La leyenda del Charro Moreno

El miércoles se cumplirán 37 años de la desaparición de uno de los mejores futbolistas sudamericanos de todos los tiempos, José Manuel Moreno, genio y figura, mito cruzado.




Nació en Buenos Aires, hace casi cien años, muy cerca del barrio de La Boca. Siendo todavía un niño, el club de sus amores se negó a vestirlo de azul y oro, y al joven jugador despechado no le quedó más remedio que convertir en pentacampeón a River. Ídolo absoluto en su país, pero también en México, Uruguay, Colombia y Chile; e ícono mundial del balompié de la década de los 40 y los 50; no hay un solo día en que el fútbol -y el tango- no lloren la muerte de José Manuel Moreno.

Un futbolista que vino al mundo el 16 de agosto de 1916, y que se marchó también en agosto, a la edad de 62 años, exactamente dos meses después de que la albiceleste se convirtiese, por primera vez en su historia, en la mejor selección del planeta. El miércoles se cumplirán, pues, 37 años de su partida, del adiós de un futbolista que fue, para muchos, el mejor entre los mejores.

El Charro, apodo que se ganó en su estadía en México, disputó más de 500 partidos como profesional y promedió casi 250 goles. Sus números, elocuentes por sí mismos, y su carrera, tan extensa que se prolongó hasta los 45 años, no serán sin embargo tan recordados como su forma de jugar al fútbol, elevada, según las crónicas de la época, a la categoría de acto poético.

Cuentan que José Manuel Moreno,  autor del gol número 500 de la Copa América -en aquel recordado 12-0 ante Ecuador en el que el delantero firmó cinco dianas y que es, todavía hoy, la mayor goleada registrada en la historia del torneo-, tenía un talento superior al que reconoce la propia IFFHS (Federación Internacional de Historia y Estadística del fútbol, por sus siglas en inglés), quien lo sitúa como el quinto mejor futbolista sudamericano del siglo XX, tan solo superado por Maradona, Pelé, Di Stéfano y Garrincha.

Con la Saeta Rubia, por cierto, llegó incluso a coincidir en el tiempo, en su segunda etapa en las filas de la entidad millonaria, pero fue en su primer período como jugador de River Plate en donde el Charro brilló con luz propia, como parte integrante de la mítica delantera La Máquina-una de las más recordadas del siglo- junto a Juan Carlos Muñoz, Adolfo Pedernera, Félix Loustau y Ángel Labruna.

Moreno, hijo de un policía a quien poco le importaba el fútbol, primer bohemio y enfant terrible del balompié trasandino, adicto a la noche y al tango, cumpliría su sueño de vestir la casaquilla xeneize en 1950, un año después del comienzo de su aventura en territorio chileno.

Un lujo cruzado

“Recuerdo que un día yo iba paseando por Ahumada y me saludaron Riera y Livingstone: ‘Hola, po, Pichanga’, me gritaron. Yo en esa época estaba jugando en Santiago National, pero ya terminaba. Me invitaron a almorzar.Fuimos a un lugar en la Alameda, cerca de la Universidad, y entonces llegó Buccicardi muy contento. ‘Compramos a José Manuel Moreno’, nos dijo. Llegaban regresando de Buenos Aires”. Quien revela tal episodio es Manuel Arriagada, uno de los tres supervivientes del plantel de Universidad Católica que en 1949 logró proclamarse campeón chileno por primera vez en su historia.

“Llegamos a Católica la misma semana y un día lunes fue el primer entrenamiento. Me acuerdo que Moreno pidió organizar un partido con un equipo de Primera. Al entretiempo ya ganábamos por un par de goles, y entonces él llegó a los camarines y dijo: ‘Señor Buccicardi, tráigame el contrato’. Más tarde le pregunté si no había llegado a firmar en Buenos Aires y él me dijo: ¿Cómo iba a hacer eso?, yo solamente conocía a Livingstone”, continúa relatando, a sus 90 años, Arriagada, quien asegura recordar con todo lujo de detalles los pormenores de aquel acuerdo histórico, el que convirtió en nuevo futbolista cruzado al que muchos consideraban el jugador más talentoso del planeta en aquel momento.

La suma de 450.000 pesos tuvo que abonar el cuadro estudiantil, que no tardó demasiado en recuperar la inversión realizada pues, como reconoce su ex compañero Pichanga, sencillamente Católica creció con Moreno. “Él trajo a la mujer al estadio. La gente empezó a ir al fútbol sólo para ver jugar a Moreno. Iban mujeres solas, algo que antes, si no había clásico, nunca había pasado”, recuerda.

Hombres, mujeres y también niños, como un jovencísimo Alfonso Garcés, acudían cada fin de semana al Estadio Independencia para disfrutar de la magia del Charro: “Yo tenía unos 10 años. Puede sonar poco creíble porque el paso del tiempo puede distorsionar un poco las imágenes, pero a cualquiera que le preguntes te hablará de un jugador excepcional, distinto al resto. Yo  recuerdo que tenía un físico exuberante, una técnica exquisita, una fortaleza futbolística tremenda y un cabezazo extraordinario. Se echaba el equipo al hombro. Muchos partidos los ganó él solo”, rescata, con notable emoción, el hoy jefe de captación de Universidad Católica, de 75 años.

El 27 de noviembre de 1949, Universidad Católica enfrentó a Audax por la penúltima fecha del torneo nacional. Un empate bastaba a los pupilos de Buccicardi para lograr su primera estrella. Moreno, era baja segura por enfermedad. “Él tenía un problema medio crónico, tenía sinusitis, y eso le hacía llegar muchas veces  con resfrío. Contra Audax aquel día apareció en el estadio cuando nadie lo esperaba y le preguntamos si estaba para jugar. ‘Por supuesto’, respondió. Y todos pensamos: ‘menos mal, porque sin ti no vamos a ninguna parte’. Y jugó”.

El resto, es historia conocida. Católica, con el Charro en cancha, se impuso 2-1 y salió campeón. “Uno lo veía jugar y se daba cuenta de que era tan bueno que nada podía afectarle. Jugaba resfriado, con dolor de cabeza, con lo que fuera”, exclama Garcés a propósito de un Moreno que tras su retiro como futbolista regresó a Chile para dirigir a Colo Colo, en 1962.

El mito

Fueron muchas y muy variadas las anécdotas e historias que contribuyeron a forjar la leyenda del Charro, tanto dentro como fuera de la cancha. Su fama de noctámbulo vividor, de amante empedernido del tango propenso a la bebida, le acompañó siempre.  Un estigma que jamás importó a Moreno, quien respondió siempre  sobre el pasto, pero que Arriagada, que compartió camarín con él, se apresura a desmentir, o al menos a desmitificar: “Todo el mundo hablaba de él. Casi 20 años después de dejar de jugar José, nos demorábamos media hora por cuadra caminando por Buenos Aires, pero él jamás llegó curado el día del partido. Tenía mucho respeto por el público. Probablemente curado sería mejor que cualquiera, pero no es cierto que viniera a jugar en malas condiciones”, asegura su inseperable compañero en Católica.

“A él le gustaba bailar. Íbamos a los cabarets que había en Santiago centro y se acostaba siempre tarde, pero era el primero en llegar a entrenar y el último en irse al día siguiente. Se quedaba ensayando cabezazos o dominando la pelota como los dioses”, completa el también ex jugador de Magallanes, Universidad de Chile y Rangers, antes de revelar la admiración mutua que se profesaban Pelé y el Charro Moreno: “La primera vez que Pelé fue con Santos a Argentina, pidió sólo una cosa: conocer a José Manuel Moreno. Él en esa época estaba ya viviendo en su finca de Merlo. Lo fueron a buscar, y José les dijo: díganle a Pelé que le tengo preparado un asadito. Ninguno fue a ver al otro. Se tenían admiración mutua, pero nunca se conocieron”.

Pocas cosas le faltaron por hacer al Charro, que se convirtió en la primera persona en jugar y dirigir a River y Boca, que salvó al árbitro de un partido en plena cancha de la ira de los hinchas de Estudiantes y que motivó un paro general de jugadores en su club  después de que los dirigentes de River lo apartaran del plantel por indisciplina. Tal vez haber podido llegar a jugar un Mundial, algo que sólo pudo evitar la guerra.

Tan brillante y pintoresca fue la carrera de José Manuel Moreno, que hubo grandes literatos que no pudieron resistirse a inmortalizarla. Como el mismísimo Eduardo Galeano, quien en su imprescindible “El fútbol a sol y sombra” recogió la última gran hazaña del argentino.  “En 1961, ya retirado, era director técnico del Medellín de Colombia. El Medellín iba perdiendo un partido contra Boca Juniors de Argentina, y los jugadores no encontraban el camino del arco. Entonces Moreno, que tenía 45 años, se desvistió, se metió en la cancha, hizo dos goles y el Medellín ganó”.

La biografía de José Manuel Moreno habría alcanzado para llenar páginas y páginas de libros; su leyenda, de este modo, se agigantaría, pero tal vez el futbolista irrepetible sería devorado por su propio personaje.

Es por eso por lo que resulta quizás más justo recordar al Charro a través de un breve relato, y dejar que la imaginación y la memoria colectiva hagan el resto. Es imposible, después de todo, cuantificar su legado. Y es que Moreno fue capaz de lograr algo que muy pocos jugadores han sido capaces de conseguir a lo largo de toda la historia de este deporte: vivirlo intensamente y transformarlo.

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