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Extinción y memoria del patrimonio arquitectónico

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Fue una antigua casa de la calle Brown Norte, en Ñuñoa, diseñada en 1937 por Carlos Bresciani -premio Nacional de Arquitectura en 1970, y autor de emblemáticos edificios como las Torres Tajamar y Villa Portales-, la que puso de nuevo el tema en la mesa. Ejemplo del movimiento modernista en Chile, no bastó que un grupo de estudiantes de la Universidad Católica y Diego Portales organizaran una campaña y juntaran firmas para evitar su demolición, ni que los medios de comunicación transmitieran la noticia. La característica escalera de caracol externa que conectaba su balcón y el ventanal de su esquina redondeada, fueron demolidos el pasado 30 de abril, por orden de su dueño: la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días, que en su lugar planea construir próximamente un estacionamiento. “Se trataba de una de las primeras edificaciones modernas realizadas en la comuna, que se caracteriza por sus grandes casas quinta de estilo ecléctico y de corte español o cercanas al neoclásico. Esta casa tuvo la particularidad de insertarse sin romper esa escala y siguiendo el modelo de ciudad jardín impregnado en el sector. Los elementos formales de su arquitectura y relación con la calle hacían de este inmueble una obra única que, sin lugar a dudas, era digna de rescatar y conservar”, explica Fernando Imas, fundador de Brügmann, empresa enfocada en la investigación histórica y restauración patrimonial.

El año 2012 la Comisión de Vivienda y Desarrollo Urbano de la Asociación Chilena de Municipalidades y la ONG Activa realizaron un catastro que contempló 50 inmuebles capitalinos de carácter patrimonial. De ellos se determinó que 12 -como Casa Matta, Palacio La Alhambra y Basílica El Salvador- estaban en serio peligro de derrumbe. “El Consejo de Monumentos Nacionales tiene políticas de protección, pero carece de atribuciones legales y sobre todo económicas para asegurar el resguardo necesario. El problema no se centra en la entidad, sino en la legalidad y el poco incentivo para los particulares que son dueños de un inmueble patrimonial. A las multas por falta de mantención o modificaciones sin permiso, se suma el agobio de las contribuciones que, por ejemplo, en una propiedad de la Alameda rondan entre los dos y tres millones de pesos por cuota”, explica Mario Rojas, socio de Brügmann.

Autores de libros que rescatan la historia del país a través de recorridos fotográficos como “La Ruta del Cité”, “Palacios al norte de la Alameda: El sueño del París americano”, “Chile en 1000 fotos” y “La Ruta de los palacios y grandes casas de Santiago” -estos dos últimos próximos a lanzarse-, uno de los propósitos de Brügmann es generar contenidos de alta calidad que promuevan el conocimiento del patrimonio arquitectónico. “Existe un desconocimiento de la ciudad y sus edificios. Hay que desmitificar el concepto de patrimonio dentro de los museos y para unos pocos: el patrimonio es mucho más que un objeto dentro de una vitrina. Lo son los cités y sus historias, los palacios y su entorno urbano, los edificios públicos, los parques, los árboles centenarios, sus habitantes y las tradiciones que hoy debemos conservar. Sin entender esto, jamás se crearán las herramientas necesarias para su protección”, declaran.

Palacio Concha Cazotte

De inspiración morisca, con altas cúpulas doradas, vidrios de colores, arquerías y un parque excepcional con gruta, cerro y hasta una laguna, este palacio inserto en plena Alameda -donde hoy está ubicado el barrio Concha y Toro-, fue construido en 1876 por el arquitecto Teodore Burchard, el mismo que construyó el Palacio Elguín y la Iglesia de los Doce Apóstoles de Valparaíso. Sus salones se transformaron en el epicentro social chileno y fueron testigo de grandes celebraciones, convirtiéndose en un ícono de la Belle Époque santiaguina. “La crisis de los años 20 obligó el loteo del parque, pero formó el conocido barrio Concha y Toro, uno de los espacios patrimoniales más representativos de la capital. Con los años, el palacio quedó oculto tras el Teatro Carrera, pero lamentablemente fue demolido en 1933 para dar paso a una seguidilla de casas de fachada continua. Se perdió así para siempre un edificio que hoy habría deslumbrado por su excelente calidad arquitectónica”, explica Fernando Imas.

Palacio Urmeneta

De estilo Tudor, con guiños escoceses y altas torres en la segunda cuadra de calle Monjitas, este palacio fue construido en 1868 por Manuel Aldunate por encargo del empresario José Tomás Urmeneta. La casa albergó uno de los primeros ascensores de chile, obras excepcionales de artistas como Rubens, Velásquez, Pradilla o Saal; además de un nivel completo lleno de curiosidades, retablos, piezas arqueológicas y una colección de minerales. El palacio fue escenario de la Exposición Histórica del Centenario en 1910, un evento único que logró reunir los principales objetos históricos de la Independencia chilena, y valiosos préstamos familiares, que sirvieron de base para la creación del actual Museo Histórico Nacional. “En 1929, tras haber servido de hotel y oficinas, se decidió rematar la casa. El Gobierno intentó comprarla, pero la crisis del salitre impidió seguir con los trámites, siendo demolida ese mismo año. En su lugar hoy existe un conjunto residencial de buena arquitectura, pero que no supera a su antecesor”, cuenta Mario Rojas.

Casa Mujica

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“Fue lejos el mayor ícono del pasado rural de Ñuñoa y un digno ingreso a la comuna por la calle José Domingo Cañas. No hubo santiaguino que no la conociera, ni fantaseara con los mitos que generó su vieja arquitectura dominada por una alta cúpula y mirador”, explica Fernando Imas. Construida por la familia Mujica a fines del siglo XIX en una antigua quinta familiar muy cercana a la estación San Eugenio, a diferencia de lo que se cree, la casa nunca estuvo abandonada: fue habitada por la familia hasta un poco antes del incendio que la redujo a cenizas. “Con ella se perdió uno de los más representativos edificios de Santiago, y se puso por primera vez en la opinión pública la necesidad de resguardo y protección patrimonial”.

Casa Domínguez

Sencilla pero monumental, realzada por un característico torreón y líneas inglesas, en esta casa ubicada en calle Holanda por muchos años funcionó en los bajos la fábrica de puros de la familia Domínguez. “Su silueta marcó el rostro de todo el barrio y su demolición en el año 2011, con la oposición de todos los entes patrimoniales, terminó por sepultar todo un conjunto urbano de excelente calidad, paradójicamente a solo metros del Edificio Consistorial de Ñuñoa, entidad que resguarda los derechos de todos los vecinos”.

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