Arquitectura: Gehry toca el cielo de Manhattan
Frank Gehry, famoso por sus esculturales estructuras, finalmente logró ponerle su firma a Nueva York: la Torre Beekman parece bailar sobre el East River. Muchos alaban su ondulante fachada de acero inoxidable y 76 pisos. Otros dicen que el edificio sólo confirma que Manhattan es un gueto para ricos.<br>
El horizonte de Manhattan ha vuelto a tener un hijo. A un costado del puente de Brooklyn, a pocos pasos de la alcaldía, en una cuadra donde se amontonaban sin demasiada gloria la Universidad Pace y un hospital, surgió a lo largo de los últimos cinco años la Torre Beekman, promovida por sus dueños como "New York by Gehry" en honor a su creador. Tras varios intentos fallidos y un par de resultados menos célebres, Frank Gehry, famoso por esculturales estructuras como la del Museo Guggenheim de Bilbao o el Walt Disney Concert Hall de Los Angeles, finalmente ha logrado ponerle su firma a Nueva York.
La torre -76 pisos de ondulante fachada cubierta de acero inoxidable- brilla y parece bailar sobre el East River, mientras se incorpora al permanente diálogo de las estructuras que se equilibran sobre Manhattan. A su alrededor conversan con ella la maciza torre del Municipio (1912, uno de los mayores edificios gubernamentales del planeta) y el Woolworth Building (que con 57 pisos fue el edificio más alto del mundo entre 1913 y 1930). Pero a diferencia de estas históricas estructuras -una para la ciudad; la otra construida para alojar las oficinas de una desaparecida cadena de tiendas-, el edificio de Gehry es una torre para departamentos de lujo. Y no sólo eso: sus unidades no se pueden comprar y el arriendo de un departamento de dos dormitorios comienza en los US$ 6.000.
Así las cosas, muchos ven en edificios como éste el signo de los tiempos: Manhattan se ha convertido en un gueto para ricos. La gente de clase obrera y media sigue siendo empujada hacia otras islas, otras ciudades y otros estados del país, a causa del poder adquisitivo de gente como la que ya ha comenzado a mudarse a la torre de Gehry. Mal que mal, desde 2002 la ciudad ha sido regida por Michael Bloomberg, su segundo residente más adinerado y a quien -con cierto facilismo- la oposición suele acusar de falta de sensibilidad para con los pobres.
Críticas aparte, la torre de Gehry es una estupenda noticia en muchos sentidos. Mientras conflictos públicos y privados siguen demorando la reconstrucción de la Zona Cero, el edificio se levanta como un hito de esperanza en una zona de Manhattan. No sólo abre nuevos horizontes de desarrollo para esta zona de la isla -que nunca ha logrado reponerse del todo del impacto económico de los atentados del 11 de septiembre-, sino que comienza a llenar el vacío dejado en el cielo por la caída de las Torres Gemelas.
Pero hay más que eso: en una ciudad que a su costo de vida imposible suma a veces la sensación de ser inhóspita y amenazante, las ascendentes ondas de la torre de Gehry (quien hace poco dijo que "el 98% de los edificios de los Estados Unidos no son más que cajas") aportan todo lo contrario. Según el arquitecto, para lograrlas se inspiró en cómo se comportan las telas, y con esos pliegues metálicos no pretendía otra cosa que transmitir la sensación que le da a una guagua ser arropada entre los brazos de su madre.
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