Eastwood, 80 años de un jinete incansable
El realizador y actor estadounidense llega a las ocho décadas en forma envidiable, realizando casi dos películas al año y al menos una obra maestra reciente: Gran Torino. En el panorama fílmico norteamericano actual, pocos pueden exhibir tal vigor a una edad en que muchos ya tienen carnet de jubilados sin retorno.

El gran y deslenguado director italiano Sergio Leone decía que Clint Eastwood tenía sólo dos estilos de actuación: con sombrero y sin sombrero. La verdad es que Eastwood (contemporáneo de grandes como Steve McQueen, Robert Duvall y Gene Hackman) nunca presumió de nada mientras se puso frente a las cámaras y la astucia de saberse limitado en recursos histriónicos lo hizo interesarse más en los mil y un caminos de la dirección. Ya en la época de la trilogía de Por un puñado de dólares, Por unos dólares más y El bueno, el malo y el feo, de Sergio Leone, Eastwood se acercaba al realizador italiano con la intención de aprender el trabajo de equipo en el rodaje o de observar el manejo virtuoso de los planos de Leone.
Más brillante de lo que parecía y más trabajador que cualquiera, Eastwood demostró, además, gran generosidad cuando, 26 años después de El bueno, el malo y el feo, le dedicó su imprescindible western Los impersonables a dos de sus maestros: el artesano Don Siegel (que fue quien le creó el personaje de Harry el Sucio a partir de la película homónima de 1972) y el estilista Leone, quien fue el que le puso el mítico traje del llamado "hombre sin nombre" en los spaghetti westerns.
A Eastwood le viene bien la máxima de que la creatividad es 99 por ciento trabajo y uno por ciento de inspiración. Nada en su trayectoria artística ha sido fácil y llegó tarde a ganarse la vida como actor, en la serie televisiva Rawhide (1959), época en que Steve McQueen ya tenía seis películas de Hollywood en el cuerpo y se aprestaba a protagonizar nada menos que Los siete magníficos.
A los 29 años, Eastwood era un perfecto don nadie en América y sus mayores hazañas vitales habían sido ser salvavidas en una playa de California, trabajar de bombero en una bencinera y servir como conscripto en la base de Fort Ord, donde se salvó de morir en el mar después de que un bombardero en el que viajaba se precipitara al Pacífico. Sólo su privilegiada complexión física (de pequeño le decían Sansón y pesó 5,62 kilos al nacer) le permitió nadar varios kilómetros hasta la orilla.
Este espíritu de sobreviviente acunado en una niñez adectada por la depresión económica marcaron toda su vida, continuamente en movimiento, cual tiburón en el agua.
El director tachado de "fascista" en los 70 por la intelectualidad progresista de su país y rescatado una década después por los críticos franceses, cumple 80 años el próximo 31 de mayo. Lo soprenden en uno de sus mejores períodos creativos (hace sólo un año estrenó Gran Torino, una de sus indiscutibles obras maestras) y a fin del 2010 lanzará Hereafter, su primera incursión en el terreno sobrenatural, en la línea de El sexto sentido. Con guión de Peter Morgan (La reina, Frost/Nixon) esta historia narra los encuentros cercanos con la muerte de un obrero norteamericano (Matt Damon), una periodista francesa (Cécile de France) y un niño inglés (Frankie McLaren). "Será una película en estilo francés. Es decir, varias historias que convergen en una sola hacia el final", ha dicho sobre esta producción, a la que debería seguir un gran proyecto sobre la vida del creador del FBI, J. Edgar Hoover, en el 2011.
Un conservador liberal
Registrado como miembro del Partido Republicano a los 22 años, en 1952, Eastwood ha sido siempre un pez raro en la corriente liberal de Hollywood. Anti intelectual y lejano a las pretensiones de contemporáneos actores que en los 50 bebieron hasta la última gota del embriagador vaso del Actor's Studio, el futuro Harry el Sucio desarrolló un temprano sentido del trabajo duro y fe en el individuo. En los años 70 apoyó a Nixon cuando todo el mundo le daba la espalda, y en el personaje del inspector Harry Callahan personificó al hombre de gatillo ligero que hace justicia por sus propias manos.
Furibundo fan de Ronald Reagan, la década de los 80 lo pilló también siendo electo alcalde del balneario de Carmel (California) por el Partido Republicano. Su relajada vida sexual y sus siete hijos de cinco mujeres (además de romances varios con luminarias y bellezas, como Jean Seberg y Catherine Deneuve en los 60) lo convirtieron en un representante en el terreno del amor libre, pero también lo hicieron ganar enemigos entre los correligionarios de partido.
Eastwood es un fiel adalid de los movimientos pro derechos civiles, defensor de la opción al aborto y, cosa curiosa para el epítome del tipo duro, un hombre tolerante a los matrimonios gays, de acuerdo a una entrevista a Playboy en 1997.
Sobre esta postura liberal, no hay que olvidar que Eastwood siente una gran admiración por el aporte cultural negro en Estados Unidos y su vocación frustrada es la de jazzista. Ya en 1946, con solo 16 años y en tiempos en que ir a espectáculos de negros significa un tiro en la cabeza de parte de cualquier blanco racista con tragos de más, asistió a una presentación del saxofonista Charlie Parker. No es de extrañar entones que en 1988 realizara Bird, filme sobre Parker que, además, se inscribe como su primera obra maestra.
El director que no para
A pesar de sus cuatro premios Oscar y el beneplácito de la crítica universal (con Cahiers du Cinéma a la cabeza), el cuasi octogenario cineasta tiene sus críticos y adversarios. El biógrafo Patrick McGilligan lo desplumó vivo en Clint Eastwood: la biografía (1999), acusándolo de fabricar un romance con la hija de un general para no pelear en Corea, desligarse de amigos que ya no le servían y relacionarse con las mujeres sin el más mínimo sentido de la decencia. A una de sus esposas, la actriz Sodra Locke, le regateó hasta el aparato de teléfono en los tribunales. Además, el viperino McGilligan asegura que Eastwood jamás paga en un restaurante.
A nivel artístico, el biógrafo lo salva, pero encuentra que filma demasiado rápido y no hace tomas muy complejas. Para el autor de Río místico, en cualquier caso, esa rapidez de trabajo es más bien un orgullo, un sistema de supervivencia en un panorama donde los grandes ya no son tan grandes, donde Scorsese se toma tres años en un filme y Coppola vive de sus viñas para rodar cada 10 años. Todos los genios que en los 70 brillaban al lado de este parco obrero de las cámaras palidecen ahora que su octogenario competidor saca una obra maestra bajo la mesa con pasmosa facilidad.
En los 90 se sucedieron Los imperdonables y Los puentes de Madison en menos de tres años. En los tempranos 2000, arremetió con Río místico y Million Dollar Baby de un año para otro. En el 2006 hizo un gigantesco díptico bélico, compuesto por La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima. El año pasado cayó a la lona por pocos segundos con la débil El sustituto, pero luego se levantó en gloria y majestad con Gran Torino. ¿Quién puede hacer tanto a los 80 años? ¿Qué cineasta estadounidense llegó con semejante lucidez a una edad en que muchos pierden la visión, el arrojo y, lo más triste, las ganas? John Huston tal vez. No por nada, Eastwood lo homenajeó en Cazador blanco, corazón negro. No por nada.
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