El último gran campamento
<P>La toma Juan Pablo II de Lo Barnechea está en la mitad de uno de los sectores más acomodados de Chile y es el campamento más grande y más antiguo que queda en la capital. Quienes viven ahí parecen haber ganado la lucha para que les construyan viviendas sociales en los mismos terrenos. Y aunque el proyecto del municipio ya está andando, los departamentos disponibles son menos que las familias que actualmente viven en el lugar. La solución definitiva trae consigo nuevos problemas. </P>
La pobreza es dura en Escrivá de Balaguer, comuna de Lo Barnechea. Desde el puente ubicado a la altura del Cantagallo, en Las Condes, hasta casi llegar al puente nuevo de La Dehesa, unas 10 cuadras, lo que se ve es un gran muro de madera interrumpido por uno que otro pasaje. Son las casas que se han ido construyendo una al lado de la otra, una eterna fila de pequeñas habitaciones separada por una serie de laberintos que dan vida al Juan Pablo II, el campamento más antiguo y más grande de Santiago al día de hoy.
Aquí, donde viven unas 600 familias, poco más de tres mil personas, la pobreza está rodeada por la riqueza. Por lo mismo, en Escrivá de Balaguer se arriendan departamentos que bordean el millón de pesos mensuales, mientras por el puente Nuevo de La Dehesa, a una cuadra del campamento, se pasea todo tipo de autos de lujo. Pero adentro del Juan Pablo II lo que se ve es lo siguiente: pasadizos de tierra, pozas con barro, una seguidilla de casas hechas con materiales precarios, madera, planchas de lata, árboles a punto de morir y ni un solo pedazo de área verde. Y a pesar de que las casas tienen electricidad y agua potable, la gran mayoría tiene como inodoro un cajón con una fosa, que generalmente se rebalsa durante el invierno. A solo 200 metros cruzando el río están los concesionarios de Audi, Jaguar y BMW.
El campamento parece una isla en una comuna que el Instituto Libertad y Desarrollo llamó "la más desigual de Chile". Pero el drama siempre abre paso a la comedia. Un vecino cuenta que, cuando sale a pedir trabajo y en su currículum ven su dirección, Escrivá de Balaguer, Lo Barnechea, siempre hay un gesto, por más mínimo que sea, de sorpresa.
-Ser cuico me ha dado muchas oportunidades-, ironiza riendo.
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Víctor Hernández (32) nació el mismo año en que la Juan Pablo II fue borrada por la crecida del río Mapocho, en 1982. Esa vez fue un brazo del río el que subió, entró en el campamento y se llevó casi todas las mediaguas que había ahí. La familia de Hernández, como el resto del campamento, fue reubicada en La Pintana, pero buena parte de los que se fueron a esa comuna poco tiempo después estaban de vuelta en Lo Barnechea, construyendo mediaguas en el mismo terreno arrasado por el Mapocho.
-Nosotros crecimos aquí en la pobreza, pero crecimos tranquilos -dice Hernández-. Pasábamos el día entero jugando a la pelota, algunos vecinos tenían caballerizas y salían a andar a caballo. Era sano, mientras en La Pintana la cosa era brava.
Así, la Juan Pablo II volvió a cobrar vida poco tiempo después de la inundación. Y con la llegada de cada año, el campamento empezó a crecer gradualmente. Cuando no hubo más espacio, se expandió hasta la orilla misma de la ribera del Mapocho. Y cuando la ribera del Mapocho no dio más abasto, las pequeñas casas hechas de madera y latones empezaron a recibir más familias.
Ese hacinamiento actual queda registrado en la conversación que mantienen las dos presidentas de las dos juntas de vecinos que existen en el campamento. Isabel González, la presidenta del sector 2 de la Juan Pablo II, le dice a Bernardita Díaz, la presidenta del sector 1, que le llegó una petición para entrar a la toma de un "niño joven" de La Ermita, un conjunto de viviendas sociales que se hizo río arriba y que eliminó uno de los campamentos que ahí existían. "Ha venido varias veces a hablar conmigo", dice González. "Pero no hay dónde ponerlo".
-Dile que no se puede nomás -le responde Díaz con tono seco-, para qué ilusionarlo.
A pesar de las duras condiciones de vida, muchos de los que habitan el campamento consideran la vida ahí como un privilegio. Una razón es que la mayoría de los que viven en el terreno creció en Lo Barnechea, tienen lazos familiares y describen un estilo de vida que alguna vez fue más tranquilo. La otra razón es que sus trabajos están ahí mismo. Según el alcalde del municipio, Felipe Guevara, un 90% de los habitantes del campamento trabaja en la misma comuna. "Son jardineros, piscineros, asesoras del hogar y trabajan en servicios, como bombas y supermercados", dice. "Para muchos, ahorrarse los 50 mil pesos en transporte que gastan los que vienen a trabajar desde afuera les hace una enorme diferencia en su presupuesto".
La buena ubicación en una comuna que ofrece puestos de trabajo ha hecho que durante los últimos años en el campamento se instalen habitantes de otras comunas. Víctor Hernández dice que esto ha resultado en que la Juan Pablo II se "malee", que por la noche desfilen autos por Escrivá de Balaguer intentando comprar drogas, y que algunos jóvenes prefieran salir a asaltar a los autos que pasan por el Puente Nuevo, rompiendo ventanas para sacar carteras o celulares y volver a esconderse en los laberintos del barrio. Hernández lo ilustra de la siguiente forma: su familia tiene algunos camiones y por eso puede ofrecer trabajo a jóvenes del campamento. "Pero me responden que prefieren salvarse con un lanzazo en la calle. Pega fácil".
Bernardita Díaz todavía está conmovida por la golpiza que recibió Jaime Carter, un vecino de 26 años, hace un par de años. Dice que a Carter le pidieron un cigarro y, cómo no tenía, fue golpeado brutalmente por un grupo de jóvenes que se juntaban en una esquina del campamento. Carter, quien recién había tenido un hijo, ahora vive con su madre en Lo Ermita. Se encuentra en estado vegetal.
Las historias se van sucediendo mientras Díaz muestra el interior del campamento. Un hombre le advierte que adentro pueden asaltar a sus invitados. "No se preocupen", tranquiliza ella. "Conmigo no les va a pasar nada", dice apuntando la cámara del fotógrafo.
Campamento adentro, su compañera Isabel González cuenta la tragedia de fines de mayo de este año. Un cortocircuito en una casa generó un incendio y al estar las casas pegadas, se expandió rápidamente. El resultado fue de una mujer fallecida y 11 familias que lo perdieron todo. Mientras un equipo de Chilectra instala electricidad a las nuevas mediaguas, González cuenta que cada familia recibió el mobiliario de una casa completa por parte de la municipalidad: refrigerador, cocina, camas, horno, vajilla, un comedor, ollas. A las pocas semanas, una de las familias afectadas, una pareja joven, ya lo había vendido todo para comprar pasta base.
"Es terrible", dice. "En la noche corren angustiados por los pasajes".
González cuenta la historia con un gran cartel publicitario a su espalda, que invita a ir a la nieve y que se asoma por sobre los techos de lata de las casas. El cartel es para los autos que suben por la Costanera Norte en dirección a La Dehesa.
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El alcalde de Lo Barnechea, Felipe Guevara, dice que todavía no hay tiempos claros para la erradicación definitiva de la Juan Pablo II. El plan del municipio es dar un subsidio de arriendo temporal a cada familia, de 150 mil pesos, para así poder desocupar y luego demoler el campamento. Pero el terreno hasta ahora pertenece a Bienes Nacionales y para que la municipalidad pueda hacerse cargo de la construcción de un nuevo conjunto de viviendas sociales, el terreno tiene que ser traspasado, firma de la Presidente Bachelet mediante. "Por eso no me la puedo jugar con tiempos, no puedo estar apurando a la Presidenta para que firme", explica el alcalde.
Bernardita Díaz, la presidenta de una de las juntas de vecinos, dice que espera que el desalojo del campamento empiece a fines de año y agrega que, por muchos años, no se sabía a quién pertenece el terreno donde viven. "Ni siquiera en Bienes Nacionales sabían que era de ellos".
Al determinarse la propiedad y hacerse el traspaso a la Municipalidad de Lo Barnechea, que es la principal financista del nuevo conjunto de viviendas, los habitantes del campamento están más cerca de una solución definitiva. Eso sí, los estudios previos han demostrado que el proyecto será mucho más caro de lo que se pensaba. El campamento se construyó sobre un antiguo basural y las casas están construidas sobre nueve metros de relleno sanitario. "En la etapa de estudios nos encontramos hasta con un Fiat 600 seis metros bajo tierra", cuenta el alcalde Guevara. "Y para construir en terreno firme vamos a tener que sacar esos nueve metros de basura con máquinas".
La municipalidad tiene proyectado construir 380 departamentos de 70 metros cuadrados cada uno, los que ya han sido asignados a las familias del campamento. Cada beneficiario tendrá que aportar un millón 200 mil pesos. Guevara explica que todos los departamentos tendrán un patio, que los edificios serán de tres pisos, con el segundo piso estando a nivel de la calle y el primero, en una suerte de subterráneo. Los departamentos del tercer piso tendrán su patio en el techo.
El problema es que los departamentos no alcanzarán para todas las familias que viven en la Juan Pablo II. Jeannette Arriagada, una trabajadora municipal que presta asistencia al campamento, dice que: "Una cosa es tener el terreno para construir, otra cosa es desocuparlo. En el momento en que se tenga que desalojar puede haber una batalla campal aquí".
Según el último catastro de la municipalidad, en el campamento viven unas 520 familias, pero los números estimados por la junta de vecinos llegan a las 640 familias. El alcalde Guevara dice que los 380 subsidios otorgados tienen que ver con el momento en que se hizo el catastro. "Las familias que quedan sin subsidios es porque no cumplen los requerimientos para postular, ya sea porque alguien tiene un subsidio anterior y ya no puede aspirar a otro o porque la persona que postula es sola, sin hijos, lo que también la descalifica".
Díaz, la presidenta de la junta de vecinos, dice que los que no alcanzaron a conseguir subsidios son habitantes nuevos del campamento, que muchos arrendaron sus casas en sus comunas de origen para vivir gratis en la Juan Pablo II y así tener un ingreso extra. "Ahora están pidiendo plata para salir sin poner problemas", dice. "Pero no creo que eso pase. Y si no quieren salir, los vamos a tener que sacar".
La división entre los antiguos habitantes y los recién llegados es clara. Según Díaz, la proporción es mitad y mitad.
Para otros vecinos, la erradicación del campamento es una quimera. Silvia Vilugrón (60), que llegó junto a su familia hace ocho años a la Juan Pablo II y se instaló entre la ribera del río Mapocho y la parte de atrás de unas canchas de futbolito, dice que, a pesar de tener el subsidio, no tiene mayores esperanzas. "Yo creo que me voy a morir esperando", suelta con tono apesadumbrado.
En la municipalidad dicen que hay razones para creer. De las 1.200 familias que vivían en los cuatro campamentos que existían en la comuna el 2010, solo los habitantes de la Juan Pablo II esperan por una solución. Ya se construyó Las Lomas 1, en la ribera norte, se terminó la villa Bicentenario y Las Lomas 2 está en proceso de construcción, todos conjuntos habitacionales construidos donde alguna vez hubo un campamento.
Guevara admite que mantener a los habitantes de los campamentos en la comuna le ha traído costos políticos con los residentes de ingresos más altos: "Hay mucha gente que le tiene miedo a la diversidad, que preferiría que la gente del campamento se vaya a otro lado y que la comuna sea más homogénea. Y eso me lo han hecho saber, aunque también tenemos otros residentes que sí les gusta vivir en una comuna diversa. Para mí, que ellos se queden aquí lo único que hace es enriquecer la comuna".
Bernardita Díaz, la dirigenta que todos los días en la tarde cruza el puente La Dehesa, para vender sopaipillas frente a la concesionaria de BMW, está de acuerdo con el alcalde. "No nos quieren", dice refiriéndose a los vecinos más acomodados. Luego remata: "Y no les va a gustar cuando vean que en este campamento se construyen viviendas sociales definitivas".
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