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"Hay siempre un vaso de mar para un hombre navegar"

Inspirada en un poema de Jorge de Lima, esta 29ª Bienal de Arte se ha cargado de visiones entrecruzadas con la política de manera más explícita que en versiones anteriores. Basta recordar el manifiesto de 1971 escrito por Gordon Matta-Clark boicoteando la bienal por la intervención de la junta militar sobre los derechos civiles. Hoy, ad portas de cerrar sus puertas, nos muestra una remozada cara de un discurso siempre transgresor.

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Bajo la dirección curatorial de Moacir dos Anjos y Agnaldo Farias junto a un equipo interdisciplinario de curadores, la Bienal de Sao Paulo en su 29º versión, que culmina a fines de este mes, se lee a través de dos grandes temas: la amplia muestra propiamente tal, con trabajos e instalaciones en los que impresiona la cantidad formal de recursos utilizados y, de manera simultánea y probablemente no separable, la relación con el edificio y su arquitectura; estrategia adoptada por Marta Bogéa, quien estructuró el montaje general a partir de un sistema de archipiélagos que permiten acceder a las obras desde un sistema de recorridos al modo de una planta libre o islotes por medio de cerramientos opacos que se superponen a la trama de pilares regulares del edificio, dispuestos para generar interiores y espacios envolventes. El resultado: la ruptura de una regularidad espacial que genera una multiplicidad de lugares diferentes.


Algunas obras

Destaca la puesta en escena de la italiana Tatiana Trouvé  llamada 350 Puntos  hacia el Infinito. 350 plomos de nivel suspendidos desde el cielo, se disponen en el espacio tensionado por  líneas de alambre y ubicados sobre un suelo en el que milimétricamente no alcanzan  a apoyarse; un delicado estado en tensión que les saca partido al espacio y al emplazamiento de la sala, donde tanto las sombras como los reflejos activan relaciones y horizontes.

La bienal está localizada en las dependencias del Parque de Ibirapuera, obra paisajística de Roberto Burle Marx, cuyas instalaciones fueron proyectadas por Oscar Niemeyer y Hélio Uchòa.

La obra de Alfredo Jaar, llamada The Eyes of Gutete Emerita, reinstala un trabajo de 1995 de la National  Gallery de Camberra, Australia. Se trata de un cerro de diapositivas con la imagen encuadrada en los ojos de una niña víctima del genocidio en Ruanda, que enfatizan sobre una aséptica mesa de luz una geografía con bordes irregulares. Bajo una alta pulcritud, el trabajo formalmente adhiere a un modelo arquitectónico territorial entrecruzando dispositivos formales que recorren imagen, serie y paisaje.

Montaje.

La propuesta de la italiana Tatiana Trouvé: 350 puntos hacia el infinito.

El trabajo del brasileño Nuno Ramos, denominado Bandera Blanca, emplazado al interior del pabellón, interactúa con el magnífico espacio escultórico de Niemeyer-Uchòa, primero emplazando una malla textil en el perímetro, activando el espacio de las rampas, un lugar privilegiado donde confluye la altura total del edificio con los recorridos, alturas, cruces espaciales y horizontes; el punto de máxima intensidad de esta arquitectura moderna de fluidos recorridos, luminosidad natural, más que competir con la instalación la pone en vigencia, activando las relaciones internas, en que los puntos de apoyo de la estructura concebida para ser expuestos como protagonistas están aun más dramatizados. Difícil separar obra y arquitectura en este caso. Pese a la inaccesibilidad al interior de este espacio delimitado, las masas dispuestas al interior por el artista establecen desde una cierta incógnita una medida respectiva al lugar en que se emplazan.

Tanto el Parque de Ibirapuera como su arquitectura expresan de la mejor manera lugares activos, espacios donde la modernidad no se lee con nostalgia pasada ni con un sentido patrimonial mal entendido, más bien resaltan las virtudes de una arquitectura sin complejos capaz de ser vivida a diario, acogiendo a una diversidad social.

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