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Viña marinos

No es de veraneo. Las estaciones no varían el uso de este departamento. Para la familia que lo ocupa es la manera en que el apego por la V Región -y en particular Viña del Mar- toma forma física. Aunque viven en Santiago, a través de él consiguen mantener un pie ahí; con toda comodidad y avances como la domótica.

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A pesar de que han pasado 25 años desde que esta familia, a causa del trabajo del padre, tuvo que trasladarse a Santiago, aún se sienten viñamarinos. En la Ciudad Jardín y alrededores aún están los parientes y los amigos más cercanos. Desde hace un par de años tienen ahí también un lugar para descansar y reforzar ese vínculo con la mayor comodidad posible.

Se trata de un dúplex de unos 400 m², cuyo segundo piso completo es una magnífica terraza, con tinas de agua caliente y otras maneras de mimarse. Al borde de un acantilado entre Reñaca y Concón, para la dueña del departamento es como una isla de tranquilidad absoluta, apartada pero con acceso directo desde Santiago, sin la necesidad de pasar por Reñaca o Viña. “Somos muy pocos en estos edificios. Tienen cuatro pisos y en cada uno hay tres familias; todas viñamarinas. Son doce departamentos en total, con mucha privacidad”, declara la dueña de casa, que cada fin de semana, tan pronto como puede, comienza prendiendo las luces, a veces poniendo música y en el invierno encendiendo la calefacción desde su teléfono, antes de tomar la ruta a la V Región: las maravillas de la domótica.

Su dueña recalca que ella y su familia no sienten este departamento como segunda vivienda, que no tiene nada que envidiarle al que habitan la mayor parte de la semana en Santiago; simplemente las circunstancias de la vida no les permiten pasar más tiempo acá. “Es un departamento grande, para acoger a toda mi familia: tres hijos y cuatro nietos. Siempre hay alguien que pasa. Es una casa viva, con mantequilla en el refrigerador”, dice. También cuenta que le gustaron las paredes blancas y el piso de madera al momento de recibirlo, que sin ayuda de decoradores escogieron el mobiliario y los detalles entre todos. Diría que un 70% de los muebles salieron desde la tienda de Enrique Concha, y el resto es de D&G y Patricia Vargas. Ella quería que fuera muy de playa, con todas las comodidades que se pueden tener, que fuera amable para los visitantes -amigos suyos y de sus hijos- y todo el mundo se sintiera a gusto; no en una casa piloto ni un museo. “Tengo nietos chicos, de entre seis años y cuatro meses. No los puedo tener inmóviles para que la casa se mantenga”.

Si pudiera, ella no dejaría nunca su isla de tranquilidad y comodidad.

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