Esta semana hubo una noticia que fue opacada por el escenario político local: la Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU 2009, celebrada en Copenhague.

Durante esta reunión se intentó definir las políticas globales para enfrentar una realidad climática que invariablemente nos afectará a todos en el futuro, independiente de cuánto sea lo que contaminemos, o bien no lo hagamos.

Me llamó la atención la distancia con la que hemos mirado esta reunión organizada por Naciones Unidas, como si por el hecho de ser Chile un país insular estuviese ajeno a lo que ocurre en el resto del mundo.

Las políticas ambientales no deberían ser medidas impuestas por organismos internacionales, sino, por el contrario, medidas autogestionadas que se anticipan a temas inevitables, como un país al que le interesa su futuro, especialmente con ecosistemas tan frágiles como el nuestro. Pensar de modo global pero actuar de manera local es lo que necesitamos, por lo que el rol que juegan los gobiernos regionales y las grandes ciudades es fundamental, ya que son ellos quienes pueden implementar políticas nacionales eficientes, como la mitigación local del aumento de los gases invernadero, el desarrollo de energías limpias, seguras y específicas para cada región, la promoción del desarrollo sustentable y la difusión de los beneficios sociales que todo lo anterior aporta.

Ojalá en este tema no nos ocurra lo mismo que con las últimas elecciones, en que los políticos se han visto forzados a subirse al carro del cambio, improvisando estrategias en las que claramente no se sienten cómodos, pero en las cuales tienen que aprender a nadar, es decir, una solución de causa-efecto, en que el cambio viene propuesto por la gente y no desde las cúpulas, y donde claramente existe un desfase entre lo que la gente quiere y lo que se le ofrece. Queda claro que la micro de los ciudadanos comunes va no sólo a mayor velocidad que la de los políticos, sino también en una vía distinta, dos vías segregadas, paralelas y sin puntos de transbordo.