Éxito nuclear: cómo los habitantes y la prensa de la ex URSS han vivido el suceso de la serie Chernobyl

CHERNOBYL

La producción de HBO que culmina mañana ha impactado a los televidentes globales, pero en particular a la audiencia que vivió en carne propia el desastre nuclear: los rusos y los ucranianos que en 1986 eran parte de la URSS. Aquí, un resumen de lo que críticos y medios de ambos países han dicho de un evento que para ellos aún simboliza un trauma.


"Chernobyl es nuestro dolor, es nuestra herida que no se ha erradicado completamente. En ese sentido, el espectador ucraniano vio esta serie de modo completamente sesgado".

Con esa frase, el periodista Alexey Rosovetsky, del diario ucraniano Segodnya, ilustra la sensibilidad en ese país con respecto al último gran suceso de HBO y de la TV global: los habitantes de Ucrania –donde está Prípiat, la ciudad que en 1986 pertenecía a la Unión Soviética y en la que se ubica la central nuclear de Chernobyl- son los únicos que vivieron de cerca el drama humano y político que retrata la miniserie que mañana llega a su fin.

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Ellos experimentaron de cerca todo: la incertidumbre en torno a ese enemigo invisible llamado radiación, el encubrimiento del gobierno soviético, el oportunismo del estado, el desalojo de un pueblo que hoy es un oasis fantasmal, la muerte de sus cercanos, las consecuencias de un desastre que hasta hoy sigue despachando vidas.

Por tanto, para ellos, ¿lo que muestra la producción es fiel a lo que sufrieron hace 33 años? Según la reseña de Rosovetsky, Chernobyl marca un hito: es primera vez que un producto de consumo comercial replica de modo tan fidedigno y criterioso todo lo que rodeó el accidente. O sea, un proyecto facturado en Occidente –está a cargo de realizadores norteamericanos y británicos- ayuda a entender de forma detallada lo acontecido tras la férrea Cortina de hierro.

"Mientras estamos reescribiendo sin cesar nuestra historia, parece que otros están escribiendo nuestra historia para nosotros", puntualiza el periodista ucraniano en su texto del pasado 17 de mayo. Además, enumera los aciertos: apunta a que la recreación del ambiente de 1986 es casi una labor de artesanía fina. "Los creadores de la serie se acercaron correctamente a la reconstrucción de la época. Todo es lo más auténtico posible, desde ese mismo 1986: desde ceniceros y teléfonos de disco, hasta zapatos malos e incómodos. Ello no sorprende, porque todos los accesorios de la serie son reales, fueron comprados en el mercado de las pulgas de Kiev. Además, aquí se grabaron distintas escenas, como por ejemplo la evacuación de la población de Prípiat", cuenta el crítico al aludir a Kiev, la capital ucraniana, donde se filmó la orden de sacar a la gente que vivía en las inmediaciones de la central nuclear.

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Chernobyl, HBO.[/caption]

Eso sí, Rosovetsky establece un matiz. "Los ucranianos soviéticos (de la serie Chernobyl) se parecen más a los balcánicos que aparecen en las películas de Emir Kusturica", apunta en torno al aspecto físico de los actores del reparto. "Y los personajes se entrelazan con nombres poco comunes para nuestros oídos, con el constante 'camarada' que tradicionalmente marca el diálogo desde la realidad soviética en el cine occidental", remata.

Pánico soviético

Eso sí, asegura que esos detalles más estéticos no boicotean el resultado final. Porque, en rigor, hay algo mucho más difícil de transmitir que el ambiente de fines de los 80, los zapatos incómodos o cómo era una casa ucraniana en pleno siglo XX: el miedo con que la población soviética, y buena parte de Europa, vivió el monstruo intangible de la radiación.

Por ejemplo, Rosovetsky lanza un recuerdo doméstico de su propia vida en esos años: cuando el hecho ya era conocido, sus propios padres hablaban del tema en voz baja para no despertar el pánico del resto de la familia. O que el propio término "radiación", desconocido para él en ese entonces, se transformó en un vocablo habitual y recurrente.

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"La serie logró despertar el horror que se derramó por todo Kiev en ese 1986. Recuerdo las misteriosas conversaciones de adultos en la cocina, que no nos permitían a los niños enterarnos de lo que pasaba. Padres que intentaban ocultar el pánico y la confusión (nadie entendió realmente qué hacer y cuál era el verdadero nivel de peligro). Las ventanas y ventilaciones herméticamente cerradas solo intensificaron la alarma en el aire. Una nueva y terrible palabra, 'radiación' entró en nuestra vida; incluso aún más terrible, porque no estaba completamente claro qué era y cómo escapar de ella", dice en su artículo de Segodnya.

En ese punto, dice que fue clave la información que empezó a correr en el boca a boca, entre familiares, colegas o cercanos, para poder alertar de la amenaza mayor, independiente que el gobierno soviético quisiera camuflar un problema que también se les había escapado de control. "Hoy, gracias a las redes sociales, las noticias sobre el accidente se habrían extendido por todo el mundo a la velocidad de Internet. En ese instante, hubo plena confianza en el gobierno ciudadano", escribe.

Voces moderadas y disidentes

La periodista Jennifer Eremeeva hizo su reseña para el periódico The Moscow Times –publicado en lengua inglesa para audiencias internacionales, pero que se edita en Moscú- y coincide: ella es norteamericana, ha vivido durante décadas en Rusia y el título de HBO ofrece una historia magistral.

De hecho, toma un momento de la trama y lo describe como "un instante maravillosamente soviético": cuando en las primeras horas el accidente en la central está fuera de todo control, el medidor de radiación más sofisticado y preciso, el que podría haber alertado de la situación crítica que estaba estallando, estaba encerrado en una caja fuerte y ninguno de los trabajadores tenía la llave.

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Chernobyl

Chernobyl, HBO.[/caption]

Hay otras secuencias que también rotula como "un concepto soviético y ruso por excelencia": la idea del sacrificio individual para alcanzar el bien mayor del estado. Ahí pone el foco en la historia de los bomberos que tras el accidente partieron a apagar el incendio de la central, sin saber de qué se trataba; prácticamente todos murieron en esas mismas horas. También pone en ese mismo contexto al personaje del actor Jared Harris, el científico Valeri Legásov, quien en ningún momento cuestiona las órdenes del líder soviético Mijaíl Gorbachov (el actor David Dencick) y se lanza a ver lo sucedido en Chernobyl en una suerte de misión suicida.

En general, la prensa rusa y ucraniana ha elogiado también al elenco que da vida a la apuesta de HBO.

"En Chernobyl, nuestra generación tiene una oportunidad única de volver a visitar uno de los momentos más significativos de la historia soviética tardía. El accidente expuso la inferioridad de la autoridad soviética al mundo entero. En cierto modo, el reactor era una metáfora para el estado: obsoleto, desmoronado, disfuncional, dirigido hacia su propia implosión, llevándose consigo a millones de inocentes", advierte en su reseña.

Luego, también apela a la experiencia personal: "Siempre desconfío de ver los dramas televisivos o las películas hechas en Occidente cuando abordan temas de Rusia. Sobre todo cuando estoy con mi esposo ruso. Pero esta vez no debo preocuparme: aquí hay interpretaciones magistralmente matizadas que demuestran que los realizadores han hecho su tarea".

En contraparte, el periódico KP, también de Kiev, se ha mostrado como una voz disidente. Ha dado espacio a reseñas y entrevistas que advierten de baches en la historia, de inexactitudes, y también ha enfocado sus notas en artistas rusos o ucranianos que habían abordado la tragedia de Chernobyl mucho antes y sin la misma pompa.

Uno de ellos es Pavel Arie, un dramaturgo de Ucrania que detectó que HBO sacó diálogos de una de sus obras de teatro, inspiradas en el desastre nuclear de 1986, para usarlos en la producción. Ha subido videos en su Instragram ejemplificando lo que para él es un plagio. Medios como KP le han dado amplia cobertura mediática a la acusación. También han contado como el estudio de cine bielorruso Belarusfilm colaboró con HBO al facilitarles muchísimo vestuario de esos años. O han criticado que en la historia televisiva no aparezcan bomberos negros, cuando en la realidad sí existieron profesionales de otras razas ayudando en el desborde.

De alguna manera, para los medios de esa zona de Europa, el éxito de la serie también ha servido para dar tiraje a instancias e historias locales que de otro modo no habrían adquirido protagonismo.

"Chernobyl nos ha hecho hablar nuevamente de nosotros mismos", reflexiona el diario KP en una suerte de columna editorial, en quizás el aporte más relevante que puede hacer la televisión, el más popular de los medios masivos: empujar a un país a remover sus propios traumas y heridas.

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