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La casa rica

Además de entrar y querer exclamarlo porque sí, la casa es rica y pasa algo con su cocina y todo lo que en ella se genera. Paralelo a todo, hay una sensación de guarida, de lugar de descanso y un privilegio máximo que permite encender una olla, ir a la playa y volver a ver cómo está el cocimiento. ¿Qué es ese lujo? Estar a 30 metros del mar, uno de los requerimientos básicos de Andrés Vallarino al momento de empezar a fantasear con tener una casa en la playa. Y lo encontró. Mejor todavía, la remodeló a tal nivel que hoy es una delicia. Pasen a la Casa La Laguna, un hogar que hasta tiene nombre propio. 

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El Reino de las casas remodeladas es el de los busquillas. Eso es una ley y parece que Andrés Vallarino, cocinero y una cabeza creativa que tiene proyectos tan sabrosos como Hogs y La Superior, lo supo hace mucho tiempo. De hecho, cuenta que hace 10 años comenzó a ver casas en La Laguna de Zapallar, un pueblito que limita con Puchuncaví, que tiene casas antiguas y calles de tierra y donde hasta hace poco los precios eran más que convenientes a la hora de comprar una casa en la playa. Ahí fue cuando a este hombre de negocios de comida se le ocurrió tener lo suyo, un lugar relativamente cerca de Santiago donde poder ir a relajarse, estar cerca del mar y de todas esas riquezas, junto con un sector que le fascina. Empezó a ver, buscar, preguntar y pasó el tiempo. Vio que con eso los precios subían, que ya había una nueva generación que comenzaba a poblar este pueblo con la idea de remodelar y se decidió por una casa que “estaba muy mal, que de hecho yo no le veía mucha proyección, pero que era el momento claramente. Yo lo pensé como inversión y lo hice”.  De eso ha pasado poco más de un año y hoy la casa ya tiene nombre y se llama Casa La Laguna.

Imagínense un gran rectángulo que se divide en dos. Que en un comienzo tuvo 6 piezas y que ahí mismo Andrés se fue a alojar en saco de dormir muchas noches antes de meter mano. ¿Por qué hizo eso? Pues porque además de ser cocinero, este hombre tiene varios años de arquitectura en el cuerpo y esta, su nueva casa, la haría él mismo. Estuvo ahí, la sintió, la vivió hasta que comenzó a marcarla con masking tape siguiendo su idea. Luego entraron maestros, paisajistas y el resultado es una casa absolutamente funcional, integrada, con un jardín exquisito y una cercanía a la playa que ya se la quisiera cualquier morada marina.

Básicamente hablamos de una parte que tiene tres piezas, la principal con baño, luego otra al centro con un camarote y finalmente una tercera con cama matrimonial para terminar con un segundo baño. El otro lado de la casa son los espacios comunes que parten por la cocina abierta, un mesón alto donde cocinar y poder sentarse hecho de madera de roble con ciprés, ollas y sartenes colgados en el muro y luego una cocina de 6 quemadores. Todo esto da a un pequeño comedor y luego a un living con todos los chiches de antigüedades que Vallarino ha ido juntando a lo largo de su vida, una especie de fetiche y de fascinación que satisface en cuanto viaje hace, otro rasgo de un busquilla profesional.

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