esperaba ser parte de algo histórico. Ninguno de esos punks se lo esperaba", dice Peña, mientras mira la fotografía con su antigua banda.

El músico llegó a Londres en 1973, cuando tenía 30 años. Al principio arrendó una pieza, pero la plata se acabó. Entonces un amigo inglés le dijo que había una casa desocupada. Que podía dormir gratis. Pero que no había más que eso. La casa quedaba en Walterton 101, al centro de la ciudad.

La década de los 70 fue una época complicada en Inglaterra. El país intentaba superar la pobreza que había dejado la Segunda Guerra Mundial. Los sindicatos se fortalecieron y sus huelgas eran duramente reprimidas por la policía. La inmigración desde África también cambió el panorama del país. Surgieron grupos de ultraderecha y, en respuesta a eso, muchos jóvenes también crearon su propia cultura alternativa. Llamaban a rebelarse en contra del sistema. Querían terminar con la paz y el amor que los hippies habían instaurado como bandera de lucha en los 60.

Con ese panorama se encontró el chileno Álvaro Peña en su nueva casa. Conoció a jóvenes que consideraban que vivir gratis en casas abandonadas sin pagar las cuentas era un derecho.

En la casa también vivía John Graham Mellor, un hijo de diplomáticos ingleses que era fanático del rock y el blues. Al chileno lo bautizaron como "el huaso", por el sombrero que usaba mientras tocaba guitarra. Se hicieron amigos y fundaron una banda junto a otros compañeros okupas: The 101's. La idea era componer música totalmente distinta al rock que se hacía hasta el momento. Que sonara rápido y fuerte. Fueron los primeros en hacer algo que luego lo llamarían con otro nombre.

"Me tocó ser iniciador del punk cuando no se llamaba punk. Se llamaba música de mierda. Los críticos decían que estos conjuntos eran tan malos, que la única manera de llamarlo era eso", dice Peña.

The 101's, la banda que Álvaro Peña integró en Londres, en pleno inicio del movimiento punk.

La banda alcanzó a tocar por varios bares de Londres por un año. Grabaron algunas canciones en casete. Luego se separaron.El chileno ha dicho que el fin llegó porque quería hacer música más latinoamericana. La versión más conocida, sin embargo, dice que Mellor conoció a Mick Jones y Paul Simonon en un concierto de Sexs Pistols, donde también tocaron los 101's. "Eres bueno, pero tu banda es una mierda", le dijeron para invitarlo a formar otro grupo.

Mellor se fue de The 101's y empezó a utilizar el seudónimo de Joe Strummer. El nuevo grupo se llamaría The Clash, quienes se hicieron conocidos mundialmente. Hasta hoy son una de las bandas más influyentes en la historia del rock y definieron el sonido que tendría el punk como estilo musical. Entre las bandas que han nombrado a The Clash como su principal influencia están U2, Pearl Jam y Los Prisioneros.

Peña decidió emprender un proyecto aún más alternativo y lejano al éxito de sus antiguos compañeros. Con sus ahorros grabó un disco experimental. Se llamaba Drinkin my own sperm. No le fue muy bien en ventas. Años después, una revista musical en Inglaterra la incluyó entre los discos más extraños de la historia de la música. Ahora es considerado una obra de culto.

La letra de Washington Bullets, canción publicada por The Clash en 1980, habla de la represión del gobierno militar en Chile y del asesinato de Víctor Jara. Todas esas historias habrían nacido de las conversaciones entre Peña y Strummer. "Joe no sabía mucho de Chile. Le interesaba lo que pasaba en Latinoamérica, pero pensaba que todos los países eran lo mismo", dice el punk chileno.

Peña siguió grabando discos sin definir muy bien su estilo. Podía hacer cualquier cosa. Sus canciones tenían sonidos extraños, letras minimalistas y poéticas. Nunca más supo de The Clash.

"Lo mío siempre fue hacer huevadas más raras", cuenta entre risas Álvaro Peña, 40 años después de la historia que lo convirtió en el primer punk chileno.

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Las memorias de Álvaro Peña son difusas. A veces se suele equivocar de fechas o contar versiones distintas de la misma historia. Cuando volvió a Chile, a principio de los 90, se transformó silenciosamente en un mito. Primero en Valparaíso y luego en otros lugares. Su historia pasó de boca en boca entre el público porteño.

"¿Sabías que un chileno tocó con The Clash? ¿Que carreteaba con Sex Pistols? ¿Que le enseñó a cantar a Joe Strummer?, ¿Que se volvió loco y hace música muy extraña", eran los comentarios que se solían hacer. Su historia parecía una especie de tesoro que seducía a muchos. Era un ícono cuando no había demasiados. Aunque nadie sabía muy bien de qué se trataba.

Algunos han llegado a dudar de la veracidad del mito de Álvaro Peña, de quien se han filmado dos documentales y hay un tercero en rodaje.

"Me llamó la atención su opción por el indie. Desde 1977 que saca discos bajo su propio sello, no le rinde cuentas a nadie, hace sus propias carátulas, muchas a mano. Hace lo que quiere, edita lo que quiere, desordena su obra constantemente con el simple propósito de confundir", dice Jorge Catoni, director del nuevo documental sobre Álvaro Peña, que se estrenará a principios del próximo año.

Su relación con los inicios del punk le ha valido ser un nombre de culto para los fanáticos de la banda. Ha vuelto muchas veces a Inglaterra para participar en homenajes a Strummer, quien murió en 2002.

Pese a tener 74 años, Peña dice que no piensa en el retiro. "La vejez es una cosa que no tengo idea. Un gallo de 25 años se puede sentir viejo. Yo siento que tengo menos de 60. Tengo bastante energía; gracias a Dios, puedo cantar", dice sonriendo Peña, quien no usa internet y tiene un celular que pasa apagado la mayoría del tiempo.

El cantante actualmente vive en un pequeño departamento en Alemania. En su maleta trajo lo estrictamente necesario. Poca ropa y cerca de 40 discos, vinilos y casetes para vender. Con eso, dice, puede sobrevivir. La idea es seguir haciendo música extraña hasta el final.

"Lo que todos los artistas queremos es morir en su lugar de trabajo. Me encantaría morir en el escenario", remata.

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