
El emotivo y difícil funeral de Pablo Neruda que significó la primera catarsis contra Augusto Pinochet
El 23 de septiembre de 1973, falleció en Santiago el trascendental poeta chileno Premio Nobel de Literatura. Su funeral fue la primera manifestación contraria a la dictadura que se había impuesto solo unas semanas antes. Esta es la historia según el recuerdo de su viuda, Matilde Urrutia.

En la mañana del 23 de septiembre de 1973, un temblor sacudió las entrañas de Pablo Neruda. El poeta se encontraba internado en la clínica Santa María y vivía los últimos estertores del cáncer en su organismo. En la noche anterior una enfermera del recinto le puso una inyección para dormir. No volvió a despertar. “Había muerto. No recobró el conocimiento. Pasó del sueño del día anterior a la muerte”, recuerda Matilde Urrutia, la esposa del poeta en sus memorias Mi vida junto a Pablo Neruda (Pehuén Editores, 2010).
De acuerdo a su testimonio, el cuerpo del poeta fue trasladado a su casa de Santiago, “La Chascona”, del barrio Bellavista, para hacer el velatorio. Días antes, la vivienda había sido allanada y saqueada. “Aunque viviera mil años, nunca podría olvidar este momento…Vidrios por todas partes, la puerta abierta, la escalera de entrada era un torrente de agua. Imposible entrar”. Aún así, con la ayuda de los amigos de la pareja se pudo ingresar el ataúd gris donde descansaba el cuerpo del Nobel de Literatura.

En un ambiente de miedo, que incluyó incluso vigilancia de carabineros en las afueras de la casa (los que se retiraron a medias, tras petición de Matilde) se realizó el velatorio, y luego la planificación del funeral. Si algo tenían claro los allegados a Neruda era que habría presencia de militares. Y así fue.
El 24 de septiembre comenzó el camino del poeta al cementerio. Ana María Cabrioler, una amiga del vate asistió junto a su esposo, el fotógrafo Sergio Villegas. “Cuando salían de la casa, los hombres que llevaban el ataúd se hacían zancadillas tratando de esquivar los charcos. Se formó una cola afuera y empezamos a marchar. Muy pocos primero, pero cada vez más a medida que íbamos avanzando”, recordó con BBC Mundo.
Matilde lo narró así en sus memorias: “Llegamos a la plazoleta del cerro San Cristóbal. De todas las calles salen hombres, mujeres, sale el pueblo a unirse al cortejo, a decirle adiós a su poeta, al hombre que tanto pensó en ellos, que tanto luchó para que la igualdad reinara un día, para que se les hiciera justicia. De una humilde casa veo salir a una mujer con un ramo de flores, lleva un velo en la cabeza, viene llorando, dice muchas cosas que yo no oigo”.

Algo que jamás olvidó la viuda de Neruda, fue la presencia militar en el cortejo. “Asoman carros con militares apuntando sus ametralladoras, pero allí se detienen, seguramente quieren asustarnos. No lo consiguen”. Y de poco comenzaron a escucharse los gritos “Pablo Neruda, presente, ahora y siempre”. Y al llegar al camposanto el despliegue uniformado no había cesado. “Se acercan, es un entierro erizado de fusiles y ametralladoras. ¡Cuánto despliegue policial para los funerales del hombre más pacífico del mundo, para un poeta!”. Matilde Urrutia no exageraba, se trataba de la primera manifestación popular que debió enfrentar la reciente dictadura a solo semanas de haberse instalado en el poder.
Cabrioler añade: “Cuando llegamos al cementerio ya éramos bastante gente. Nosotros caminábamos en la mitad del cortejo y la calle que llevaba hasta la tumba donde quedaría Pablo estaba llena. Pablo Neruda era un militante comunista, por lo tanto estaba rodeado de su gente. Y esa gente tenía algo por qué luchar en esos momentos”.
El fotógrafo chileno Marcelo Montecino también estuvo ahí, y lo recordó con BBC Mundo: “Iban con miedo, pero yo creo que la gente iba dispuesta a todo. Y de hecho una vez que estábamos dentro del funeral pasó un camión lleno de milicos. Pero pasaron no más. Como que entendían que no podían hacer nada ahí. Y la gente los miró y seguimos haciendo lo que estábamos haciendo”.
“Me acuerdo que me llamó la atención que había mucha gente muy humilde, trabajadores que venían siguiendo el cortejo. Había gente del Partido Comunista, pero más que militantes, yo creo que eran militantes de Neruda. Vi a gente conocida, estaba (el poeta) Nicanor Parra”, agregó.

En un momento, un gesto conmovió a Urrutia. Un canto que se le hizo reconocible. “De repente, oigo una voz muy tímida que canta: ‘Arriba los pobres del mundo’. Muchas voces se unen a esa tímida voz. ‘De pie los esclavos sin pan’. ¿Nos ametrallarán?, comienzo a preguntarme. Los miro, todos van con la cabeza levantada, como desafiantes; es hermoso ver ese valor”.
Cabrioler también recuerda ese instante: “Entonces empezaron a cantar ‘La Internacional’ y todo el mundo la cantó, y recordaron a Víctor Jara, que recién se lo habían entregado a Joan, su señora, con 40 y tantas balas en el cuerpo. Y luego empezaron a gritar por Allende y por el que llevaban también allí, por Pablo”.
“Todos llorábamos. Cuando la gente empezaba a entonar cantos, o los gritos por Víctor Jara uno se estremecía, porque sabía lo que había pasado. Nosotros sabíamos”.
Montecino agrega: “Cuando llegué ya había entre 600 y mil personas. Era un día muy triste, muy nublado, y había bastante ansiedad. Esperamos. Y de pronto empezó a llegar el cortejo. Y detrás del cortejo vendrían, qué se yo, otras mil personas. Y a medida que los dos grupos se juntaron, empezó lentamente a cantarse ‘La Internacional’. Fue desgarrador”.
“Yo creo que fue una forma de expiación, de purificación, de catarsis. Yo creo que la gente no sabía qué otra cosa hacer. Poquitito antes de que empezaran a cantar se escucharon las primeras consignas. ‘Pablo Neruda: ¡Presente! Ahora: ¡Y siempre!’”.

Al momento de depositar el féretro en la urna final, se suceden unos pocos discursos, todos vacilantes debido al miedo. Concluido eso, Matilde debió enfrentar una última y desagradable sorpresa: los encargados del cementerio se habían olvidado de cavar el hueco donde iría la urna. Uno de ellos se lo comunicó a la viuda diciéndole que lo harían al día siguiente y añadió una disculpa insólita: “Esto sucede a menudo”. Por supuesto que tamaña burrada no convenció a Matilde Urrutia quien exigió que el cuerpo de su esposo fuese enterrado de inmediato y sin más dilación. Al rato, llegaron los materiales necesarios, ladrillos, cemento y arena. Decidida, la misma mujer decidió participar en la faena.
“Ayudé a poner ladrillos. Los hombres me miraban, creo que dudaban de que mis facultades mentales estuvieran del todo sanas. A cada momento me decían: ‘Nosotros lo hacemos, señora’. Ellos no podían entender el premio que para mí significaba ayudarlos”. Así logró finalmente que el hombre de Residencia en la tierra pudiera reposar.
“Pablo quedó enterrado con muchas flores puestas en su tumba, por horas las estuve arreglando, escogí las de colores más vivos, las que no estaban marchitas”.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
3.
4.
Promoción 75 aniversario: suscríbete hasta el 2 de octubre y participa del sorteo por 2 pasajes a B.Aires ✈️
Plan digital + LT Beneficios$1.300/mes SUSCRÍBETE