Describen los códigos de la masculinidad
Los hombres tienen un puñado de reglas que rigen su comportamiento y que se han mantenido inamovibles generación tras generación.

No llorar. No pedir ayuda. Enfrentar las cosas como hombre. Tres reglas no escritas de un código que ha traspasado generaciones y que desde siempre ha definido la masculinidad. Un mandato cultural que los distancia de las mujeres y da identidad. Pero que también los obliga y condiciona, sobre todo, en la relación entre ellos mismos.
Porque si hay algo que caracteriza a las reglas que rigen el universo masculino es que los hombres deben serlo ante los demás hombres, no frente a las mujeres. "Es una aventura 'homosocial' hecha y juzgada por otros hombres", explica a La Tercera Michael Kimmel, autor del libro Guyland.
Este autor es, junto a los sicólogos estadounidenses William Pollack (Real Boys), Robert Brannon, James O'Neil (Universidad de Connecticut) y Joseph Pleck (Universidad de Illinois) llevan décadas analizando lo que significa la masculinidad en las diferentes culturas. Y una de las cosas que más ha llamado su atención es que, pese a la modernidad, el surgimiento del feminismo y de otras tendencias como los metrosexuales o la incorporación del hombre en la crianza de los niños, las reglas que rigen el mundo masculino han permanecido intactas. "No han cambiado nada", ha dicho O'Neil.
En sus análisis, la socióloga de la Universidad de Illinois y autora del libro Gender Vertigo, Barbara Risman, descubrió que si bien hoy los hombres se sienten absolutamente libres de realizar tareas que tradicionalmente correspondieron a las mujeres, al momento de comunicarse con sus hijos, el mensaje seguía inalterable: "¡Asume como hombre!".
Sin embargo, todos los especialistas coinciden en que se podría estar llegando a un punto de inflexión. Hoy, la sociedad -y el nuevo rol de la mujer- los está poniendo en un pie forzado que podría provocar una transición de estas reglas, especialmente a nivel cotidiano.
"MEJOR ENOJADO QUE TRISTE"
"Qué significa ser hombre", preguntó Kimmel a alumnos de diversos colegios y campus universitarios de todos los estados de EE.UU. y a estudiantes de más de 15 países. "¿En qué piensan cuando escuchan 'sé un hombre'", les dijo. Y las respuestas que obtuvo, dice en su libro, fueron predecibles y siempre en torno a la idea de que "los hombres no lloran". A partir de ahí, el sociólogo y profesor de la Universidad Estatal de Nueva York elaboró una lista que resume los valores y actitudes que los definen y que comienza con la frase alusiva al llanto.
"Es mejor enojarse que estar triste", "asume como hombre", forman parte de la nómina en la que todo apunta a que no se deben mostrar las emociones o admitir debilidad, y que la cara visible de cualquier problema siempre es que no hay nada de qué preocuparse, que "todo está bien".
Para Kimmel, la reiteración de las reglas se debe a que la masculinidad siempre está a prueba, siempre necesita aprobación. Y el testeo comienza desde muy temprano, en la niñez.
LEJOS DE LA MADRE
Los sicoanalistas fijan el inicio de la formación de la masculinidad cerca de los cinco años, cuando, según la teoría de Freud, los niños rompen con la imagen materna. Esta es, precisamente, una de las características principales del ser hombre, porque la masculinidad, a diferencia de la femineidad, surge a partir de la negación, es decir, un hombre es hombre porque no es mujer.
La socióloga Barbara J. Risman realizó una investigación que no sólo demuestra lo inamovible que han sido estos códigos en el tiempo, sino también la teoría freudiana. Y lo hizo a través de los temores infantiles, medidos en niños de kindergarten, entre 2003 y 2004.
El miedo más arraigado en los pequeños fue parecer una "niñita". El resultado sorprendió a Risman: era exactamente el mismo que había obtenido un equipo de investigadores hacía 50 años. "Era como si el temor a parecer mujer o gay, se hubiera congelado en el tiempo", señala la socióloga a La Tercera.
A partir de ese minuto, cuando el niño tiene aproximadamente cinco años, comienza a asimilar inconscientemente los códigos que el padre le va traspasando. Y junto con romper con la imagen materna, se alejan de todo lo que pueda parecerse a ella: compasión, vulnerabilidad, dependencia.
Es entonces cuando los niños pasan de ser felices, energéticos, juguetones y emocionalmente expresivos, a mostrarse hoscos y retraídos cuando se aproximan a los 10 años de edad.
Kimmel señala en su libro Guyland que cuando los pequeños echan mano a la rabia y la violencia es porque creen (quizás con cierta razón, dice el autor) que son las únicas formas de expresión emocional permitidas por su entorno.
RAZONES EVOLUTIVAS
Para los especialistas, las causas que explicarían la inamovilidad de los códigos masculinos tienen que ver, primero, con una cuestión evolutiva. El hombre desde siempre compitió con otros hombres para defender a la tribu y sobrevivir. Cualquier señal de vulnerabilidad ante el enemigo o el rival representaba la extinción. Ese es el instinto que prevalece hasta el día de hoy.
Y este argumento evolutivo tiene una representación biológica: el cerebro del hombre está programado para construir sistemas, es decir, tienden a afrontar la realidad a partir de esquemas poco flexibles. Y así como para ellos expresar emociones es un signo de vulnerabilidad, tampoco son capaces de reconocerlas ni en ellos ni en los demás.
En su libro Real Boys, Pollack señala que los niños aprenden desde temprano a no llorar, a no mostrar lo que sienten y eso determina que, en el tiempo, terminen "no sintiéndolo". Es lo que el sicólogo llama "la máscara de la masculinidad", que los muestra ante los otros hombres como emocionalmente independientes.
Un equipo de neurociencia de la Universidad de Harvard midió hasta qué punto a los hombres les resulta complicado vincularse con las emociones. A través de exámenes de resonancia magnética se demostró que el cerebro de los hombres se demora hasta siete horas más que una mujer en descubrir una emoción que les resulta compleja, como la tristeza.
¿EPOCA DE TRANSICIÓN?
El sociólogo Gary Beker ha investigado, en países tradicionalmente machistas, como India y Brasil, los efectos que tiene en los niños el tener padres más comprometidos con la crianza y que realizan tareas habitualmente asociadas con las mujeres. El estudio consideró dos grupos de hogares, en uno había padres comprometidos con las labores domésticas y en el otro, progenitores que se ceñían estrictamente al rol de proveedores.
Como resultado y a pesar de que los niños de ambos grupos no vieron nunca a sus padres llorar, los que pertenecían al primer segmento se mostraron más abiertos a expresar sus emociones y a reconocerlas en los demás.
Según el investigador, esto demuestra que la masculinidad está en una etapa de transición y que el paradigma puede cambiar sin que los "hombres dejen de ser machos". Algo con lo que concuerda Michael Kimmel. "Los códigos masculinos se están enfrentando a una encrucijada", dice el autor de Guyland. Según el sicólogo, estas normas tendrán que modificarse e incorporar nuevos valores, como la ternura, la crianza, la compasión y la paciencia, o los hombres van a sentir el conflicto entre ser 'un verdadero hombre' y ser un buen padre.
EL DECALOGO DE LOS HOMBRES
Michael Kimmel, autor del libro Guyland, realizó una revisión de todos los estudios sobre masculinidad que se han hecho desde 1976 y resumió los valores y actitudes que componen lo que significa ser hombre. Estas son algunas de las frases que los retratan y que dan cuenta de que, una de las principales características de los códigos masculinos es que ellos se validan frente a otros hombres y no frente a las mujeres:
1. Los hombres no lloran.
2. Es mejor enojarse que estar triste.
3. No te exaltes, mejor véngate.
4. Asume como hombre.
5. El que tiene más cosas gana.
6. Sólo hazlo.
7. El tamaño sí importa.
8. Jamás pregunto cómo llegar a un lugar.
9. Los chicos buenos terminan después.
10. No hay problema, está todo bien.
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