Simon Ghraichy: con aires juveniles
Con un programa centrado en compositores estadounidenses, a excepción del noruego Edvard Grieg, el intérprete aterrizó en la sala CorpArtes para actuar junto a la Sinfónica de Chile, dirigida José Luis Domínguez.

Lo tildan del rockstar del piano. De ser un artista que despeina el instrumento. Y, efectivamente, Simon Ghraichy (1985) no está lejos de esa etiqueta. El artista mexicano-libanés aborda sus cometidos con aires juveniles, espontáneos y algunas nuevas sonoridades y se preocupa de mostrar un aspecto físico como tal.
Pero en realidad, y salvo por su apariencia -delgado y de voluminosa cabellera, zapatos plateados y, en algún momento, una llamativa chaqueta-, Ghraichy es un pianista que promete, que se entrega y mueve sus manos con seguridad, aunque con un poco de dureza y descuido, por el repertorio tanto romántico como del siglo XX.
Con un programa centrado en compositores estadounidenses, a excepción del noruego Edvard Grieg, el intérprete aterrizó en la sala CorpArtes para actuar junto a la Sinfónica de Chile, dirigida José Luis Domínguez. El Concierto para piano y orquesta en "La menor Op. 16", del autor noruego, en el que se explora todo tipo de emociones, le dio la entrada a su debut, donde mostró sensibilidad, pese a que no siempre las complejas líneas fueron bien articuladas. Ghraichy transitó por el romanticismo más con energía que poesía, con un piano contundente, extrovertido y apasionado, pero sin caer en sentimentalismos. Mientras la Sinfónica, desde el redoble preliminar de los timbales, desplegó variedad de colores, lirismo y estados de ánimo, y destiló el espíritu vivaz de las danzas folclóricas noruegas del tercer movimiento.
Con el pianista se sumieron también en la popular "Rapsodia en blue", de Gershwin. La pieza que consta de tres partes -dos rápidas y una lenta-, y que tiene una gran influencia del jazz, sirvió para ser testigos de un diálogo preciso, vigoroso e incluso juguetón, entre Ghraichy y Domínguez. Hubo nitidez en la mezcla jazzística con las técnicas más formales; el piano fue detallista y con casuales sugestiones. Lució muy bien el glissando para clarinete (una de las partes más célebres de la obra), así como las cuerdas brillaron con hermosura en el segundo tema, un lento movimiento.
El programa contempló además la "Obertura del musical Candide", de Bernstein, y la "Suite del ballet Billy the Kid", de Copland. En la primera, la mano de Domínguez condujo con energía a la Sinfónica por las múltiples entonaciones que el compositor le imprimió a la música, desde la fanfarria a las melodías ondulantes, los diálogos y la exuberancia. Y en la segunda, se explayó en las distintas atmósferas que dan cuenta de la narración: el desolador paisaje del Lejano Oeste norteamericano, el carácter pastoril; los tiros de revólver, o los cascos de los caballos; con una orquesta con gran uso de la percusión, que recorrió la textura liviana, con sus disonancias y su música sincopada.
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