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“Es una historia que se transmite entre generaciones”: cómo me volví fanático de Opel

El fanatismo traspasa edades y realidades. Los 60 años de Opel son la excusa perfecta para reunir los testimonios de tres seguidores que, tras vivir un antes y un después con la aparición de un vehículo en sus vidas, su historia cambió para siempre.

Capítulo 1: Un museo sobre ruedas

Hernán Muñoz, fundador del Museo Educativo de Autos Antiguos de Pudahuel, asegura que ,entre toda su colección, su joya más preciada es un Opel Rekord P1 de 1960, que suma más de 700 mil kilómetros recorridos. Para él, la relación con ese modelo y la marca se resume en una palabra: motivación.

Desde 1975, fue el primer auto de la familia, se recuerda con mucho cariño y fue mi inspiración para estudiar mecánica automotriz”, cuenta Muñoz. Pero el Rekord es más que un auto, dice. En sus propias palabras, “es una historia que se transmite entre generaciones y me permite mostrar a mi hijo lo que mi abuelo también disfrutó”.

Opel, que este año está celebrando seis décadas desde su llegada al mercado chileno, es una marca que, gracias a modelos como el Rekord y varios más, se ha convertido en más que un actor del ecosistema automotriz chileno: ya es parte del imaginario colectivo de muchas generaciones. Se trata de seis décadas de conexión con la cotidianeidad, creando historias que se transmiten, heredan y viven más allá del paso del tiempo. Para muchos, sus modelos son más que un medio de transporte: son compañeros de aventuras, testigos de viajes familiares, o incluso de los primeros kilómetros en la carretera.

A pesar del tiempo, los recuerdos de Muñoz con el Rekord están intactos. “Me acuerdo con mucho cariño los paseos de niño con mi padre al volante desde Santiago a Pelequén, en la sexta región”, rememora. Para él, no solo se convirtió en un clásico familiar, sino que fue el gatillante para crear el museo: “Siempre lo hemos cuidado con cariño, principalmente por su diseño y la calidad de fabricación tan típica de los años 60... Es oficialmente nuestro fundador”.

Una de las principales tareas del Museo es mostrarlo en colegios y ferias patrimoniales, lo que se volvió una forma de acercar la historia automotriz a los más jóvenes. “La gente lo recuerda con mucha nostalgia y cariño... Cuando se suben, reviven esas experiencias y momentos imborrables”, plantea. Para Muñoz, con esto se abrió la puerta a un proyecto formativo: “Gracias a Opel y al Rekord he aprendido mucho sobre fundamentos de la mecánica, y me ha permitido enseñar y motivar a otros”.

En el futuro, quiere que la iniciativa se vuelva reconocida y con más autos recuperados. “Me imagino un museo con buenas colecciones, donde las personas puedan disfrutar y recordar esos buenos momentos que vivieron”, sugiere. Además, quiere mejorar la presentación de los automóviles, ”porque muchos han sido recuperados antes de ser vendidos como ‘chatarra al kilo’ y necesitan ser pintados”.

Gran parte de las actividades son autogestionadas, por lo que destaca la importancia del apoyo para mantener el proyecto. “Aunque los recursos a veces son escasos, la recepción de los visitantes es muy buena... Vemos al museo también como un centro de capacitación gratuito para quienes más lo necesitan, con cursos en mecánica para que puedan optar a un empleo o adquirir nuevas capacidades para emprender por su propia cuenta”, afirma.

Capítulo 2: De tal palo, tal astilla

La historia de Eduardo Pinilla va por su propia ruta. Fanático del Opel Astra que su madre compró en 1994, creció bajo la mirada de ese modelo: fue el primer volante que tomó, el auto con el que aprendió a manejar y el escenario de viajes familiares y escapadas con amigos.

“Me lleva a una de las mejores épocas de mi vida, a mi niñez y adolescencia viajando con mis padres y hermanos, y también a las tareas diarias, como ir al colegio o llevar amigos a casa”, recuerda Pinilla.

La conexión de su familia con el Astra era tan profunda que, cuando intentaron comprárselo a su madre, ella incluso se negó ante una gran oferta económica. Estaban mal económicamente y el auto llevaba un tiempo estacionado en la casa, pero aun así no accedió. “Desde eso, me quedó grabado que el Astra es una extensión de mi mamá”, reflexiona.

Con eso como antecedente, él buscó su propio Astra y su hermano, en 2022, lo llamó para contarle que vendían un Cabriolet rojo, idéntico al de su madre. “No poder comprarle el auto me hizo optar por el Cabrio del 97: no dudé en ir a verlo y comprarlo en el acto, porque siempre quise uno de ese color y no lo encontraba”, añade.

Pinilla define la experiencia de manejar su descapotable como un ritual de libertad. “Es fabuloso, te sientes libre, contento y satisfecho con la vida, aunque sea por un momento”, y luego añade: “quiero recrear momentos con mi propia familia y dejarles un recuerdo que puedan compartir con hijos y nietos”.

Para él, la marca es sinónimo de grandes avances para su época en cuanto a ingeniería, diseño y tecnología. “El auto ha envejecido muy bien, incluso hay modelos actuales que no traen ni siquiera la información básica que tiene el ‘reloj’ del Astra... El espíritu de Opel reviste elegancia, seguridad, tecnología de vanguardia y deportividad y, por eso, sigo en búsqueda de un Astra GSI”, confiesa.

“Si pudiera hablarle a mi yo de los primeros años, le diría ‘el Astra te va a ayudar a recorrer tu camino, y no lo hará como un vehículo, sino como un hermano que ha compartido 33 años de vida y experiencias‘“, asegura.

Capítulo 3: Uniendo a la familia

Christian Mornhinweg forjó su vínculo con la marca durante su juventud y, a pesar del tiempo, se ha transformado en una relación profunda y duradera. Hace ya 21 años que conduce un Opel Kadett GSI de 8 válvulas, que llegó a sus manos por casualidad mientras aún estudiaba Mecánica Automotriz.

Hace un par de años, mientras estaba en un asado familiar, vio un aviso en el diario que anunciaba el modelo. En cuanto lo fue a ver, notó las tomas de aire en el capó y su conexión con el vehículo fue instantánea, iniciando una historia que sigue creciendo y con la que ha construido parte de su vida.

Al auto no le funcionaba el embrague, las llantas completamente estropeadas y otros detalles en la carrocería, pero eso no fue un impedimento. “Me gustaba mucho la estética y que fuera cuadrado, porque me gustan los autos de los 90”, recuerda.

La conexión con el Kadett se volvió algo familiar. Fue el auto de sus primeras citas, de sus vacaciones y, con los años, también llevó ahí a sus hijos recién nacidos. “Hoy me entretiene y relaja manejarlo... Mis hijos lo adoran, mi hija chica ama que meta ruido y mi hijo me ha ayudado a arreglarlo, a pintar piezas: es un auto que nos ha unido”, sincera.

Mantener un modelo tan exclusivo no ha sido fácil. Según estima, en Chile se vendieron unas 30 unidades del Kadett GSI y muchas ya desaparecieron. Él ha importado piezas desde Alemania, Inglaterra y Australia; ha reemplazado suspensiones, frenos, sistemas electrónicos y hasta eliminó la electrónica original del auto para instalar una ECU programable. “No me interesa tener un auto restaurado, sino uno que sea como un auto de rally, modificado y con más potencia”, plantea. Además, señala que su versión no tiene catalítico, ni ABS, ni control de tracción. “Es conducción pura, análoga”, agrega.

Sobre su relación con el Kadett, es directo. “Ha sido mi terapeuta... aprendí y trabajé mucho con él, conocí gente y lugares”, rememora. “Fue con él que formamos una familia y es nuestro compañero de vida”, añade.

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