
James Hamilton: “El abuso es una bala que sigue dando vueltas en tu cuerpo, destruyéndote”
El médico y uno de los denunciantes de los abusos de Fernando Karadima publica Homo exul, un libro que une la memoria personal con la investigación científica en torno al trauma. En estas páginas Hamilton se pregunta: ¿Por qué fui abusado? En busca de respuestas examina su historia y, basado en evidencia aportada por la ciencia, describe el impacto biológico de los eventos traumáticos en los niños y jóvenes. También intenta comprender el origen evolutivo de la violencia.
El relato comienza de madrugada. Son las primeras horas del Año Nuevo de 1977. James Hamilton y su hermano ven televisión en el dormitorio, mientras la hermana menor duerme en la habitación contigua. En la sala se encuentran su madre, su novio y algunos amigos. De pronto, un estruendo remece la noche. Se oyen gritos desgarradores que provienen de la cocina. La madre aparece llorando, desconsolada, y saca a los niños de la casa. La policía llega a la puerta de entrada. La situación es muy confusa. Esa noche, Hamilton y sus hermanos van a dormir a casa de unos primos, pero le será imposible conciliar el sueño.
Días después, mientras caminan por el jardín de sus primos, la madre, con el rostro demacrado, le cuenta lo ocurrido. Aunque estaban separados hacía años, esa noche, en un ataque de celos, su padre entró borracho a la casa a través de un ventanal que daba al patio. Iba armado de una escopeta y disparó contra el novio de ella. “Tu padre mató a Juan”, le dijo.
“Así entré a la preadolescencia. En un abrir y cerrar de ojos me convertí en el hijo de un asesino”, escribe ahora James Hamilton, uno de los denunciantes del caso Karadima, en su libro Homo exul.
Así también se convirtió en un chico en busca de aceptación y pertenencia. Sin intuirlo, esa tragedia lo volvió vulnerable al abuso. Y esa fue la condición que reconoció el párroco de El Bosque cuando Hamilton se unió a la comunidad. “Fernando Karadima se ofreció como guía espiritual y confesor, y poco a poco se fue apoderando de mi voluntad. Allanó el terreno para dar el golpe definitivo, y abusó de mí físicamente”, escribe.
Prestigioso médico cirujano, Hamilton fue uno de los tres denunciantes de los abusos de Karadima. Tras un largo proceso, el cura fue expulsado del sacerdocio y condenado por la justicia, pero nunca cumplió condena. Además, Hamilton fue uno de los impulsores de la ley de imprescriptiblidad de los delitos de abusos contra menores.
-Escribí este libro para acompañar a aquellos que han pasado por lo mismo, para que se sientan menos solos -dice.
Publicado en Chile y España por el sello Debate, el libro parte con una pregunta: “¿Por qué fui abusado?”. En busca de respuestas, el autor examinó su historia y comenzó una investigación en torno al trauma: las implicancias neurológicas y biológicas del daño, la huella epigenética que provoca y el modo en que afecta la salud, acorta la vida y atraviesa generaciones.
En el libro se trenzan su historia personal y una copiosa documentación basada en estudios y evidencia proporcionada por la ciencia, en torno al modo que impactan la violencia y los eventos traumáticos en la infancia y adolescencia. De la mano de la antropología y la ciencia ambiental, el autor va más allá: intenta comprender el origen de la violencia en la evolución humana.
De cierto modo, dice, el libro es parte de su experiencia de reconstrucción personal luego del largo proceso contra su abusador. “Mi relato es un grito de supervivencia que brota de lo profundo de mi corazón y es mi legado de amor y gratitud al mundo”, escribe.
-Hubo un momento en que fui descubriendo que todo lo que me había pasado no era personal. Yo no era la pobre víctima. Eso le habría pasado a cualquier otro en mis circunstancias. Y en ese momento, cuando desaparece la culpa, tu esencia, tu self, vuelve a florecer. Recuperar ese self es probablemente el fenómeno terapéutico más poderoso que puede haber en la vida de una persona -dice.
El camino, eso sí, estuvo atravesado de miedos y angustias, y tuvo altos costos personales.
“No estamos solos”
Estaba en la Escuela de Medicina cuando recibió la invitación a la parroquia de El Bosque. Entonces, Hamilton era un chico en busca de sentido. Había visto una película sobre San Francisco de Asís y se ilusionaba con entregar la vida por una razón valiosa.
-Era un adolescente alegre y al mismo tiempo tímido, bien desorientado de qué hacer con su vida, porque ya esos traumas te dejan medio revuelto, en el sentido de que llevas la carga de que la sociedad te ve como “el hijo de”, y te lo dicen. Y al mismo tiempo me llenaba el corazón la idea de dar la vida por los demás. Quería darle sentido a mi vida.
En esa época, su madre también lo pasaba mal. “La mujer siempre resulta responsable de las acciones de los hombres”, dice. Ella no solo sufrió condena social: solía recibir llamadas amenazantes en la noche.
-Fue una época de temor. Y eso te hace crecer con bastante alerta. Entonces, cuando tú entras en un grupo que tiene un paraguas de la Iglesia, y un sacerdote famoso se fija en ti, tú estás con la guardia abajo.
Cayó en lo que describe como una trampa de abuso psicológico, espiritual y sexual. La angustia y sensación de daño lo recorrían. Cuando por fin se alejó de su abusador, sufrió una depresión profunda. Comenzó a respirar de nuevo cuando decidió perdonar a Karadima.
-Lo hice por sobrevivencia. Yo le dije lo perdono, porque entiendo que esto me ocurrió solo a mí. Usted quedará con todos sus traumas y enfermedades, pero yo me libero y empiezo a reconstruir mi vida. Pero le dije que si yo sabía de más personas que hubiesen sido víctimas, ahí vendríamos todos y yo me encargaría de ir tras él.
Entre 2003 y 2004, James Hamilton, Juan Carlos Cruz y Juan Andrés Murillo denunciaron a Karadima a las autoridades eclesiásticas. Siete años después, y luego de innumerables dilaciones, el Vaticano sentenció su culpabilidad. A su vez, la justicia chilena acreditó las denuncias, pero sobreseyó el caso. En 2015 la justicia civil condenó al Arzobispado de Santiago a indemnizar a los denunciantes.
-No te puedo mentir que el camino fue duro, otras personas han tenido caminos aún más duros, pero no voy a quitarle peso. El camino de confrontar y, quizás con una valentía casi irracional, que era por amor a uno mismo, por dignidad, dar testimonio y luchar por la verdad, creo que ha sido el proceso más sanador y reparador. Pero yo creo que no somos héroes solitarios, sino que somos héroes colectivos.
Hamilton menciona aquí a su familia, a sus amigos y a su terapeuta. Del mismo modo, en el libro subraya el valor de la comunidad, del apoyo mutuo y la reparación.
“La medicina ha sido mi herramienta de investigación y de esperanza, una profesión en la que las experiencias de enfermedad, dolor y recuperación de mis pacientes me enseñaron que no estamos solos”, escribe.
Sin embargo, no todos los jóvenes que formaban parte del círculo de Karadima vivieron el mismo proceso sanador.
-Había gente de la parroquia que murió en vida, que terminó con cánceres avanzados, jóvenes que estoy clarísimo que desarrollaron cánceres producto del sufrimiento que vivieron. Otros se suicidaron.
El autor utiliza una imagen para hablar de los efectos del abuso: una bala en el cuerpo.
-El abuso es una bala que sigue con la energía cinética, sigue dando vueltas en tu cuerpo, destruyéndote, destruyendo órganos o tejidos, todo lo cual te impide realmente estar con salud. Por fuera puedes parecer sano, pero no lo estás.
Red de apoyo
En el libro, Hamilton plantea una visión integral del daño: el trauma no solo es sufrimiento psíquico, sino que también es una tormenta bioquímica que modifica funciones, órganos, genes y destinos. Del mismo modo, las negligencias, la falta de cuidado y de respuestas pueden generar un daño equivalente.
-Cada evento traumático queda marcado en tus genes. Y no solo en ellos, sino que en tu biología, en tu cuerpo, en tu microbiota, en tu estructura cerebral. El exceso de cortisol y adrenalina mata neuronas.
¿Cuánto de eso es recuperable?
Mucho, pero requiere, primero, aceptar el trauma y el daño, y al mismo tiempo buscar soluciones. Reparar un árbol que va creciendo y se te enchueca por el viento, va a costar tiempo, porque si lo haces muy brusco lo vas a quebrar. Es un proceso que requiere un vínculo amoroso y social; tú tienes que sentirte parte de un grupo. Uno no se mejora solo. El individualismo y la competencia te llevan a la enfermedad, a la crisis existencial. Primero se requieren redes sociales amorosas que te den soporte, que te den apoyo.
¿Está preparada la medicina en Chile para abordar el abuso y el trauma?
La medicina está muy mal preparada. La mayor parte de mis colegas no tienen idea de estos conceptos. Piensa tú que en el 98 se publicó el primer paper. En Chile recién hemos ido teniendo conciencia de estos temas. Pero los médicos, salvo algunos grupos de pediatras y algunos ginecoobstetras que se preocupan de la salud materno-fetal, no manejan estos conceptos.
En 2018, Hamilton se reunió con el Papa Francisco en el Vaticano, junto a los otros denunciantes de Karadima. Un año después, el Pontífice convocó a una cumbre de obispos para tratar el problema de los abusos al interior de la Iglesia.
-Yo creo que el Papa Francisco sabía todo. Lo que creo que él no sabía es el impacto real en la vida de las personas. O sea, el daño que estaba haciendo a la vida de las víctimas. Y eso lo hizo reaccionar. Ahí está su virtud: ver el daño a las personas y a la institución también.
En el libro sostiene que no se puede seguir subestimando el daño producido por el género masculino.
Los principales traumatizadores de la sociedad somos los hombres. El abuso sexual y la pedofilia son mayoritariamente patologías masculinas. Este problema requiere mirar la masculinidad con otra mirada, con una mirada benevolente, pero realista.
¿De qué forma?
Hay que estudiar a lo masculino como un ser biológico integral. Analizar su desconexión con las zonas cerebrales de la empatía, ya sea de la empatía intelectual o emocional. Son dos zonas muy poderosas y que las mujeres tienen desarrolladas. Cuando te desconectas del medio, te desconectas de ti mismo. Y cuando hay desconexión, todo es posible. Y no hay que olvidar que la masculinidad tóxica no es un rasgo innato, es una construcción social.
¿Cómo ve hoy a Karadima? ¿Lo ve de una manera distinta de antes?
Sí. Creo que era un pequeño monstruo que fue criado como tal. Sin duda, era un ser muy dañino y muy insignificante. Era un tipo tremendamente inculto, que no leía, vivía de apariencias, se arrogaba que era abogado, cosa que nunca fue. Había logrado desarrollar habilidades, que es lo que caracteriza a estos psicópatas, para su beneficio personal. Y lo primero es que se desconectan de los afectos. No les importa nada ni nadie, porque para ellos el mundo está endeudado con ellos. Son gente profundamente patológica. Hoy necesitamos educar a los niños, a la juventud, en un clima y en una ética del respeto y con otros valores.
¿Lo dejó insatisfecho que haya muerto en libertad?
Murió libre, pero no tanto. El cura, le decían el santo, tenía todo tipo de gustos muy costosos. El cura se alimentaba casi de la respiración de todos los jóvenes que estaban a su alrededor. Y le quitaron todo. No solo eso, sino que toda su vestimenta de poder, que era el sacerdocio, se lo sacaron. Finalmente, murió en una cárcel.

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