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Martín Hartmann, filósofo: “Establecer una sociedad igualitaria implica más que la redistribución económica”

Rector de la Universidad de Lucerna, plantea que la desigualdad no es sólo económica o social, sino que "también tiene un aspecto emocional". Y que eso -asegura- lo debieran tener en cuenta quienes pretenden mantener a la democracia "estable e intacta".

Martin Hartmann. Foto: U. de Lucerna

¿Cuál es el efecto emocional de la desigualdad, en todas sus formas? ¿Qué son las brechas de empatía? ¿Cómo afectan estas a la democracia? Martin Hartmann, catedrático de Filosofía Práctica en la Universidad de Lucerna (Suiza), quiso contestar esas preguntas en su libro The feeling of inequality: On empathy gulfs, and the political Psychology of Democracy, y sobre el que vendrá a hablar a Chile la próxima semana, invitado por el proyecto Cátedras de la UAI.

Rector de la Universidad de Lucerna, es doctor en Filosofía Social por la Universidad Goethe de Fráncfort. Ha sido investigador en el Institut für Sozialforschung de Fráncfort y en la School of Social Science del Institute for Advanced Study de Princeton. Ha sido decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Lucerna y director de su programa “Philosophy + Management”.

Vía Zoom desde Suiza, cuenta que está muy entusiasmado con su visita a Chile, en que participará en un coloquio sobre su libro, que será comentado por Ignacio Briones (director de la Cátedra Alexis de Tocqueville de la UAI) y Leonidas Montes (director del CEP y de la Cátedra Adam Smith de la UAI). También participará en un conversatorio con el rector de la UAI, Francisco Covarrubias, sobre el rol de las universidades y la confianza en las sociedades contemporáneas.

Cuenta que ya había escrito un libro acerca de la investigación de las emociones. Y luego, el debate sobre la desigualdad adquirió impulso en la economía, con autores como Thomas Piketty y la cuestión del capital. “Y entonces combiné ambos temas para pensar que, por supuesto, la desigualdad siempre es desigualdad económica o socioeconómica, y eso es muy relevante, no lo niego. Pero la desigualdad también tiene un aspecto emocional, y así es como combiné estas tendencias en el libro”, dice.

Como usted afirma, los sentimientos respecto de la desigualdad son “agentes de diferenciación”. No solamente registran pasivamente la desigualdad.

La idea es que el estatus social siempre tiene un componente emocional. Si, por ejemplo, eres muy rico, ese estatus probablemente conlleva muchos sentimientos, emociones y cosas que no se limitan a tener mucho dinero o capital. Ser rico podría ser una buena sensación. Podría hacerte sentir orgulloso. Podría hacerte sentir responsable. Hay muchas cosas que podrían asociarse con ese estatus. Y, por supuesto, por otro lado, la pobreza tiene sus propias asociaciones emocionales y aspectos, como el no querer ser visto o, incluso, dependiendo del contexto, cierto resentimiento. El resentimiento es una de las emociones que muchos consideran muy relevantes para el éxito del movimiento populista de derecha (actual). Entonces, la idea es que estas emociones no solo acompañan al estatus socioeconómico o a las desigualdades económicas, sino que también generan una especie de segundo estatus social.

¿Cómo?

Las preguntas de ¿cómo me siento en la sociedad? ¿Me siento reconocido? ¿Me siento respetado o no?, son dimensiones de la desigualdad que van más allá de los meros aspectos económicos, a saber. Y el estatus, repito, siempre conlleva sentimientos. Mencioné algunos en el libro. También hablo de la envidia, por ejemplo, que suele criticarse como sentimiento, pero intenté defenderla. Así que estos son los sentimientos que me interesan. Los llamo sentimientos relacionales porque nos relacionan con los demás de diversas maneras.

Hablemos de las críticas que pueden surgir, tanto desde la derecha como desde la izquierda, sobre esta visión de la desigualdad. Desde la derecha, le podrían decir que, más que la desigualdad, el foco debería ser mucho más la eliminación de la pobreza y la igualdad de oportunidades…

Bueno, suena bien intentar sacar a la gente de la pobreza y así lograr una sociedad más igualitaria, y dar igualdad de oportunidades. Mi marco es uno de teoría democrática. Yo diría que, desde un punto de vista democrático, lo que es muy importante es que nos sintamos igualmente empoderados para participar en nuestro sistema político. Y este tipo de igualdad no debe verse afectado. Así que, si me dicen que este tipo de igualdad no es importante, siempre y cuando se consiga un buen trabajo o salir de la pobreza, discrepo. Creo que incluso las personas que ya no son pobres pueden estar, democráticamente hablando, más o menos marginadas o aún no tener voz en los debates públicos relevantes. El tipo de impacto que uno tiene en la sociedad no depende solo de su estatus socioeconómico, sino, repito, del tipo de estatus que intento desarrollar y que integro idealmente en un marco que considera a los ciudadanos como democráticamente iguales. Si no lo son, deberían serlo. Y creo que este es el ideal que la democracia debería perseguir.

Desde la izquierda, por otro lado, se podría decir que el enfoque principal es solucionar las desigualdades económicas a través de la redistribución; no tanto, o menos, sobre cómo se siente la gente.

Bueno, de nuevo, eso también suena bien. Pero lo que describí podría no volverse completamente irrelevante, ya que incluso si se logra algún progreso económico mediante la redistribución, esto podría no significar que el estatus social aumente o mejore. Así que, si bien es cierto que, muy a menudo, reducir los ingresos o perder el trabajo afectará la forma en que uno se siente como miembro de la sociedad, los cambios en ese aspecto no siempre compensan por completo la sensación de falta de respeto. Por ejemplo, hablando de Alemania, recién celebramos un nuevo aniversario de la reunificación.

¿Qué vio ahora?

Lo que vemos hoy en día entre Alemania del Este y Alemania Occidental son diferencias bastante grandes. Y el partido de derecha es mucho más fuerte en las regiones orientales que en las occidentales, aunque económicamente hablando, el este se ha recuperado bastante. Todavía se ve que estas personas no se sienten miembros de pleno derecho de Alemania, sea lo que sea eso. La mejora económica y la redistribución han ayudado, pero no han resuelto estas profundas diferencias y distancias mentales o, como diría yo, emocionales. Así que, obviamente, establecer una sociedad igualitaria implica más que la redistribución económica. Y creo que esa dimensión es más difícil de comprender.

Escribe en su libro sobre las “brechas de empatía”. ¿Cómo las describiría y cuáles son sus efectos?

La idea central del libro es el impacto de las grandes desigualdades socioeconómicas en nuestra forma de relacionarnos empáticamente. Y con empatía me refiero a si podemos ponernos en la situación de los demás. Para mí, no es tanto un sentimiento. A menudo digo que la empatía comunica sentimientos. Es un concepto que planteo, inspirado en David Hume y Adam Smith. Y describo diversos tipos de desigualdad, también en la arquitectura, en las estructuras matrimoniales, en las estructuras tributarias, etc. Y creo que todas ellas pueden influir en cómo nos relacionamos. Y esto, a su vez, también influirá en los sentimientos que tenemos el uno por el otro. Así que el resentimiento, por así decirlo, suele estar relacionado con la incapacidad, por ejemplo, de comprender plenamente a alguien. ¿Cómo sería ser esa persona? O creemos saber cómo se sentiría, pero simplemente le atribuimos una imagen estereotipada a esa persona o a su situación. Ian Shapiro, quien acuñó el término, da un ejemplo de Sudáfrica, donde la persona de la limpieza en un hogar adinerado cree que ni siquiera puede imaginar cómo sería ser tan rico. Y a eso lo llama un abismo de empatía. Dice que si ni siquiera puede imaginar cómo debe ser, ¿cómo podría esforzarse o aspirar a alcanzar ese estatus? Ese es su punto. La gente no luchará contra su situación ni luchará por mejorar si no puede imaginar cómo sería vivir en ese mundo. No se ve allí.

La desigualdad está estrechamente ligada con la justicia social, un concepto que, como dice la filósofa Susan Neiman, no se debate hoy como un tema central de nuestro tiempo, que para ella lo es.

La filosofía ha reflexionado mucho sobre la justicia social en los últimos años. Supongo que una derecha ha logrado, y ya hablamos de esto antes, colocar otros temas en el primer plano de los periódicos y las redes sociales. Y quizá la izquierda ha cometido el error de permitirlo y de alejarse demasiado de sus temas tradicionales de redistribución y justicia social. Aunque no escribo mucho sobre estos temas, los considero importantes. Solo quiero añadir a ese debate otra dimensión, que considero relevante. En Alemania, por ejemplo, la izquierda se ha inclinado hacia el debate migratorio, intentando copiar o absorber algunos de los temas que han estado tratando los partidos de derecha. Y eso no les ha ayudado en absoluto. Porque, como dice el dicho, hay que buscar lo original, ¿no? No quieres que el partido de izquierda copie estos temas. En cierto sentido, no digo que la izquierda sea culpable del éxito de los partidos de derecha, lo cual a veces ocurre, pero sí digo que quizás se han alejado demasiado de su tradicional estrategia. O sea, Hillary Clinton, ya sabes, esa famosa declaración suya sobre... ¿deplorables?

Acerca de quienes votan por Trump…

De eso es precisamente de lo que hablo. Es esta denigración la que inmediatamente te plantea dudas sobre tu estatus. Y, como ella es, digamos, supuestamente de izquierdas, ciertamente dentro del contexto estadounidense se puede imaginar que eso no ha ayudado en absoluto. Pero demuestra que esta insensibilidad hacia estos temas quizás sea en sí misma una brecha de empatía. La incapacidad de comprender, por ejemplo, los intereses, perspectivas, situaciones y medios de vida de los trabajadores tradicionales o de los obreros quizás haya sido un problema para muchos partidos de izquierda. Pero, en general, diría que siempre espero que alguien represente realmente los aspectos más económicos de las democracias occidentales. Y me sorprende que eso no haya sucedido realmente dentro de la izquierda. Así que, supongo, a los partidos de derecha les resultó más fácil representar a estas personas, sin duda, y como dijimos antes, en este marco de hacerlos sentir más reconocidos, tomados en serio y mejor representados, aunque eso, objetivamente hablando, quizá ni siquiera sea cierto, como también dijimos. Pero por alguna razón, y quizás eso también se debe a las redes sociales, la gente cree que es cierto. Y la izquierda no ha encontrado una buena narrativa alternativa. Supongo que la izquierda necesita una nueva narrativa que pueda cautivar a la gente.

Y finalmente, dado que viene a Chile pocas semanas antes de unas elecciones presidenciales, ¿por qué, para cualquiera que intente ser presidente de un país en cualquier parte del mundo, es importante pensar en la desigualdad y no dejarla de lado, aunque no sea una prioridad para los votantes en este momento?

Creo que vemos lo que podría suceder en Estados Unidos: si se ignora la desigualdad o la creciente desigualdad, se pone en peligro la democracia. Y porque, como digo, la democracia, sea lo que sea, se basa en la idea de la igualdad democrática o en ser tratado como un ciudadano plenamente igual en términos políticos. Y si se permite demasiada desigualdad y demasiada concentración de la riqueza, se permite que muy pocas personas ejerzan una influencia masiva. Y se priva de derechos o se incapacita a grandes segmentos de la población. Lo vean así o no, creo que esto es lo que está sucediendo. Y eso es una amenaza para la democracia. La desigualdad excesiva siempre es un peligro para la democracia. Puede tener muchos otros problemas, pero también es importante. Y permítanme enfatizar que lo que sabemos hoy es que la desigualdad tiene impacto (incluso) en la expectativa de vida de las personas. Y esto es más que la perspectiva económica: sabemos que las personas ricas viven más.

Y son más saludables…

Sí. Son más saludables. Y es interesante que algunas personas lleguen a decir que la desigualdad como tal puede tener estos impactos. Incluso si formas parte de una jerarquía, incluso en una jerarquía profesional, incluso si ocupas una posición bastante buena en ella, quien esté por encima de ti vivirá, estadísticamente hablando, más que tú. Hay investigaciones interesantes al respecto. Parece que el mero hecho de recibir un trato desigual o de tener una jerarquía con posiciones de estatus desiguales parece tener un impacto en tu bienestar general. No se trata solo de fumar más, beber más alcohol, etc. Parece ser que la desigualdad en sí misma tiene un impacto negativo en las personas. Así que la igualdad debería ser un tema importante para cualquier presidente. Y lo mismo ocurre con la democracia: para mantenerla estable e intacta, hay que tener en cuenta la igualdad. Y también, en mi investigación, el nivel emocional de sentirse integrado, respetado y reconocido como ciudadano democrático igualitario también es importante.

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