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"La obra dicta sus propias leyes"

Es uno de los nombres más relevantes dentro de la arquitectura chilena. Sus obras son reconocidas y ha sido fuente de inspiración de varios. Hablamos con nuestro actual premio nacional de Arquitectura, de su trayectoria, del escenario actual y de la buena obra.

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Cristián Valdés es quizás uno de los más reconocidos arquitectos y diseñadores que conozcamos en Chile. Pero también uno de los más modestos, y se nota. Tanto en una conversación cotidiana como en cada una de sus obras, su sencillez es un ejemplo a seguir. Y es que Cristián Valdés viene de vuelta. Su capacidad para llegar al origen de las cosas y expresarlas directamente en sus trabajos es una las características que marcan su hacer y, de paso, sirven como ejemplo para las nuevas generaciones.

La historia. Cuenta que al salir del colegio entró directamente a la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica, pero su carrera como arquitecto no comenzó ahí. Meses más tarde se retiró, dudando de su vocación. Estuvo viajando un año y medio por Europa, reconociendo las ciudades históricas del Viejo Continente. "Tuve una experiencia muy importante en las urbes italianas con sus muros altos y extensos, con sus calles angostas y las plazas en que ellas desembocan. Estas cosas tan evidentes son al mismo tiempo un encuentro con la historia, un acontecimiento que no se puede aprender en una sala de clases", cuenta, y confiesa que esa fue una de sus primeras emociones fuertes relacionadas con el espacio: "El contraste de estos muros tan fantásticos, tan grandes y amplios, pero con tanta intimidad en el interior urbano". Luego de este revelador viaje, trabajó por un tiempo en la fábrica de muebles de su padre, Luis Valdés Freire, donde aprendió la relación entre el dibujo y la realidad. "A la larga esa experiencia me enseñó la relación que hay entre un maestro y un alumno. Se aprende a trabajar, a crear desde uno mismo y a tener un punto de vista. Te quedas con lo más íntimo de una persona a través de su traspaso de información", asegura.

A eso de los 24 años decide darle una segunda oportunidad a la arquitectura. Toma la decisión de dejar la Universidad Católica de Santiago para ingresar a la Universidad Católica de Valparaíso, escuela que tenía como base la observación. “Estudiaba los cerros y los actos de la gente: había que mirar, encontrar motivos y problemas. Se me ocurrió que había una relación muy importante en tener esta experiencia contemplativa de mirar lo lejano, lo grande y lo amplio con lo pequeño, con lo íntimo y con lo que desarrollas todos los días, tu vida normal”. Fue gracias a esta escuela que posteriormente valorizó su trabajo en la fábrica. “A la larga esa experiencia me enseñó a aprender de un maestro observando cómo resuelve las cosas. Se aprende a trabajar, a actuar desde uno mismo, con un punto de vista propio. Te quedas con lo más íntimo de una persona a través de su traspaso de información”. Ese pensamiento es el que ha estado presente en sus casi 50 años de carrera y el que se identifica en sus obras.

Vivir la arquitectura. Cada uno de sus proyectos es estudiado para encontrar lo que el terreno ofrece, sin forzarlo. Ese sello, sin tener necesariamente muchas obras, ha logrado convertir a Cristián Valdés en un ícono, no en vano ganó el Premio Nacional de Arquitectura en 2008 y su silla, la Silla Valdés, en todas sus versiones, es una de las más solicitadas. Por su personalidad, Cristián asegura que no es él quien ha ganado todos esos reconocimientos, sino que el mérito hay que dárselo a las obras. "Ellas se han ganado su lugar. La gente quiere ver las obras, no a mí. Además en cada una de ellas trabaja mucha gente". Y es esa modestia y humildad lo que lo hace tan querido y respetado.

El maestro. Inspirador de varios profesionales, su vida y obra han dado para publicaciones y análisis. Sandra Iturriaga, arquitecta, profesora de la Universidad Católica y autora del libro "Cristián Valdés, la medida de la arquitectura", asegura que fue él quien la reencantó con la arquitectura "a través de una mirada mucho más cercana hacia el orden de la vida que hacia ese exceso de formas novedosas construidas que estamos permanentemente saturados". Explica que como persona y como arquitecto es alguien que tiene muy claro el sentido de las cosas. No se marea ni se pierde en la emergencia ni en las formas innecesarias. "No hace acciones para pretender nada, tiene conciencia del sentido de las cosas y eso es muy inspirador", agrega.

El arquitecto y artista Juan Pablo Langlois, compañero de universidad y su socio en sus primeros años de carrera, cuenta que él es detallista y estudioso. “Cristián siempre tuvo muchos dotes de arquitecto y sus propuestas eran muy bonitas. Su sentido poético de la arquitectura es muy bueno. Él siempre ha sido bastante consecuente con su línea: muchas direcciones, muchos muros quebrados. Es su manera de trabajar”, y agrega que entre sus sillas y sus casas hay algo muy común: “Se le ocurren ideas ingeniosas e inteligentes para resolver problemas de diseño. Es aventurero, hace muchas pruebas. Le gustaba que sus cosas no fueran las convencionales. Todo lo que hace lo apasiona”. Eduardo Godoy, director de Interdesign y quien trabajó con Valdés en el proyecto Ochoalcubo en Marbella, asegura que “lo que más me llama la atención de Cristián, tanto como profesional como persona, es su equilibrio, su calma, la pasión que coloca en cada uno de sus trabajos, a los cuales se entrega totalmente. Creo que cuando ves a Cristián Valdés ves que se entrega de alma al proyecto. Él soluciona cada espacio, cada pequeño detalle”.

Creaciones. Desde que se tituló, en 1962, Cristián se ha dedicado en un 100% a la arquitectura y a sus muebles. Hoy trabaja con Santiago, uno de sus hijos, pero también ha hecho proyectos con otros de ellos.

No se encierra en una materialidad sino que, como repite, cada proyecto pide lo que necesita y no hay que forzarlo.

¿Cómo describiría su arquitectura? A lo mejor si tú lo miras desde afuera, vas a encontrar que las casas tienen un parecido entre ellas. Pero cada una tiene un lugar, una cosa, un caso, una persona. Más que por la manera de vivir, es por la personalidad propia que tiene cada obra, que es mucho más importante. La manera de vivir se ajusta. Pero la gente muchas veces vive una vida quizás un poco formal, llena de cachivaches y adornos que no importan nada, no son fundamentales, aunque crean que sí lo son. Cada casa es diferente a la otra porque tiene su sitio y sus personas. Mis casas no tienen un estilo determinado. Y aunque es muy difícil arrancarse completamente de la moda de tu tiempo, por lo menos no hay que depender de eso. Las cosas no son formales. Las cosas formales aburren.

¿Cómo define sus proyectos? La ley fundamental es cómo se ocupan los espacios. Cómo te imaginas la vida en ellos. La vida es una experiencia de cada cual. Cuando tú piensas en las cosas buenas y te acuerdas de las cosas que te hacían felices, piensas en cómo acogerlo. Eso significa que lo que hagas tiene que tener una especie de garantía atada: que son lugares habitables y vivos. Esa es su ley y sin ella no se hace nada. Cada terreno tiene algo particular aunque a primera vista no se revele.

¿Cómo cree que ha evolucionado la arquitectura? En la materialidad y en sus usos constructivos hay una diferencia notable. La arquitectura es un hecho vital que se ejerce a través de las personas y en este sentido es un continuo a través del tiempo. Con respecto a mi arquitectura, creo que no ha variado en su propósito. Claro que a medida que vas creciendo, vas teniendo más seguridad, te vas radicalizando, tomas decisiones de forma más directa y transas menos. Cada vez hay menos tiempo que perder. Si dependes de lo que la gente opina de ti y si tuvieras temor de perder el trabajo que te encargan, no podrías hacer nada. Cuando uno es más joven estás muy preocupado de esas cosas. Sin embargo hay que tener el cuero duro para aguantar una situación de autonomía. En ese sentido, yo nunca he hecho un contrato de trabajo sin que el anteproyecto esté aceptado por los clientes. Así soy totalmente dueño del proyecto. Necesito un grado de libertad bastante grande para hacer las cosas. No puedo tener alguna amarra de ningún tipo porque para que las cosas surjan hay que darles espacio y todas las posibilidades.

¿Qué características tiene que tener una casa o una obra arquitectónica para ser considerada trascendente? En primer lugar que acoja bien la vida, sin necesidad de adornos ni decoraciones de ningún tipo. Que veas que la casa es una cosa enriquecida con el habitar, que los personajes entran en juego y actúan dentro. Que no entre en contradicciones con ella misma y que tenga una unidad. Y esa unidad siempre nace de su propia identidad, la cual debe ser cuidada durante todo el proceso de la obra. Uno debe ser vigilante de esa identidad.

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